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Agradecimiento a los liberales

Con frecuencia he pensado en el absoluto desconcierto e incapacidad para la convivencia a que había llegado nuestro país después de la guerra, de no ser por los liberales. Liberales que estuvieron en ambos lados y no perdieron ni la mentalidad ni la conducta liberal, vivas en nuestro país desde las Cortes de Cádiz, vistieran el uniforme que vistieran y ocuparan el cargo que ocupasen. Liberales de derechas o de izquierdas, monárquicos o republicanos, que heredaban una larga tradición según la cual el respeto y buen entendimiento definían y condicionaban la vida pública.Por lo común, los liberales han sido conservadores pero con suma capacidad para aceptar o provocar cambios, incluso en las formas de gobierno, cuando sus principios así lo aconsejaban. Liberales conservadores que no temieron a la República y que defendieron, mientras ésta fue eficaz, a la Monarquía constitucional. En los años difíciles de la posguerra inmediata, en cualquier institución, siempre aparecía la persona que sobre los prejuicios y los dogmatismos, o a pesar de unos y otros, entendía al prójimo, te ayudaba y se esforzaba porque sobreviviese y se apreciase la buena voluntad, el talento, la capacidad creadora o simplemente la mínima justicia necesaria para que la crueldad y el miedo no ejerciesen un dominio absoluto.

La Universidad sobrevivió y se mantuvo con cierta dignidad gracias a un grupo de profesores liberales que evitaron se convirtiese en un instrumento del dogmatismo o de los intereses que el dogmatismo protege. Lo mismo ocurrió con las revistas, con algunos periódicos diarios y, en general, con las instituciones que, de un modo u otro, tenían mayor contacto y responsabilidad con relación a las formas más espontáneas de la cultura y de la convivencia.

Me parece que ha llegado el momento de que alguien, aunque sea una voz modesta, y hasta cierto punto marginada, agradezca públicamente a los liberales lo que han hecho y lo que hacen por nuestro país. No hay estructura social en la que el espíritu liberal no haya sobrevivido; en muchos casos incluso se ha recreado, y hoy tenemos pruebas fehacientes de ello. No está de más, repito, testimo

niarles agradecimiento, y me parece especialmente oportuno que lo haga un socialista que no ha ocultado su vinculación con el marxismo en cuanto concepción del mundo.Y cuando me refiero a los liberales de modo tan amplio no me estoy refiriendo a quienes defienden un programa político concreto, sino a los que, conscientes o no de ello, se niegan a aceptar cualquier dogmatismo como principio rector de las relaciones de convivencia.

En este sentido el liberal acepta los compromisos sin elevarlos nunca a principio excluyente y lo que pide a cambio es que los demás hagan lo mismo. Desde este supuesto, aunque se vistiese camisa azul y se hubiese combatido con el ejército de Franco, el liberal seguía siendo liberal y era muy capaz de extender la mano a uno del otro bando y ofrecerle su ayuda si creía que la merecía. Así ocurrió que ensayistas, poetas, teóricos a los que se llamaba rojos no fuesen totalmente excluidos y pudieran, en el seno de una cultura que pretendía interpretarse como «servicio», ayudar a que la mentalidad libre no se extinguiera y se transmitiese. Repito que los liberales se definen a mi juicio. fundamentalmente, por participar en una cultura que no está cercenada por el dogmatismo. Más que un principio político o económico, el liberalismo que ha permanecido y permanece en España y que subsiste en Europa es, sobre todo, un principio cultural que se formula en cada individuo como una educación que le lleva a no temer la libertad de los demás En este sentido Occidente sigue siendo liberal y el liberalismo se ha integrado en los elementos permanentes de la cultura occidental. Si como concepción política es sólo una parcela y como concepción económica es difícil de mantener, como principio cultural está ya integrado, por el proceso dialéctico de la historia, en lo que define a la cultura de nuestro tiempo, al menos en el ámbito de Occidente.

En todas partes se encuentra un liberal de esta índole y en este sentido me parece que son muchos los que, aun manteniendo credos políticos y situaciones sociales muy diferentes, se podían llamar liberales. Hay banqueros y hombres de negocios liberales porque no han dejado de cultivar su inteligencia de acuerdo con la cultura superior y más extensa de nuestro tiempo. Son los que aceptan el diálogo con un marxista y los que entienden que la banca y, en general, las finanzas, tienen que ser un instrumento que beneficie a todos si se quiere que la convivencia sea pacífica tanto psíquica como materialmente. Se trata de liberales que entienden que si las instituciones económicas privadas se ponen al servicio del dogmatismo de los intereses, fundamento del dogmatismo de las ideas, es inevitable que esas Instituciones privadas dejen de serlo, y quizás violentamente.

Los liberales no sólo han permitido que, a pesar de todo, el agua de la vida nacional no se haya podrido, sino que han mantenido un principio de honradez fundamental que ha sido, en última instancia, el que, dentro de la corrupción más general, ha fomentado la protesta en los niveles más cultos y reponsables llegando, en algunos casos, a convertir abiertamente la protesta en voz baja o cautelosamente ejercida en público en escándalo que ha desvelado los mecanismos de la corrupción.

Lo que, por razones que están en la mente de todos, no podía hacer el proletariado ni los que defendían posiciones políticas de mayor radicalismo lo han hecho y hacen los liberales. Gracias a ello y a esa especial síntesis de tradición cultural y honradez respecto de los valores, el enmascaramiento de la corrupción económica no ha sido total. Hoy mismo están dando testimonio de este civismo de vanguardia frente a las intrigas y corruptelas de los defensores o herederos del dogmatismo.

Los liberales continúan siendo uno de los sectores más vivos y necesarios en nuestra vida cultural y moral. Quizá también de nuestra vida política, hasta tanto que la corrupción desaparezca y el liberalismo se constituya en un modo de conducirse generalizado y, compartido, sin que pueda atribuirse como condición especial a un grupo o a un estrato social.

Alguien -y discúlpeseme la reiteración- tenía que dar las gracias a los liberales y hacerlo de modo público y de modo que quedase constancia. Me satisface ser quien se haya anticipado a hacerlo y que sea en las páginas de un diario liberal, respecto del cual los demócratas tenemos motivos inmediatos de sincero agradecimiento.

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