El hijo objetor
Antes, las familias se rasgaban las vestiduras y el abrigo dado la vuelta cuando les salía un hijo alcohólico, jugador, proxeneta o perdis, como se decía entonces, o sea un calavera. Ahora, lo peor que le puede pasar a una familia que permanece unida es que le salga un hijo objetor de conciencia.El otro día me llamaron a un chalé de la sierra. Una familia de .derechas de toda la vida. El padre, metido en todas las grandes empresas de esta etapa histórica, desde el estraperlo de los felices 40 hasta Sofico, pasando por los telares de Matesa y el aceite de Redondela. Y hasta puede que un regalito de la Lockheed por Navidad.
Una cosa de nada, una anguila de mazapán. Pero con sorpresita de travellers. O sea de todo un caballero.
Bueno, pues el hijo pequeño les trae de cabeza:
-A ver si usted, señor Umbral que es un hombre que se ha hecho a sí mismo y escribe en los periódicos...
-¿Narcómario, homosexual suicida, del cuarto sexo, macarra de suecas, travesti? -Indago duramente.
-Peor, peor que todo eso. Objetor de conciencia- suspira la santa madre dentro de su pañuelo.
Bueno, comprendo que es una cruz. Pero les informo de que un objetor de conciencia ha sido excluido total del servicio militar. El recluta Ricardo Gamundi, del reemplazo del 75.
-Cuente, cuente.
-Se trata de tina personalidad psicopátIca de tipo reivindicativoperoro.
-¿Y usted cree que nuestro Colasín será eso?
Cuando hasta el Ejército se está mostrando dúctil y analizador en esta cuestión de los objetores de conciencia, las grandes familias con un abuelo que fue último de Filipinas consideran que eso es un baldón en el apellido. España es un país de derechas y suscriptor del ABC, y eso no hay quien lo arregle.
-Alcohólico -cavila la santa madre-, le hubiera preferido alcohólico.
Bueno, en León han dicho que el 50 por 100 de las familias acogen positivamente los episodios de embriaguez de sus hijos. Ha habido allí un Congreso de Alcohólicos Rehabilitados, con asistentes de diez provincias. Y el sitio está bien elegido, porque hasta yo estuve a punto de alcoholizarme en León, por culpa de la cordialidad vinatera de la ciudad. Y eso que nunca he bebido más que Mirinda. Menos mal que el alcalde me echó a tiempo de la capital, en 1960. Era una especie de alcalde de Zalamea, pero en maragato. Se lo cuento a esta santa madre para distraerla.
-Tampoco está ya tan mal visto lo de los alcohólicos, señora.
-Bueno, pues maoísta, le prefería maoísta. O rojo, de esos que hacen pintadas.
Ya me parece excesivo explicarle a esta señora que don Santiago Carrillo va a venir en seguida a casa de un amigo que tiene en La Mancha. Porque esta señora necesita sufrir por encima de todo, como casi todas las señoras, y sería cruel ahorrarle sufrimiento. Pero he vuelto de la sierra pensativo, en un tren de cercanías, entre chicos y chicas excursionistas, que cantan y se besan, considerando que el hijo objetor ha venido a ser para la familia española como la hija preñada de hace años. Estos hijos preñados de paz y amor a la humanidad, que se resisten a ir al Ejército, están matando a disgustos a las madres terribles de la raza.
Los hijos les salen objetores de conciencia y las hijas les salen objetoras al matrimonio. Recuerdo aquel cuento magistral de mi querido y admirado Miguel Mihura, donde a un matrimonio empiezan a nacerle niños noruegos. A la familia española le nacen hoy todos los chicos noruegos, progres u objetores de conciencia. Quien no lo razona es el padre de la criatura, este casto varón curtido en estraperlos, soficos, camiones, matesas, telares, aceites, redondelas, aviones y roscas de Navidad. i Ay!, estos hijos...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.