Difícil aceptación cinematográfica de la novela

Un pequeño lugar de los Estados Unidos, un sheriff, unas elecciones en puertas, una mujer blanca violada por un negro. Con parecidos elementos, escribió Erskine Caladwell una gran novela: Trouble in July. A tal esquema, William Bradford Huie ha añadido un terrateniente amigo de la gente de color, en cuya defensa su bisabuelo fue ahorcado, un representante del Poder Negro y el Ku-Klux-Klan, con sus cruces ardientes y sus blancos disfraces. Hay también una manifestación en pro del voto negro.Ordenar todos estos elementos, analizar y explicar su comportamiento y sus razones en el espacio de hora y media, es empresa difícil. No así en la novela. Pero sí a ello se añade el hecho de que junto a tipos reales, hay otros de entidad puramente literaria, falsamente elaborados, se llega al resultado de que el espectador, confundido, reacciona de forma imprevista y a veces en sentido opuesto al que se pretende. Si en algún momento se aceptan elementos válidos, como la manifestación pacífica, en otros como en el caso del personaje que interpreta Richard Burton, no se sabe si llegarlo a creer, ni en sus falsos problemas con sus hermanos de color, ni aún menos en sus relaciones amorosas que se explican menos. El representante del Poder Negro, a su vez, aparecido como un ángel exterminador, dispuesto a hacer la guerra por su cuenta, se apresura a explicar sus ideas en un momento desafortunado, como, con prisa, al igual que el pastor recién llegado o los distintos personajes del pueblo que se comportan como ya tantas veces hemos visto. A lo largo de la historia parece que la novela no hubiera sido adaptada, sino llevada a la pantalla a través de unas cuantas escenas, que unas veces casan y otras se estorban, dando forma a un relato que, de cuando en cuando, se rompen en su, estructura y en el, qué se evidencia un interés especial por los momentos sexo y violencia. Novedad en España es el Ku-Klux-Klan, encarnado no por la clásica pandilla de linchadores, sino por su jefe, el propio alcalde, que explica al sheriff cómo los dos son esclavos del sistema, el uno porque la mano de obra escasea y el otro porque quiere ser reelegido y ver a su hijo en la Academia de West Point. Este hombre del Klan, el sheriff, amigo a su vez del terrateniente, duro y ambiguo -y en lucha, se supone, consigo mismo-, podría haber sido la pieza clave de la historia y así resulta en tanto tiene que ver con la realidad, con ese alcalde, con la gente, incluso con los manifestantes, pero en cuanto el autor le pone en relación con el resto de los personajes, se diría que se siente contagiado de su vacío y el buen actor que es Lee Marwin queda indeciso, en una sobriedad ambigua que esconde a duras penas un tipo mal descrito. Es lástima que un tema cuya primera parte promete un film importante, venga a caer después en una historia de violencias y crímenes.