Las meigas querían torear
Las meigas querían torear el domingo. Y a punto estuvieron de hacerlo. Porque si el último de la tarde salía del chiquero a las nueve y diez minutos, el presidente de la corrida no accedió a que se encendieran las luces de la plaza. El ambiente era propicio para que hicieran acto de presencia.Todo empezó -toda una historia de retrasos sobre el horario previsto- con el cuarto de la tarde. Cuando ondeó el pañuelo verde que lo devolvía al corral, cientos de almohadillas y botes de cerveza se posaron en la arena del redondel. Era la primera manifestación -aunque conatos ya había habido- de este tipo en lo que va de feria.
Con el quinto, las protestas fueron verbales. Seis cabestros tuvieron que acompañarle al corral. Pero al salir el sobrero -después de ocho minutos de espera- alguien comentó que ni siquiera llevaba divisa. «Ese toro -decía- es un inclusero.» Después, el coro «ochotarra» -que ya padece cierta afonía, tras diez corridas de gritos- comenzó a cantar temas alusivos a la raza, bravura y presencia de los toros. «Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín...» El domingo, ese tema provocó la hilaridad, de los espectadores que se encontraban cerca del sector.
Y como puestos a protestar -un derecho que ellos defienden a capa y espada en función del pago de una entrada- no se salva nadie también tuvo su oportunidad la propia empresa. Casi al final de la corrida, este grupo de entendidos disidentes gritaba «otra empresa, otra empresa». Algunos espectadores aplaudieron la idea.
A las nueve y media acabó el festejo. Por los pasillos se comentaba la decisión del presidente de devolver dos toros al corral, la palidez de Rafael de Paula y las posibilidades de que Pato Camino brinda se el lunes una faena semejante a la del año pasado- Quien más, quien menos, todos creen que antes de que finalice la feria se podrá gozar de una buena corrida.
Babelia
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