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Hajduk Split, del antifascismo a una esvástica en el césped

El equipo croata fue durante la Segunda Guerra Mundial el equipo oficial de la resistencia contra los nazis

Manuel Jabois
Aficionados del Hajduk Split, durante el pasado Mundial de Rusia.
Aficionados del Hajduk Split, durante el pasado Mundial de Rusia.Nigel French (PA Wire/PA Images / Cordon Press)

El 7 de mayo de 1944, el Hadjuk Split entró a su manera en la II Guerra Mundial. Lo hizo después de varios episodios de resistencia que lo convirtieron en uno de los clubes antifascistas más selectos del mundo. Ocupado Split por el ejército de Mussolini, el régimen ofreció al Hadjuk participar en la serie A de la liga italiana; sólo tenía que traducirse el nombre a italiano: AC Spalato. Se negó a competir.

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Cuando los partisanos echaron a los italianos y los nazis volvieron a ocuparla, el Hajduk siguió siendo inflexible. Terminaría haciendo un viaje casi fundacional, aquel que le llevó a la isla de Vis, el único territorio croata que los nazis no conquistaron, el lugar en el Adriático en el que el mariscal yugoslavo Tito encontró refugio. Allí se desplazó la plantilla del Hajduk a resistir, primero, y combatir después. ¿Cómo? Con una gira propagandística que incluyó países del norte de África y de la península arábiga. Antes, en la primavera de 1944, el Hajduk se oficializó en la isla como equipo del Ejército de Yugoslavia; su escudo, hasta entonces ocupado por el ajedrez croata, fue sustituido por una estrella roja. Fue con la presencia de Tito y Randolph Churchill, hijo de Winston, que había viajado con el novelista Evelyn Waugh (su avión se estrelló a la vuelta: resultaron heridos).

La gira consistió en 90 partidos amistosos con asistencia en los campos, como en Bari, de 40.000 personas; ese partido fue contra el Ejército británico, en el que había antiguos internacionales ingleses y escoceses: los de Dalmacia perdieron por cinco goles. Fue una de sus derrotas más sonadas, pero en total ganaron 74 partidos, incluido el último de todos en Líbano, donde el general Charles de Gaulle les otorgó el título de equipo de honor de la Francia Libre. Se hacían llamar Hajduk JA (por las siglas del Ejército Yugoslavo) y fueron utilizados por los aliados como elemento propagandístico de primer orden. Tito, al acabar la guerra, los invitó a asentarse en Zagreb, propuesta declinada por el club.

Hajduk, el nombre propuesto en 1911 por cuatro amigos que fundaron el club, hunde sus raíces en el siglo XVII; una suerte de bandidos que resistían a la invasión otomana y que tenían el beneplácito de los ciudadanos: una edulcoradísima versión de lo que para unos eran forajidos y asesinos y, para otros, robinhoods. En cualquier caso, en 1950, después del maracanazo y entusiasmados por la pasión desbordante de la afición brasileña, dos soldados yugoslavos crearon Torcida Split, el primer grupo ultra del mundo. ¿Explica la degeneración de los más radicales que, sesenta años después de ser un símbolo antifascista, en las gradas del Hajduk se coreen consignas ultranacionalistas y en el césped de su estadio apareciese hace tres años la sombra del dibujo de una esvástica en un Croacia-Italia?

“No negaré que la extrema derecha campe por sus respetos entre estas aficiones”, dice el periodista Álvaro ‘Corazón Rural’, conocedor de la historia y el fútbol balcánicos, “pero hay que tener en cuenta que de detalles como la esvástica gigante que apareció en el césped se dijo que podría tener más que ver con el conflicto que tiene la hinchada croata radical con los mandamases del fútbol, porque los clubes siguen siendo públicos y hay operaciones oscuras, comisiones y denuncias de corrupción. Con esa esvástica, al igual que cuando se lanzaron bengalas en la Eurocopa de Francia, podrían buscar que se suspendiera a la selección para perjudicar al establishment que domina su fútbol”. Algo que representa la traición a los ideales con los que el club se hizo respetar cuando Europa estaba amenazada por el mismo fascismo que se exhibe ahora en su estadio.


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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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