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Tribuna
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El alcohol: la droga indultada

De 500 alcohólicos estudiados por F. Lenar, el 28,6 por 100 de ellos murió, otro 29,6 por 100, bebiendo lo mismo, no llegó a su autodestrucción y un 11 por 100 dejó de beber. ¿Por qué esa diferencia?Porque no puede hablarse de alcoholismo. Hay tantas clases de alcoholismos como de existencias. Cada existencia personal tiene su historia familiar, de tribu y social. Cada alcohólico bebe por motivaciones distintas.

Los alcohólicos reaccionan en sus sentimientos como niños de cortísima edad. Al igual que todos los adictos no toleran la tensión, tienen poca resistencia a las frustraciones, no pueden demorar su cólera o sus afectos. Otros necesitan del tóxico para poder expresar lo mejor de sí mismos. Por autoprohibiciones internas no pueden manifestar emociones ni impulsos, cuando están en su sano juicio, y acuden al narcótico para ser ellos mismos.

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Lo que más sorprende del alcohólico es su intensa culpabilidad por serlo. Esta es una de las causas por las que busca su propio fracaso, el ridículo o el castigo.

El alcohólico suele ser presa de una tensión aliviada por el alcohol, aunque otros la alivian con grandes almacenes, la velocidad, el cigarro, la intriga... Este sufrimiento que ellos calman con alcohol, vuelve agravada por sus afectos tóxicos.

El alcohol provoca en la mayoría de los casos depósitos de grasa en el hígado que termina en cirrosis produciendo la muerte. En otros, la supresión de la droga o su exceso provoca el delirium tremens, Tests motores, intelectuales o de la capacidad de percepción han mostrado que sufren de deficiencias en estas aéreas. Esto explica su inmadurez emocional y la incapacidad de reconocer sus límites quedando a la merced exclusiva de las emociones y las variaciones del estado de ánimo. En el caso de la mujer, la intoxicación crónica, en un 50 por 100 de los casos, provoca nacimientos con microcefalia, subriormalidad, anornalías articulares, malformaciones cardíacas o genitales, fisuras palatinas.

El alcohólico es un adicto. Pero ¿acaso cada uno de nosotros no tiene una adición: la comida, el trabajo, el tabaco, el sexo o la política? Somos seres débiles psíquicamente hablando. Compensamos nuestra debilidad y fragilidad como podemos. No hay que acusar -a nadie de ello. Nos bastaría con comprenderlo.

Pero hay entre esas adiciones muchas que van a causar directamente la propia muerte, microsuicidio a microsuicidio, copa a copa, cigarro a cigarro, ... En el alcohólico, ese 28,6 por 100 que muere, muere porque su inconsciente lo quiere así y su metabolismo hepático y general no lo impide. Todos los días se demuestra cómo los seres humanos, con su conducta, buscan la propia muerte: la profesional, la amorosa, la social. Después, en un epílogo brillante, se suicidan con su propio automóvil, su última copa, o el último cigarro.

Estudios serios sobre nuestro comportamiento hay pocos. El hombre tiene poderosas resistencias inconscientes a saber la verdad de si mismo o la verdad de los demás. Los conflictos que llevan al alcohol son los mismos que llevan a las otras adiciones. Generalmente todo empieza en una falta de identidad que convierte al individuo en incapaz de decir que él no bebe en una fiesta, como se es incapaz de decir que las flores son el mejor regalo, o que a uno le gustó Heidi. Sólo un motivo: falta de identidad.

Otras causas son las fijaciones, es decir, estancamientos en formas de comportamiento emocional, correspondientes a los primeros meses del desarrollo humano.

También se puede tratar de formas de escape de la esposa o del esposo que a su vez son espejo de los propios padres. Personajes amados, temidos y odiados a un tiempo. En ocasiones hay un deseo de inserción en una comunidad en la que no son capaces de integrarse, por los propios conflictos psíquicos.

En el fondo, todos estamos sumidos en la adición de progresar, triunfar, ganar dinero, consumir... Soportamos como borregos en las siestas de agosto, como la televisión nos desafía a que bebamos más de una docena de veces diarias porque necesita dinero para producir horas televisivas.

Ante tanta tragedia no comprendemos como se siguen utilizando estos conflictos latentes del alcohólico para vender más alcohol. Se le hace consumir basándose en los conocimientos que se tienen sobre su inconsciente, llamándole más hombre cuando está inseguro, dándole a entender que tiene más potencia cuando precisamente la potencia sexual es de las primeras cosas que el tóxico perturba.

Sí el televidente desconfía o se defiende de la seducción, la publicidad le asegura que se trata de un tóxico sincero, una sincera bebida, o explota sus conflictos con la mujer, asociándola con la botella.

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