Milagros
San Lorenzo de Almagro, con todo su pasado glorioso, es el gran mártir del fútbol argentino
En el corazón de la Tierra Santa hay un supermercado Carrefour, rodeado de avenidas desangeladas. Justo detrás se extiende la Villa 1-11-14, el más conflictivo y poblado (50.000 habitantes) de los asentamientos bonaerenses: tiene el urbanismo mísero y caótico de Gaza y está cerrado al exterior como Gaza, pero no hay bombardeos israelíes. No parece que nadie haya de albergar mucho interés en quedarse ahí, mucho menos en volver. Pero la apariencia y la realidad son cosas distintas, especialmente en Argentina. Donde el ojo no avisado ve el cemento del Carrefour, hay quien ve ya un futuro templo, un santuario que esta vez sí será eterno.
Vayamos atrás, muy atrás. El Club Atlético San Lorenzo de Almagro fue fundado en 1908 por un sacerdote, Lorenzo Massa. De ahí el apodo de Los Cuervos, por la sotana de los curas. A San Lorenzo, uno de los cinco grandes clubes que fundaron el fútbol profesional argentino, también le gusta llamarse Ciclón, porque un ciclón es más que un huracán, y Huracán es el vecino-rival del barrio. San Lorenzo viste de rojo y azul, pero, como nada es lo que parece, sus colores se describen como azulgranas. Si San Lorenzo es uno de los grandes mártires del catolicismo (fue asado a la parrilla), San Lorenzo de Almagro, con todo su pasado glorioso, es el gran mártir del fútbol argentino.
En 1979, tras años de endeudamiento y mala gestión, San Lorenzo de Almagro se quedó en la calle. La dictadura militar coaccionó al club para que vendiera el mítico Gasómetro, que fue hogar de la selección, con el argumento de que convenía remodelar el barrio. Es decir, montar un gran supermercado. El equipo empezó a jugar en canchas prestadas, hoy aquí y mañana allí, y en 1981 se consumó el desastre, el descenso a la B. Háganse ahora una idea sobre la magnitud del milagro: durante su temporada en Segunda y sin estadio, el público de San Lorenzo abarrotó cada grada que le prestaban. En el Monumental de River reunió a 75.000 personas, lo nunca visto. Si eso no es fe, díganme qué es. Por imperativo casi teológico, San Lorenzo recuperó de inmediato su puesto en la máxima categoría.
Y recuperó un estadio, muy cercano al Carrefour. Pero los cuervos querían estar sobre el Carrefour, en la mismísima Tierra Santa. Hacían falta nuevos milagros. Y llegaron. El primero, en 2001: bajo la dirección de Manuel Pellegrini, San Lorenzo, tras un arranque mediocre, ganó los últimos 33 puntos y se proclamó campeón. Los rivales, sin embargo, seguían burlándose: decían que las letras que aparecían en su escudo, CASLA (Club Atlético San Lorenzo de Almagro), significaban en realidad Club Atlético Sin Libertadores de América. Nunca habían ganado la máxima competición. En 2014, la primera temporada del Papa Francisco (célebre hincha cuervo) en el Vaticano, se quitaron la espina y alcanzaron el título más soñado. Otro milagro.
El milagro gordo estaba aún por llegar. El 8 de marzo de 2012, más de 100.000 cuervos clamaron en la Plaza de Mayo que necesitaban regresar a la Tierra Santa. Y el 15 de noviembre de ese año, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó la llamada Ley de Restitución Histórica, por la que se obligaba a Carrefour a aceptar una indemnización de 94 millones de pesos y devolver el pedazo de suelo sagrado a San Lorenzo. Decenas de hinchas célebres, como el actor Viggo Mortensen, encabezaron una cuestación para reunir la suma.
El nuevo y definitivo Gasómetro debía empezar a construirse en 2016 y estar listo este año, en 2019. Nada de eso. El Carrefour sigue ahí. Todo se retrasa. Ahora mismo San Lorenzo lleva ocho partidos sin ganar, juega de pena y andaría en el descenso de no ser por el sistema de promedios. Como siempre, hace falta un milagro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.