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"Aplicamos justicia a favor de los pueblos contra el imperialismo", dice el presidente de Angola

Juan Cruz

El presidente de Angola, Agostinho Neto, confirmó el pasado viernes la sentencia de muerte para los cuatro mercenarios que combatieron contra los soldados del MPLA. La confirmación produjo gran perplejidad en todo el mundo. El presidente Ford, se mostró ayer «sorprendido» y anunció que los Estados Unidos apelarán a Neto para que conmute la sentencia en un gesto de «justicia y humanidad». Además el senador Charles Mathias salió ayer para Luanda con la finalidad de pedir el indulto de uno de los mercenarios capturados, Daniel Gerhart, de nacionalidad norteamericana. No se cree que estas peticiones de clemencia tengan más éxito que las de la reina de Inglaterra y el primer ministro, Callaghan.

La confirmación de las sentencias de muerte de los cuatro mercenarios que serán ejecutados en Angola sorprendió en Gran Bretaña. Se esperaba que la petición de clemencia de la reina de Inglaterra surtiera algún efecto sobre el presidente angoleño. Se critica a Neto por no haber comunicado a la soberana, al menos, qué decisión iba a tomar. Los que parecen justificar más la ira del pueblo angoleño, que fue el que en definitiva impulsó a Neto a confirmar las sentencias, son los abogados británicos que actuaron como defensores de los condenados. Uno de ellos dijo ayer: «Comprendo la ira del pueblo de Angola, que fue conducido a una guerra terrible, creada en gran parte por fuerzas ajenas a su país, pero la verdad es que tenía la esperanza de que los angoleños se mostraran más tolerantes con estos cuatro mercenarios».El mismo abogado explicó que espera que la orden de ejecución se retrase al menos durante seis meses, para darle tiempo al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya a manifestarse sobre el caso.

En Londres se sigue insistiendo en que Neto no tuvo en cuenta que ser mercenario no es un delito tipificado en las leyes británicas o internacionales. En las de Angola tampoco lo era, cuando los mercenarios cometieron sus crímenes. Diversas organizaciones, entre ellas Amnesty International, se dirigieron ayer a Neto para que volviera sobre su decisión. Ya parece legalmente muy difícil que lo pueda hacer.

Un mito destruido

Angola podría ser ahora la tumba de los mercenarios. Antes fue su refugio. Biafra, decía un comentarista inglés antes de que Neto confirmara las sentencias, destruyó el mito de la invencibilidad de los mercenarios blancos en Africa. Angola mostró la tentación mercenaria tal como es: desarrapada, suicida y, sobre todo, ineficaz.

Es sintomático que esto se demostrase en Angola, donde se refugiaban los mercenarios que, al principio de los años sesenta, convirtieron al Congo en un país «dividido en tribus, presa de los caprichos extranjeros».

Según la explicación que él mismo le dió a la confirmación de las penas de muerte, la decisión de Neto fue fundamentalmente política y tiende a borrar del mapa del mundo el fenómeno de los mercenarios. «Aplicamos la justicia de este modo no sólo en nombre de nuestro martirizado pueblo, sino en beneficio de los pueblos hermanos de Namibia (Suroeste de Africa), Zimabwe (Rodesia) y de todos los pueblos del mundo contra los que el imperialismo prepara ya nuevas agresiones mercenarias».

El proceso contra los mercenarios era también, y así se dijo desde que comenzó, un proceso contra los países que los hicieron posibles. Gran Bretaña no les puso dificultad alguna para su salida del país. «¿Qué hubiera hecho el Gobierno de Londres, se preguntaba un comentarista, si estos mercenarios, en lugar de intentar dirigirse a Angola, se hubieran querido salir hacia el Ulster, para luchar contra las tropas inglesas estacionadas allí?». Estados Unidos aprobó la ayuda económica para apoyar al FNLA, y a Unita, que eran los dos grupos rivales del triunfador MPLA de Neto. La ayuda fue considerable y se distribuyó a través de Bruselas. La CIA, según reveló, estuvo implicada no sólo en la canalización de ese apoyo económico sino en el propio reclutamiento de mercenarios. Lo que Angola quería era una respuesta política, una reacción que «creara la atmósfera necesaria para hacer posible el indulto». Pero ni Londres ni Washington tomaron otra actitud que la de pedir clemencia. Sin una declaración paralela de condena a la significación de los mercenarisos, era improbable que Neto le hiciera caso incluso a la reina de Inglaterra, porque, en definitiva, «los acusados de Angola fueron utilizados para demostrar un fenómeno, no para lavar culpas particulares».

