Carlos Gardel, cantor de protesta
Por supuesto que no fue el primer cantor de tangos, pero sí el más difundido y uno de los argentinos más conocidos internacionalmente. Es que Gardel creó una nueva forma de cantarlo, sentando las bases que seguirían, casi sin excepciones, los cantantes de generaciones posteriores.Desde el estreno de Mi noche triste, de Pascual Contursi, realiza un aporte revolucionario. Frente a algunos críticos que lo acusan de haber cantado durante las campañas electorales para los caudillos conservadores, vale mucho más esa extensa crónica que es su repertorio, en la que relata las miserias y dramas de Buenos Aires, y el haber promovido a los poetas reales de su ciudad: Celedonio Flores, Pascual Contursi, Enrique Cadícamo, Enrique, Santos Discépolo y muchísimos más. Hay en la elección de sus canciones un fuerte compromiso con la realidad cotidiana, en las que está presente la poesía de típico corte anarquista, frecuente en su época. Así, el tango, aquella mezcla milagrosa de ritmos hispanos y centroamericanos, de tanguillos andaluces y habaneras, que acompañó el nacimiento del siglo y que en sus letras había dado cuenta de la picaresca popular, dejaba paso a versos como los de Vida amarga, de Eugenio Cárdenas: Mudo de pena me quedo/ cuando llega la pobreza / hasta la mísera pieza / de un pobre trabajador. / Y quisiera que mi vida / en oro se convirtiera / para que nadie bebiera / las hieles del sinsabor.
En 1930, en medio de la crisis que afectaba a su país agro-exportador, cantaba Pordioseros, de Barbieri: Me rebelo ante el destino cruel / que miserias y dolores da / y apenado me pregunto / ¿dónde está la caridad? / ¿Dónde se halla el gesto altruista / que de grandezas se puebla, / si a los que andan entre nieblas / no se les tiene piedad?
La propuesta de Gardel fue expresada en 1931 en un reportaje para la revista uruguaya Cancionera: «Siento devoción por el tango. Creo en él siempre que se den argumentos reales». Y no desdeñó la protesta ni el mismo ateísmo rebelde de aquel tango grabado ese mismo año: Yo quiero morir conmigo / sin confesión y con Dios / crucificao en mis penas / como abrazao a un rencor.
Dos años más tarde, en 1933, en Europa, Hitler comienza la campaña antisemita, crea los campos de concentración, abandona la Liga de las Naciones y se retira de la Conferencia del Desarme. Gardel compone y graba Silencio, un alegato contra la guerra. En septiembre de ese mismo año, poco antes de filmar sus últimas películas, estrena Al pie de la Santa Cruz, de Battistella y Delfino: Declaran la huelga, hay hambre en las casas / es mucho el trabajo y poco el jornal / y en ese entrevero de luchas sangrientas / se venga de un hombre la ley patronal.
Por cierto que ésta ha sido una línea de su producción, no la única -Gardel promovió e interpretó todo el registro del tango-, pero que explica el porqué de la comunicación con su pueblo, del que emergió, que hoy lo honra afirmando que El Mudo -Gardel- canta cada día mejor.
En Europa seguimos conservando del tango aquella visión romántica fundada con la llegada del cine sonoro y por aquellas incursiones porteñas a un París alegre y despreocupado. Sin embargo, aquel rico folklore urbano nació en los conventillos -chabolas- en que se hacinaban los criollos desplazados del campo por las nuevas formas de explotación rural, junto a los inmigrantes fracasados -aquellos que no eran artesanos especializados- que comenzaban a descubrir que la América no era el paraíso que habían soñado. Miseria, anarquismo y socialismo, en una ciudad que queriendo parecerse a las europeas deseaba mostrarse progresista, fue la levadura que nutrió al tango-canción. Carlos Gardel, un porteño arquetípico, fue quien -en la canción- supo sintetizar esa realidad. Ese fue su aporte a la cultura popular.
Babelia
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