Paul Urkijo, el profeta vasco del cine de terror ‘folk’
Mientras en el resto del mundo este género del horror triunfa, el cineasta presenta en Sitges ‘Gaua’, su tercer largometraje basado en la mitología ‘euskaldun’, y que le mantiene como un director único en España

Llega la noche y las mujeres se reúnen. Montañas vascas, siglo XVII. Charlan delante del lavadero, con luces tenues y alcohol en mano, sobre sus problemas y los últimos acontecimientos ocurridos por los caseríos y los pueblos cercanos. A escondidas, porque para la Inquisición eso sería un aquelarre, un encuentro de brujas. Y no lo es. O sí. En Gaua, su tercer largo, Paul Urkijo Alijo (Vitoria-Gasteiz, 41 años) ahonda en la sororidad, en las mentiras difundidas para reprimir a las mujeres y reivindica la noche y los seres que se mueven en la oscuridad. Gaua ha concursado en el festival de Sitges, que se celebra hasta el 19 de octubre, donde ha sido muy bien recibida, antes de su estreno comercial el 14 de noviembre.
Lo curioso, lo sobresaliente de la carrera de Urkijo, es que ha apostado por usar la mitología vasca para sus filmes de terror. Errementari. El herrero y el diablo (2018) fue una poderosa carta de presentación. Con Irati (2023) subió la apuesta gracias a más de cuatro millones de presupuesto, un poderoso empaque visual y un sinfín de criaturas que transitaban de la realidad a un mundo mágico en el año 778. Como resultado, Irati es la película en euskera más taquillera de la historia (un millón de euros) y se estrenó en todo el mundo.
Porque público para este género, que en el mundo anglosajón recibe la etiqueta de folk horror, hay. Y mucho. Casi cada cultura ha creado su propia mitología. Y el cine de terror se alimenta de esos mitos. Dejando atrás los zombis manejados por el vudú o títulos pioneros como La noche del demonio (1953), de Jacques Tourneur, el cine en los setenta se abrió a este subgénero con el clásico El hombre de mimbre (1973). Después de décadas de lento goteo con títulos como Los chicos del maíz o El proyecto de la bruja de Blair, los estrenos de La bruja (2015) y Midsommar (2019), junto a la exploración de los mitos de las islas británicas realizado por Ben Wheatley en su filmografía, reimpulsaron este subgénero.
Y ahí entra Urkijo, como entran el cine japonés, el surcoreano, las leyendas celtas, incluso estupendos y múltiples ejemplos de terror del sudeste asiático. En el festival de Sitges en 2021 ganó el premio a mejor película la islandesa Lamb, y en 2024 la austriaca El baño del diablo, ambas pertenecientes al terror folclórico. En esa edición participó la surcoreana Exhuma, que ahora puede disfrutarse en Movistar Plus+. Porque, como el género del horror en general, estos filmes trascienden los sustos y hablan de muchas más cosas: la maternidad en Lamb; la represión de los militares en la guatemalteca La llorona (2019), una obra maestra que no logró mucha repercusión por el confinamiento en el covid; las herencias que arrastra el ser humano en Exhuma... “En mi caso”, explica Urkijo, “quería rodar una película contada por mujeres. Recogiendo esa resignificación de la bruja que ha habido desde finales del siglo XX, en el que la bruja ya no es un monstruo maligno, sino alguien que se rebela ante el sistema, que se empodera, creé un puente hacia los aquelarres, hacia esa imaginaría dantesca, para resignificarla también, hacerla nuestra, y filmar una oda a la libertad, tanto la sexual como la identitaria y la femenina”.
Gaua (en castellano, la noche) va construyéndose desde diversas historias independientes hasta que aparece el hilo narrativo que conecta cada episodio. “De fondo”, explica su director y guionista, “hablo sobre la falsa bondad que acompaña a la luz, al día. Se supone que la noche es lo malo, pero muchas veces la oscuridad resguarda a quien a la luz del día es señalado, incluso juzgado, por raro, diferente o porque no es normativo. Los adalides de la religión, de la luz y de Dios resultaban ser gente que practicaban el tormento, la tortura y la muerte. Gaua explica que ese camino recto que nos marca muchas veces la sociedad, bajo la luz de ese sol omnipotente, no siempre es el adecuado. A veces hay que adentrarse en la noche y perderse en nuestros miedos para poder encontrarnos”.

Urkijo no quiere que su filme se quede en un mero retrato de la opresión de la Iglesia Católica: “No hablo de religión como tal, sí que tenemos al cura, un mal sacerdote por su soberbia y un ego increíble. Pero voy más allá: los inquisidores eran representantes de la Iglesia, pero realmente eran estructuras de opresión del poder en general. La misma Inquisición quemó a muchos curas. Me interesaba retratar la represión general estructural. Espero que a la audiencia le llegue su mensaje de libertad, hoy tan atacada, y de empoderamiento femenino”.
Hasta ahora, el cine de Urkijo ha sido en euskera porque así lo requerían sus leyendas. “A través de nuestras identidades, hablamos de cómo somos y desde dónde contamos el mundo”, reflexiona. “Para mí es fundamental usar el euskera porque es el filtro a través del cual contamos nuestras leyendas. Al menos, yo las escuché así. Y además, pienso que, en contra de esa imposición generalizada de otros idiomas, tenemos que luchar por un mundo más heterogéneo y más colorido”.

En Gaua el cineasta vertebra de manera orgánica leyendas y seres como el mateo-txistu y el inguma con la historia de una chica que huye de su marido y se encuentra con tres mujeres en un lavadero divirtiéndose en mitad del bosque y de la noche. “Funciono de manera instintiva. Voy escribiendo y van surgiendo los seres mitológicos adecuados al guion. En algunos casos no hay referentes visuales sobre ellos, solo narraciones orales, así que puedo crear su imaginería”, cuenta. “Gaueko, el dios de la noche, es un susurro, un aullido de lobo, el frío del invierno... Conceptos abstractos que hay que plasmar en pantalla”.
Con todo, maneja influencias de muchos tipos, desde los estudios del sacerdote antropólogo José Miguel de Barandiarán, pionero en la investigación de los rasgos culturales de los vascos e impulsor de la superación de la concepción romántica y decimonónica del folclore, al dibujante Mike Mignola, las pinturas negras de Goya o En compañía de lobos, de Neil Jordan, “fundamental como referencia estilística y estética” para Urkijo.

Para sacar adelante Errementari, el cineasta necesitó ocho años; para Irati, cinco; para Gaua, tres. Ya tiene la próxima en marcha, y esta vez se asomará al mar. “En España levantar un proyecto del fantástico es complicado. Sin embargo, siento más interés en la industria, y yo he ido aprendiendo en la toma de decisiones y en la planificación. Por ejemplo, aquí conté con 3,5 millones de euros y cinco semanas y media de rodaje. No podía perder el tiempo en la filmación, a la vez que medí mucho los gastos para no tocar el presupuesto de los efectos especiales. Como decía John Ford, el cine es el arte de la renuncia”.
¿Por qué viaja tan bien el cine de terror folclórico? “Porque a los fans del horror de todo el mundo nos interesa lo que suene a exótico, a distinto. Nos movemos, queremos ver novedades”, explica. “El festival de Sitges ejemplifica esta pulsión. Voy a muchos otros certámenes en España y ya he visto bastantes cortos centrados en mitologías locales, como las catalanas. Hay interés, hay ganas de hacer. La brujería y las leyendas no tienen final”.
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