El ministro de Información angoleño dijo una vez a los periodistas británicos: «Los veo a ustedes excesivamente preocupados por los individuos».

De todos modos, los casos individuales sirvieron durante el proceso para verificar una situación social. Los abogados defensores y los propios mercenarios explicaron su pasado: pocos tenían familia. Otros eran apátridas, alguno estaba mutilado, y uno, el famoso coronel Callan, enloqueció al final del juicio. El mutilado, McKenzie, y el esquizofrénico, Callan, están condenados a muerte.

Hipocresía entre los que protestan

Los que ahora protestan por el desarrollo del juicio y por su desenlace, comentaba una revista moderada de izquierdas, New Statesman, de Londres, «muestran la misma hipocresía que en Gran Bretaña mostró el portavoz conservador de Exteriores, Maudling, que se manifestó contra las penas de muerte en Angola después de votar muchas veces por la pena de muerte en su propio país». En el mismo editorial, publicado antes de la confirmación de las penas, New Statesman, decía que los que ahora condenaron a Angola son los mismos que apoyaron a Sudáfrica para que colaborara en el desmantelamiento del MPLA.

Los abogados defensores de los británicos sentenciados tenían la esperanza de que la actitud inglesa se clarificara mientras Neto consideraba el veredicto del tribunal. Pero no fue así. Por una lado, en el Parlamento, el ministro de Exteriores, Crosland, reconoció que ser mercenario «no es un delito», según ninguna ley escrita. El ya citado Maudling acusó al Gobierno de Luanda de usar a los mercenarios como objetivo de un represalia política. E incluso se remontó a la historia de España para insinuar, con carácter retroactivo, que la pena de muerte que se impuso a los mercenarios pudo ser impuesta también a los laboristas ingleses que lucharon en nuestra guerra civil.

El New Statesman que ya citamos antes, se refirió también a la guerra española, aunque en términos muy diferentes. «Si la guerra de Angola iba a ser embarazosa para el Gobierno británico o para alguno de sus aliados, ¿quién duda que la ley de reclutamiento en el extranjero debía haber sido desplegada, del mismo modo que fue desplegada contra los que querían tomar el lado de la República en la guerra civil española?»

En Londres no se explicó por qué los mercenarios condenados ahora salieron de los aeropuertos ingleses apenas sin papeles: tampoco se explica por qué continúan los reclutamientos de mercenarios en diferentes partes del país y por qué uno de los principales organizadores de esta clase de milicia montó una operación que tiende a formar una especie de ejército privado anticomunista, «cuyos miembros trabajarán gratis».

En estas condiciones, parece que Neto tuvo más en cuenta el propio continente africano, al considerar las sentencias, que la posibilidad de entablar lo antes posible relaciones diplomáticas con Gran Bretaña. Como señalaba un articulista de The Times, «el pelotón de fusilamiento puede producir una imponente protesta pública y hacer muy remota la posibilidad de entablar tales relaciones».

Neto pierde oportunidades

La primera oportunidad que tuvo Neto de aproximarse a ese reconocimiento diplomático mutuo fue cuando recibió la petición de clemencia del primer ministro Callaghan. Luego, cuando la reina le envió la suya. En ninguna de las dos ocasiones Neto se dignó responder. Si lo hubiera hecho en el segundo caso, hubiera tenido que enviar su mensaje a Estados Unidos, donde está ahora la soberana inglesa y de donde es el cuarto de los condenados a muerte, Gearhart, acusado en Luanda de ser un mercenario enviado por la CIA a la guerra civil angoleña.

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