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Márquez y el enigma de su sonrisa

El siete veces campeón del mundo se refugia en su pueblo, Cervera, y con el mismo grupo de personas que le acompaña desde pequeño en un intento por mantener la privacidad y el hambre

Marc Márquez, en Cervera.Vídeo: Gianluca Battista
Nadia Tronchoni

Su guasa y su sonrisa enmascaran al verdadero Marc.

No luce ni un tatuaje, aunque le agradan. Le gustan los caracoles, con su salsa. No tiene novia, no quiere salir en revistas que no hablen de motos. Todo llegará, asume. Queda con sus amigos de siempre los fines de semana en que no hay carrera: cena, risas y unos bailes en el pub del pueblo, La Bombolla. De pequeño salía de casa en bici o corriendo; ahora, a menudo, lo hace en patinete y a unas horas concretas —“Sé cuándo puedo moverme por el pueblo, nunca de cinco a siete de la tarde”, dice—. Casi siempre se deja el móvil en casa. Es de rituales: en los circuitos viste calzoncillos azules para los libres, rojos para la carrera; después de cada entrenamiento en la pista de tierra de Rufea (Lleida), se va a comer al restaurante Paddock con su hermano, Àlex, también piloto, y con el director del trazado, Jaume Curcó; y después de cada sesión en su gimnasio privado hace prácticas de tiro al arco, también con su hermano, y con su preparador físico, Genís Cuadros.

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Marc Márquez (Cervera, Lleida; 25 años) se está construyendo una casa en su pueblo, una pequeña y coqueta localidad leridana, de apenas 9.000 habitantes, protegida por una muralla medieval, a menudo cubierta de niebla y hoy empapelada con banderas y fotos del 93. Una casa grande —“El estilo de vida te obliga, como te obliga a viajar a las carreras en un jet privado los meses de verano; no me gusta, pero es lo mejor”—, a la que trasladará el gimnasio que hoy tiene en una nave —allí tiene un fantástico taller y guarda las motos de off road—, y adonde llevará también todos los cascos y monos que hoy ocupan cada rincón del adosado de sus padres, en el que se crio y donde vivirá hasta que termine su nueva vivienda. Allí tendrá una habitación para su hermano. “Queda a cinco minutos de aquí, así que vendremos cada día a comer con la mama. Uno no se puede ir de casa de hoy para mañana”, ríe, conocida como es su devoción por los macarrones de su madre, Roser.

A Márquez, tan bromista, aparentemente despreocupado, le acompaña esa aura. La del piloto que gana siempre, que gana fácil, que no teme a nada ni a nadie. Pero Márquez, hoy cinco veces campeón de MotoGP, sabe lo que es perder un Mundial por una caída. Sabe lo que es pasarse meses sin subirse a una moto. Vivió todo el invierno del año 2011 con el miedo en el cuerpo. Porque nadie le aseguraba que pudiera volver a montarse en su Honda. Se había caído en octubre, durante unos entrenamientos del Gran Premio de Malasia, y había sufrido un traumatismo craneal que le hizo pasar cinco meses —incluida una intervención quirúrgica— con un problema de visión doble. Cada mañana seguía el mismo ritual: se levantaba, se iba al baño y, frente al espejo, comprobaba si su radio de visión había mejorado. Cada mañana, una nueva decepción.

Recuperación y barbacoa

Y el chico, que todavía no había cumplido los 18, se refugió en su pueblo. Allí, a Cervera, se desplazaba casi cada semana su equipo, un grupo de cinco mecánicos que todavía hoy integra el núcleo duro de Márquez en Honda. Un puñado de chavales a quienes ni siquiera les habían asegurado que tendrían trabajo en 2012, pero que aun así montaba una barbacoa tras otra para subirle el ánimo a su piloto. Se juntaban todos en Els comdals, una masía preciosa, a escasos minutos del pueblo, donde comían y se echaban unas risas mientras el chico no pudiera entrenarse. En esa misma masía fue donde el pasado fin de semana el campeón —ya suma siete títulos, con el de 125cc y el de Moto2 que ganó tras aquel fatídico invierno de 2011— celebró su último Mundial. Una cena y una fiesta para su gente, a quien pide que no se acostumbre a festejar como él no se acostumbra a ganar.

Marc Márquez, en la nave que tiene en Cervera.
Marc Márquez, en la nave que tiene en Cervera.Gianluca Battista

Porque Márquez, nueve victorias este año, sabe que sigue siendo vulnerable. “En mi cabeza, me acuerdo más veces de las caídas que de las victorias”, dice. Y se acuerda, especialmente, de aquella en un circuito de Sepang más mojado de lo que parecía. “Yo salgo a Malasia hoy en día y lo primero que hago es mirar el cielo. Y si lo veo muy nublado, esa curva no la hago igual”, confiesa.

