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El Congreso de Cultura Catalana, vieja aspiración de la oposición democrática

La celebración de un Congreso de Cultura Catalana es una vieja aspiración de los medios intelectuales de la oposición democrática. Hubo incluso, en 1964, una especie de ensayo general clandestino (preparado durante más de dos años, con 300 asistentes y 33 ponencias), bajo la presidencia de Jordi Rubió, patriarca indiscutido de las letras catalanas, y del abad Escarré. Esa aspiración ha seguido viva, luego, especialmente a través de las actividades de la llamada Asamblea de Montserrat (la Assemblea permanent d'intelctuals catalans).No es extraño, así, que cuando el Colegio de Abogados de Barcelona hizo pública la convocatoria del Congreso de Cultura Catalana, llovieran espontáneamente tantas y tan valiosas adhesiones: el Institut d'Estudis Catalans, las tres universidades, el Omnium Cultural, el Orfeó Catalá, el monasterio de Montserrat, el F. C. Barcelona, todos los colegios profesionales y las asociaciones de vecinos, decenas de ayuntamientos, hasta sumar más de mil entidades.

El solo hecho de plantearse la necesidad de un congreso de cultura catalana implica ya un reconoc¡miento y, por tanto, una denuncia de la situación de anormalidad en que se encuentra la cultura catalana. ¿A qué persona en su sano juicio se le ocurriría, en efecto, celebrar un congreso de cultura alemana o de cultura rusa?

El Congreso pretende fomentar la búsqueda de la propia identidad nacional y la plena normalización de la cultura catalana. Para ello se propone actuar en dos planos diferenciados, pero complementarios: en el de la sensibilización popular y cívica (con la promoción de campañas, como la del uso oficial de la lengua catalana o la de reivindicación de un canal de televisión en catalán) y en el de la actividad científica y académica (con los veinte ámbitos de trabajo, en torno a los cuales están trabajando ya -sólo en Cataluña- unas 5.000 personas, y que constituye, de hecho, veinte congresos paralelos: Lengua, Estructura educativa, Investigación, Historia, Estructura social, Derecho, Instituciones, Ordenación del territorio, Economía, Estructura sanitaria, Industria, Agricultura, Navegación y pesca, Turismo, Producción artística, Antropología y folklore, Deporte y ocio, Medios de comunicación, El hecho religioso y Proyección exterior de la cultura catalana).

El Congreso debe entenderse como un proceso que ya ha comenzado, que ha de contribuir a la toma de conciencia colectiva de un pueblo y a la normalización de una cultura milenaria. En el curso de este proceso se elaborará un auténtico Memorial de agravios que sirva para explicarnos y para explicar al mundo las trabas y las dificultades que han impedido el libre desarrollo de nuestra cultura. Además, el Congreso ha de ser capaz de formular las líneas genera les de política cultural que un futuro gobierno democrático deberá plantearse. En este sentido es inevitable que haya, para cada ámbito, diversas alternativas, pues diversas son también las posiciones políticas e ideológicas de los que participan en el Congreso.

El marco geográfico es, por supuesto, el espacio físico y humano en que existe y se desenvuelve la cultura catalana, es decir, el espacio que desde hace unos años designamos con el nombre de Países Catalanes: Cataluña, País Valenciano, Islas Baleares, Rosellón y Andorra.

Entre los actos públicos que el Congreso ha promovido para popularizar y difundir la idea del Congreso (y también para obtener fondos de financiación de las actividades previstas) destaca el festival de canción que iba a celebrarse en el estadio del F. C. Barcelona el próximo día 11 de julio, bajo el lema de Cançons del món per a un poble (Canciones del mundo para un pueblo). Ese festival -que pretendía reunir, junto a Raimon y Lluis Llach, a cantantes extranjeros de prestigio reconocido (Pete Seeger, Leo Ferré, Angel e Isabel Parra y José Alfonso)- ha sido ahora prohibido por el Ministerio de la Gobernación. No es que nos sorprenda a estas alturas ninguna prohibición. Pero conviene que se entienda esta verdad elemental: si el Barça es más que un club, el Congreso es más que un congreso. De esto no se han enterado las autoridades gubernativas, las cuales, como la Castilla de Machado, desprecian cuanto ignoran. Detrás del Congreso -que nadie se llame a engaño- hay, de un modo u otro, todo un pueblo especialmente sensibilizado respecto de su cultura. Prohibir el festival es poner trabas al Congreso, mostrar que la represión contra la cultura catalana continúa formando parte de la vida cotidiana. Sólo que en este momento la prohibición es un acto de autoritarismo inútil.

Porque el Congreso está tan arraigado en la realidad social de los Países Catalanes que nadie puede impedirlo. Las dificultades administrativas pueden entorpecer momentáneamente su marcha, pero sirven para demostrar todavía más su necesidad.

En el contexto actual el festival poseía una connotación inevitablemente política: habría sido, sin duda, un acto popular de afirmación catalana. Pero si esto aún se considera subversivo, está claro que a los catalanes no nos interesa el modelo de democracia a la española que quieren imponernos. El incidente nos enseña, en cualquier caso, si todavía hacía falta, que toda perspectiva de futuro civilizado pasa, no por las promesas reformistas, sino por la realidad democrática, es decir, para expresarlo abreviadamente, por la libertad, la amnistía y el estatuto de autonomía.

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