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Tribuna:
Tribuna
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Los últimos días de Saigón / 6

Phan Rang cae el 16 de abril. Plian Thiet el 20 de abril. Ham Tan el 22. Pero en Xuan Loc, los comunistas son contenidos por la 18.1 División. Se baten encarnizadamente para hacer saltar este último cerrojo que defiende Saigón. Es en vano, entonces lo desbordan. Es allí donde los sureños emplearán las famosas bombas de oxígeno CBW causando miles de muertos entre sus enemigos.Los comunistas disponen ahora de 120.000 hombres para el asalto a la capital del Sur, con divisiones que todavía no han sido empleadas nunca, todas norvietnamitas en un 90 ó 95 por 100.

Las causas de la derrota: la nulidad de la conducción sudvietnamita a la que corresponde sumar -para todos civiles y militares- el abandono con que asisten a la prolongación de una guerra interminable que deben hacer solos, sin el apoyo de los norteamericanos, que los han abandonado, en tanto del otro lado los soviéticos no dejan de aumentar su ayuda.

Mientras su ejército se desintegra, Thieu ha desaparecido. Se esconde, y todos se preguntan si inclusive no se habrá suicidado. De improviso reaparece a través de la televisión, el 4 de abril. Se comporta como un sonámbulo. Con su voz monocorde, sin que el rostro denuncie el menor signo de peligro o temor, declara que está decidido a defender lo que queda del territorio sudvietnamita y que espera, algún día, recuperar las provincias perdidas. Desmiente que exista un acuerdo tácito entre su Gobierno y el enemigo, o un arreglo entre las grandes potencias para entregar el centro del país a los comunistas, lo que su extraño comportamiento, en algún momento, pudo haber dejado entrever. Reafirma su determinación de no ceder jamás a los comunistas ningún territorio y de no aceptar tampoco jamás un gobierno de coalición con ellos.

Rechaza, en plena derrota, los acuerdos de París que, en última instancia, él mismo ha firmado; esos famosos acuerdos que fueron violados por unos y otros, sobre todo por los norteños, quienes los han aprovechado para bajar hacia el Sur con todas sus fuerzas de batalla: 20 divisiones, 600 tanques y miles de cañones de todos los calibres.

Pero los viets, gracias a. la propaganda, y a los amigos con que cuentan en todo el mundo, pueden permitirse el lujo de aparecer como víctimas cuando son en realidad los agresores, y de invocar los sacrosantos principios de la legalidad ahora que ya no cuentan para nada.

Thieu se obstina en su sonambulismo. Repite: «Un día recuperamos nuestros territorios perdidos, aunque eso nos lleve varios años».

Da su explicación sobre la derrota. El, por supuesto, no tiene nada que ver. Es todo culpa de una defección, de la falta de coraje y determinación de algunos comandantes de unidades.

Los desfallecimientos serán severamente castigados y las unidades que hayan combatido valientemente, recompensadas.

El rey está desnudo y nadie se anima a decírselo.

Continúa: «Contamos con los efectivos necesarios para combatir. Estamos reorganizando unidades y crearemos otras más grandes. Dispondremos de importante ayuda militar ... »

Thieu sigue creyendo en una intervención norteamericana, y que Ford mantendrá las promesas de Nixon.

«El pueblo de los Estados Unidos, dice, y el Congreso deben comprender que necesitan hacer algo para que el pueblo sudvietnamita no piense que sus aliados lo han abandonado ... »

Y de improviso, del fondo de su pensamiento, revela el secreto de su orden de retirada..

«Con los 700 millones de dólares de que disponemos en este momento, menos de la mitad de lo que se había previsto en las promesas de ayuda norteamericanas, Vietnam del Sur no puede defender sino la mitad de su territorio. Espero que, en el futuro, los norteamericanos se muestren más inteligentes. »

Extrañas reflexiones de un ganapán para gente que ya no está en el negocio.