Sus rivales le admiran por todas las caídas que ha sido capaz de salvar, especialmente este curso. Y aunque él es el primero que sabe que la fórmula no es infalible, sigue trabajando en acompañar con su físico al instinto: unas horas de cardio por las mañanas, unas horas de gimnasio por las tardes. “Reacciona muy rápido ante un estímulo. Puede analizar muchas cosas en décimas de segundo y anticiparse a lo que pueda pasar”, explica Genís Cuadros, que le entrena desde los 12 años. “Además, es una persona bastante flexible; ha trabajado mucho la flexibilidad desde hace años; de hecho, evita entrenar demasiado la fuerza para no estar muy musculado. Necesita moverse con facilidad encima de la moto, no engarrotarse”, añade.

Igual que pasa con Genís, Márquez mantiene a su lado a los de siempre: a su representante, Emilio Alzamora, a quien sus padres conocieron en el circuito de Bellpuig (Lleida) y como miembros del Moto Club Segre, donde Julià Márquez hacía de comisario de pista y Roser Alentà preparaba bocadillos; o a su primer mecánico en el Campeonato de España, Jordi Castella, que lo sigue recibiendo en el box cada vez que vuelve de pista. Su fisioterapeuta tiene la clínica en Cervera, a cuatro pasos de donde el piloto montó el club de fans oficial en 2014 y la tienda donde vende toda su mercadotecnia, gestionados ambos por su tío, Ramon. “Mejor si queda todo en casa, que nunca se sabe”, desliza el piloto, que desconfía de los advenedizos.

Marc Márquez se entrena en su gimnasio privado.
Marc Márquez se entrena en su gimnasio privado.Gianluca Battista

Así, con su gente y en su pueblo, encuentra refugio el campeón del mundo, celoso de su intimidad, preocupado por no cambiar, por que no le cambien, por no exponerse demasiado. Por eso no se significa por ninguna causa política y pasea por los circuitos una bandera con el 93 en lugar de una senyera o una bandera de España. Por eso prefiere que la visita protocolaria al Ayuntamiento de Cervera para celebrar sus éxitos se culmine sin salir a un balcón del que cuelga una reivindicación en defensa de los “presos políticos” en Cataluña.

La casa en Andorra

Hoy que es uno de los pocos pilotos de MotoGP que sigue residiendo en España recuerda cómo le criticaron cuando se publicó que podría estar pensando en marcharse a Andorra, donde, por ejemplo, residen los hermanos Aleix y Pol Espargaró. “Se montó un follón cuando me compré una casa allí, una casa que todavía tengo. Como el que tiene un apartamento en la playa, yo tengo una en Andorra. Pero, porque desde 2008 hago parte de la pretemporada allí. Me gusta hacer bici de descenso; y me gusta la montaña, porque hay poca gente”. Pero del mismo modo que admite que en algún momento pensó en cambiar su residencia, también asegura que se echó rápidamente atrás porque valora mucho su día a día. Y la tranquilidad que le aporta vivir donde siempre lo hizo, rodeado de su familia y de sus amigos.

“Me aíslo de la mejor manera, que es estar viviendo aquí, con la gente de siempre. A veces piensas ‘por qué no aire fresco’, pero cuando una cosa funciona: no la toques, no quieras más. La avaricia rompe el saco, les ha pasado a muchos deportistas: ‘Quiero más, este no lo hace bien, habrá uno mejor, un mecánico mejor, un mejor entrenador, mejores personas’. Todo el mundo tendrá sus defectos y virtudes y te tienes que saber adaptar. Con el mismo entorno de siempre yo estoy tranquilo. Y no me regalan los oídos. Al revés, cuando lo hago bien es lo normal, cuando lo hago mal es cuando me meten caña”.

Así es como mantiene los pies en el suelo. Como consigue evadirse de lo que está consiguiendo, de que lo comparen con Doohan o con Rossi. “Si leo la prensa o escucho los comentarios, sí, estoy ahí, entre los mejores deportistas españoles. Pero, internamente, no. Quiero estar allí cuando me retire. Si pienso en lo que he conseguido, inconscientemente me relajaría. Y no quiero que esto acabe aquí”.

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Sobre la firma

Nadia Tronchoni
Redactora jefa de la sección de Deportes y experta en motociclismo. Ha estado en cinco Rally Dakar y le apasionan el fútbol y la política. Se inició en la radio y empezó a escribir en el diario La Razón. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valencia, Máster en Fútbol en la UV y Executive Master en Marketing Digital por el IEBS.

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