Crónica en imágenes de Roma
Para Fellini, Roma es el mundo todos los caminos van o han ido a ella, todo nace y acaba allí, el amor el dolor, la alegría o la muerte. El mismo acabó en ella un día, recién llegado de su provincia, y en Roma quedó, haciéndola protagonista favorita de la mayor parte de su películas, identificándose hasta tal punto con ella que hoy es difícil imaginarlos separados, divorciados a los dos, tras tan largo y fecundo maridaje.La mayor fortuna que puede caber a una ciudad es verse ligada a un nombre en el mundo del arte, y en el caso de Roma, su último nombre hoy, más allá de Moravia o Pasolini, es éste a quien se debe la crónica en imágenes que su nombre lleva. Fellini, sin embargo, al hacerla símbolo del mundo, ha huido de una versión naturalista incluso de anécdota y hasta de personajes; ha construido un documental fantástico, en el que fantasía y realidad se confunden, al amparo de sus propias vivencias.
Roma
Guión: Federico Fellini y Bernardino Zapponi. Fotografía: Giuseppe Rotunno. Música: Nino Rota. Dirección: Federico Fellini. Principales intérpretes: Peter González, Stéfano Miore, Pía de Doses, Renato Giovannoli, Fiona Florence, Britia Barnes, Anna Magnani, Federico Fellini. Italia, 1972. Fantasía. Local de estreno: Minicine 2.
Ciudad fingida y real
Aquí está, pues, el Fellini recién llegado a la ciudad, las pensiones tantas veces conocidas en otros filmes y, sin embargo, vistas a través de un cristal decadente y distinto, los prostíbulos, los teatros de variedades, una ciudad camino de su fin que la mirada del artista observa y nos ofrece a su vez, aceptándola tal como es, con pie dad o deleite, como quien analiza un cuerpo vivo con la muerte ya comiéndole por dentro. A través de sus imágenes, esta Roma capital del mundo, gran carroña del mundo, se nos ofrece en trance de morir, no como Venecia de sombría melancolía, sino en un rictus equívoco de alegría que esconde rincones de miseria, mascarones vacíos desde siglos atrás y gentes sobre las que aún pesan, aunque a veces lo olviden, tal acumulación de ruinas, calles, templos, afanes y creencias. Fellini, como la ciudad misma, a través de sus lugares y sus fechas, es, a veces, torpe o experto, moderno o riguroso, profundo o fácil, según el tema le resulte afin o no, según le toque a fondo en su poso de experiencias personales. Así, es moderno en la carrera por la autopista, bajo la lluvia, crítico en sus pensiones y burdeles, ingenuo en la Roma rescatada en las obras del Metro, sombrío en los motoristas que corren como mensajeros de muerte en torno de la vieja osamenta del Coliseo.Entre el ayer y el hoy, entre los recuerdos del propio autor y el presente vivo aún al alcance de cualquiera, va la historia de esta ciudad fingida y real, barroca y decadente en su forma exterior y a la vez vacía, hueca, desde siglos atrás como los modelos para eclesiásticos de su desfile discutido. A través de esas modas para altos dignatarios, se nos viene a sugerir otro vacío más profundo y universal, el de la propia Iglesia de los años infantiles.
Incluso en sus momentos más banales, el autor no copia la realidad, la recrea. Como en todos los artistas a la vez populares y auténticos, la realidad es él, en sus imágenes y su capacidad para elevar a categoría universal el mínimo acontecer de los hechos cotidianos. Todas estas pequeñas Romas que a lo largo del filme desfilan, llegan a ser así, al final, la gran Roma de todos los tiempos, espejo de la Historia, una ciudad ficticia y a la vez, más verdadera que la otra, difícil de separar ambas ya, según nos las ofrece uno de sus autores más asiduos, Federico Fellini, ilustre vitellone.
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