«Señores de Washington, si ustedes me dan 1.500 millones de dólares, les conservo todo Vietnam del Sur. Por 700 millones no puedo defender más que la mitad. »

Ese domingo, 27 de abril, las noticias que nos llegan son cada vez peores. La ofensiva norvietnamita progresa en todas partes sin encontrar resistencia.

La 18.ª División, que ha resistido en Xuan Loc, ha debido replegarse completamente desorganizada, lo mismo que la 5ª., División. Para defender la capital no queda más que una división, algunos grupos de paracaidistas y algunos guerrilleros de las milicias católicas de Ho Nai.

Nos enteramos de la desaparición de Hoche y de Laurent. Uno de ellos podría estar herido, Hoche posiblemente, y Laurent ha perdido un tiempo precioso tratando de ayudarlo. No pudieron volver a su coche en tanto que el equipo de televisión lograba ponerse a salvo de las balas.

En una mesa cercana, los gendarmes comen con apetito. Nos ofrecen champagne para festejar el reencuentro. Felices de vivir, rebosantes de salud, bien peinados, nada asombrados de encontrarse en semejante destino. Las lindas vietnamitas les asedian con invitaciones, esperanzadas en un casamiento, que les permitirían abandonar el país.

Todavía hay más noticias. La ciudad de Long Thanh ha sufrido un bombardeo muy duro. Ha sido atacada la escuela de blindados. Se sigue peleando en Trang Bom, y la ruta cuatro que desciende hacia Mytho y el Delta está cortada en varios lugares.

El avión de Air Vietnam ha dejado de hacer escalas en Tan Son Nhut porque su piloto, un taiwanés, tiene miedo.

Paseo por el gran mercado. Puesto de las frutas. Encuentro todavía manzanas canela. Pero ya no viene nada más de Dalat. Se acabaron las fresas y las lechugas. Todo está en calma, apacible. Los olores de Saigón, esa mezcla de flores azucaradas, de menta fresca, de salsa de pescado, de carne asada y caldo de vaca. Se oyen las palmadas de los vendedores de sopa china. Chicas en motonetas, ceñidas como muñecas con sus pequeños guantes blancos, los anchos pantalones de seda negra, la túnica blanca; cuerpo andrógino, nariz minúscula, sonrisa lejana. Jóvenes «cowboys» con jeans, y el pelo largo. Patos a la laca aplastados como panqueques. Chorros de colores. Pomelos, naranjas, ananás, paquetes de campanillas de agua y esos gruesos frutos grumosos, picantes, que tienen tan feo perfume y son tan deliciosos. ¡Cómo amo a Saigón!

El cielo está inflado de nubes pesadas. Entramos en la estación de las lluvias. El aire está húmedo, cargado de electricidad.

La Asamblea Nacional se ha reunido a partir de la mañana. Después de diez horas de debate ha votado una resolución de dos puntos reafirmando su confianza en el presidente Huong, invitándolo a designar «una personalidad que, si se hace necesario, reemplazará al presidente para llevara buen término una misión de paz con dignidad y honor, y la aprobación de la Asamblea».

¡Siempre el estilo Pétain!

Esa personalidad no puede ser otra que el general Duong Van Minh. No se ve otro en la pista. El honor y la dignidad casi no cuentan; los comunistas están a las puertas de la ciudad. Y quieren castigarla. Es necesario actuar con rapidez. ¿Pero cómo se le puede hacer entender a esos muñecos?

Los generales han entregado un informe sobre la situación.

Están allí el general Cao Van Vien, jefe del Estado Mayor general, y Tran Van Don, ministro de Defensa, con el gobernador militar de Saigón y Binh, el jefe de policía.

Afirman que está todo perdido, que las últimas unidades han sido rodeadas y se desbandan, que es necesario pactar no importa a qué precio, y lo más pronto posible.

