¿Puede una cortina cambiar la historia de la arquitectura?
Petra Blaisse ideó, empleando tejidos, polímeros y naturaleza, muchas de las soluciones arquitectónicas que han contribuido a hacer los edificios de OMA flexibles, inesperados, impactantes, cercanos y táctiles. El libro ‘Art Applied’ lo explica
Las cortinas, los grandes telones, son un elemento paradójico. Ocultan y subrayan a la vez. Proporcionan privacidad y crean misterio. Frente a la sexualidad fálica que se atribuye a los rascacielos, las cortinas invitan a una sensualidad voyeur.
Las telas, de las que están hechas, domestican los espacios, pero también pueden magnificarlos, envolverlos y disfrazarlos, sobre todo cuando la escala de este elemento se dispara, se complementa con secciones complejas y el color alcanza un gran protagonismo. Es lo que sucedió, y sucede, con algunos de los edificios del estudio holandés OMA.
A las afueras de París, la Vila dall’Ava en Saint-Cloud se abría a las vistas de la Torre Eiffel y se cerraba con una gran cortina dorada. Algo parecido ocurrió más tarde con la casa, Villa Floriac, que Rem Koolhaas y su equipo, OMA, firmaron para los Lemoine en Burdeos. La vivienda se hizo famosa por su sección libre: todos los forjados quedaban interrumpidos, agujereados, cuando el dueño de la casa -un periodista que debía moverse en silla de ruedas tras un accidente- no estaba presente en esa planta. La ausencia de quien no podía moverse se hacía presente. Pero eran los grandes cortinajes oscuros y aterciopelados los que abrazaban y repensaban tanto el interior como la plataforma que agujereaba y completaba el forjado.
Lo dijo el propio Koolhaas: “Es imposible separar mi trabajo del de Petra Blaisse”. Lo contó en una conferencia que ahora puede leerse en el libro Art Applied (Mack Books) editado por Fredi Fishli y Niels Olsen. Él mismo añadió que todo eso, las cortinas, la vegetación, las alfombras, era arquitectura. No tenía nada que ver con que, con el discurrir de los años, ambos se convirtieran en pareja.
Koolhaas conoció a Blaise cuando esta, tras estudiar Bellas Artes, trabajaba como asistente en el Museo Stedelijk de Amsterdam. Ella tenía otra manera de narrar y de contar las exposiciones. Fascinado, Koolhaas le encargó la exposición en el Bojimans van Beuningen de Rotterdam para mostrar 10 años de producción en su estudio OMA. Lo que Petra Blaisse (1955) hizo en 1986 fue arriesgar: en lugar de textos explicativos colgó collages, una mezcla entre la habitación de un adolescente y la anticipación del muro de Facebook. Esos plásticos eran sus primeras cortinas. Las del Teatro de la Danza en La Haya, que OMA completó el año siguiente, serían su primera colaboración.
El libro Art Applied da cuenta de esos trabajos. De la rotundidad de una cortina, de su flexibilidad, del límite cambiante y fluido que construye. “Lo que tratamos de hacer desde nuestro estudio es ver la vida cotidiana de otra manera”.
El estudio del que habla se llama Inside Outside y está en Amsterdam. Lo fundó Blaisse en 1991. Y hoy trabaja con múltiples artistas y paisajistas y asociada a Jana Crepon y Aura Luz Melis. Todas ellas hablan de asuntos como “archivo de conocimiento” – una especie de colección de hallazgos (semillas, conchas, piedras de los que obtienen inspiración), de cuidados, de comunidad -cocinan y comen juntas a diario- y de “recetas para la invención”. Eso es lo que ofrece el libro Art Applied (no se podría traducir por artes aplicadas sino más bien por “aplicar el arte”), parece un cambio pequeño, pero es sustancial.
Una cortina esencial
¿Puede una cortina ser parte esencial de un edificio? OMA y Blaise han demostrado que puede transformarlo.
En primer lugar puede hacer preguntas, que es como ellos comenzaron a trabajar: ¿Por qué un auditorio no puede ser violeta o rosa en lugar de gris o negro?
En segundo lugar, una cortina es un elemento móvil, versátil, que puede cambiar el orden de un inmueble.
La cortina, el cortinaje -los de Inside Outside son espectaculares y caen muchos metros- introduce movimiento, capacidad inmediata y fácil de transformación, sonido y hasta olor en la arquitectura. Permite repensar los interiores. Es un elemento arquitectónico en toda regla. Tanto es así, que tiene una historia.
Las cortinas arroparon la frialdad moderna y exquisita de Mies van der Rohe cuando, de la mano de Lilly Reich, diseñó el Silk Café de Berlín. Son muchas las arquitectas que han empleado textiles en sus trabajos. Lina Bo Bardi también los utilizó como un mecanismo arquitectónico en su casa de São Paulo. Pero también lo hicieron los asesores de Adolf Hitler, cada vez que desplegaban el tapiz rojo con una esvástica en el centro.
Sucedió en la Haus de Kunst de Munich. Por eso cuando Blaise y su equipo intervinieron emplearon las telas para romper la simetría, añadir una capa al pasado, transformarlo en otro presente.
Esa flexibilidad y esa movilidad transformadora tiene su continuidad, no su opuesto, en el trabajo con la naturaleza, la otra cara del estudio Inside Outside. Veamos por qué.
La cortina, los grandes telones, se inauguran en su mejor momento y luego, como cualquier elemento arquitectónico, van revelando la huella del tiempo -el poso, el desgaste- en ellas.
Con la naturaleza -en los tapices vegetales con los que este estudio completa cubiertas, muros y exteriores- sucede lo contrario. El paso del tiempo la altera y, si está cuidada, la mejora y la lleva a un esplendor. En el exterior (Outside) también se puede arriesgar. “Se puede pintar con plantas”, explica Blaisse. La cuestión es no temer ser extraña. Gertrude Jekyll lo hizo: mezcló plantas para dar vida al jardín pintoresco. Un azar le llevó a esa combinación: era daltónica y no distinguía el rojo del verde. Pero su obra se extendió en más de 400 vergeles británicos.
Blaisse ha trabajado, dentro y fuera, por el mundo. El interior lo transforma con telas que arropan la arquitectura osada y propositiva de OMA. El exterior, con arbustos que viven sin apenas agua como los ziziphus y los árboles espino-paraguas que sembró junto a la Biblioteca de Doha, ideada por OMA.
Babelia
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