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FESTIVAL DE CANNES

Los "ciclos paralelos" salvan la pesadez del programa

La desmesurada duración del Festival es la verdadera causa de que el programa sea insoportable a veces. Gracias a los ciclos paralelos -repartidos geográficamente en torno a los locales de la calle Antibes, paralela también a la avenida de la Croisette, donde están situadas las organizaciones del Festival- puede uno componerse una lista personal que remedie los errores del certamen. La quincena de los realizadores es una de las manifestaciones más prestigiosas y combativas dentro de estas selecciones marginales integradas más o menos en el conjunto, pero este año se aprecian síntomas de cansancio en los responsables, con reiteración de nombres y obras ya consagrados -Oshima, Kluge, por no citar más que dos- que deberían pasar al escalafón oficial al tratarse de autores que no necesitan ningún apoyo para mantener una continuidad en su carrera. En este sentido, se puede hablar de agotamiento de una fórmula contestataria que tuvo su razón de ser hace unos años, pero que debería remozarse para continuar vigente.Entre los últimos filmes programados por esta quincena destacaría dos: Su nombre de Venecia en el desierto de Calcuta, de Marguerite Duras, y El radical Fernando, de Alexander Kluge. Ambos iniciaron su carrera como escritores y, al cabo de algunos tanteos, acabaron abandonando la literatura por completo para dedicarse exclusivamente a la realización cinematográfica. La antigua guionista de Resnais en Hiroshima, mon amour, continúa en una línea experimental casi pura, y el título que nos ocupa llega a las últimas consecuencias del camino comenzado por Canción india el ano anterior. Duras construye su filme como un largo itinerario en torno a tihas ruinas, con la misma,banda, sonora de aquella obra y ausencia total de personajes humanos en las imágenes mientras sus voces y los ruidos ambientales evocan un mundo imaginario con sorprendentes resultados estéticos.

Alexander Kluge se sitúa en una postura rabiosamente distinta y su película, constituye un ensayo satírico sobre la figura de un comisario de policía obsesionado por los problemas de seguridad. La historia sobrepasa sus apariencias irónicas para convertirse en un amargo análisis de la falta de libertad en una sociedad aparentemente sin ataduras.

Alexander Astruc ha presentado también, en la sección El aire de los tiempos, Sartre por él mismo. El filme, dividido en dos partes, la primera hasta 1940 y la segunda hasta nuestros días, incluye entrevistas con el autor de las palabras, trozos de archivo sobre los acontecimientos históricos más importantes de esta época, además de secuencias originalmente rodadas. Hablar de testimonio sobre nuestro tiempo a propósito de este trabajo del antiguo teórico de la cámara como pluma disponible para toda tarea creadora (la camera-stylo) sería disminuir con un sentido neta mente utilitario una importante contribución a la historia de la cultura que se basta a ella misma. Sartre ha participado en ella como actor y cómplice, podríamos decir, permitiendo unos resultados absolutamente fascinantes, cuya exhibición debería ser obligatoria en todas las Universidades, y centros educativos del mundo.

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