Pero la Asamblea no quiere al «gran Minh» y se resiste. No es uno de ellos. Todo el mundo prefiere ponerse ajurar fidelidad a la República, a la Constitución y a los grandes principios.

Tran Van Don interviene todavía una vez más. El «bordelés» Juega su papel de portavoz de Francia y defiende la política del embajador Mérillon, con el que está muy ligado. El provoca la decisión y se le otorgan al general Minh plenos poderes. El presidente Huong, apoyado en su bastón, abandona el sillón. Medio ciego, tropieza con un escalón.

La Séptima Flota cruza a lo largo de la costa de Vietnam. A su bordo, varios batallones de infantes de marina estarían preparados para desembarcar y defender un corredor, desde Saigón al cabo Saint-Jacques, por el cual escaparían los últimos norteamericanos, cerca de 2.000, y 100.000 sudvietnamitas listos para seguirlos.

Pero los comunistas están frente al cabo Saint-Jacques después de la caída de Han Tan.

No creo que los comunistas estén dispuestos a tratar con el general Minh.

Se han quitado la careta y no les importa en absoluto los tratados de París, que han sabido utilizar para preparar su ofensiva.

Si el general Minh hubiese llegado al poder ocho días antes, cuando la derrota no se había consumado y Xuan Loc todavía resistía, es probable que los del Norte hubiesen aceptado un arreglo. Ahora no lo necesitan. La ciudad es ele ellos: no tienen más que tomarla y no van a buscarse complicaciones pidiendo permiso.

¿Quién es Minh, ese hombre que se ha pasado la vida esperando? No es verdaderamente el jefe de los neutralistas o de la Tercera Fuerza. Es un símbolo, una bandera, pero que ha permanecido mucho tiempo doblada en un ropero. Minh ha sido siempre Naguib, nunca Nasser.

Se han servido constantemente de él. No siente el gusto del poder, se desinteresa rápido y se aleja. Ha permitido que un cretinito como Khanh lo hiciera a un lado. Sin defenderse, a pesar de que podía. Minh es simpático, honesto, desinteresado, pero no tiene el menor carácter. El último que habla es siempre para él quien tiene razón. Ama sinceramente a su país, blandamente. Es prudente: por pereza tiene miedo de hablar, porque tampoco sabe muy bien lo que tiene que decir. Rodeado de consejeros que juegan su propio partido quisiera ser De Gaulle, pero no será nada más que Giraud.

En 1955/56 está junto a Diem por su adhesión a la legalidad y no por simpatías personales. Es él quien dirige la lucha del ejército contra las sectas político-religiosas porque juzga que no debe existir más que un solo ejército en Vietnam del Sur. Las sectas, con sus bandas armadas, chocan a este correcto militar de formación francesa.

Recuerdo una discusión que tuvimos detrás de un parapeto. Me decía: «En definitiva, es espantoso. ¿Por qué Francia sostiene esas sectas? En. un país no debe haber más que un ejército, de lo contrario es el desorden. Me lo enseñaron mis instructores franceses».

En 1957 se convirtió en uno de los primeros generales de división de Vietnam. Es muy popular en el ejército a causa de su bonhomía y de sus amabilidades. Es íntegro, una cualidad que en el ejército de Vietnam del Sur es ya bastante rara.

El 11 de noviembre de 1960 no está complicado en el golpe de Estado contra Diem. Se comenta que espera su hora.

Tres años más tarde encabeza el «putsch» que derriba al régimen porque lo obligan a empujones. Como se lleva bien con los complotados -son todos amigos suyos-, los sigue. Se le nombra presidente del Consejo militar revolucionario y se transforma así en el jefé del Estado. Lo derriban el 31 de enero de 1964. Ha permanecido en el poder apenas dos meses.

En ese tiempo lo veía a menudo. Le preguntaba: «Pero, en definitiva, ¿qué es lo que va a hacer?, ¿qué quiere hacer?»

Invariablemente respondía: «No sé».

Continuará

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