Un sol radiante en la calle, un ambiente plomizo en las salas: así ha sido la sección oficial a concurso de San Sebastián
Tras 16 largometrajes proyectados en siete días, no hay un claro favorito para la Concha de Oro del Zinemaldia
Era un acto de fe. De fe en que hubiera buenas películas aún en el final del año, tras los gloriosos festivales de la Berlinale, Cannes y Venecia. Un acto de fe en el comité seleccionador, en que, tras visionar un millar de películas, hubiera encontrado no 16 joyas, pero sí al menos 16 filmes con enjundia. Después de siete días, el resultado es desolador. No hay ningún largometraje horrible en el concurso de la sección oficial de la 71ª edición del festival de San Sebastián, pero la discusión crítica se va a circunscribir a lo sumo a dos o tres filmes, y con disparidad de opiniones. A ver cómo sale del atolladero el jurado que preside la francesa Claire Denis. Mientras en la ciudad el sol radiante ha empujado a la gente a la playa, en las salas caía una suave lluvia plomiza sobre el alma de los cinéfilos.
Lo curioso es que en el cuadro que El Diario Vasco publica con la valoración de los críticos de algunos medios sobre los filmes a concurso, ninguno suspende en su nota media. Tampoco nadie llega al notable. Ahora bien, la disparidad de opiniones llega al punto de que El sucesor, de Xavier Legrand, el realizador de Custodia compartida, recibe un 9 del diario El Mundo y un 2 de la revista especializada Caimán CdC. Eso sí es fluctuación y no la del precio del aceite de oliva. El drama de Legrand arranca con el retrato intrigante de una estrella emergente de la alta costura en París que de repente tiene que volver a su Quebec natal ante el fallecimiento de su padre por un infarto de miocardio. El primer giro de guion, la primera sorpresa que explota en la película en su tramo canadiense, sirve para que el espectador entienda por qué el diseñador puso un océano de por medio con su figura paterna. Cuela. El segundo ya no, nadie puede comprar un desbarre del calibre en el que cae Legrand, que decide convertir su drama en un campo de minas de WTF, esos famosos momentazos para que la audiencia salte de su asiento y de los que Nanni Moretti se burla en la recién estrenada El sol del futuro.
En el pelotón de películas que no hace daños entran la sueco-danesa Kalak (sobre la huella de los abusos sexuales sufridos en la infancia en el errante comportamiento de un padre de familia, lo que a priori sonaba atractivo), la taiwanesa Un viaje en primavera (que arranca con un precioso plano de un anciano ante una cascada, y que aporta una apuesta por el cine analógico, hasta el punto que en pantalla se ven las perforaciones del celuloide, antes de desinflarse), la japonesa Great Absence (sobre la crudeza de la demencia en los ancianos a través de 152 minutos sin novedad fílmica que reseñar) y la estadounidense Ex-Husbands (un buen guion con personajes con enjundia rodado al estilo “yo pasaba por aquí” que acaba hundiendo su visionado).
Las dos películas argentinas, Puan y La práctica, procedentes de cineastas como, el primer caso, Martín Rejtman, y la segunda, de María Alché y Benjamín Naishtat, es decir, directores con prestigio y estilo, miran la vida cada una desde un humor particular. Se ven bien, pueden recibir algún premio en el palmarés, aunque la comedia es, por desgracia, el género menos apreciado en los festivales.
Y después está el grupo de filmes con creadores que prometían grandes momentos. Fingernails está dirigida por Christos Nikou, el ayudante de Yorgos Lanthimos, y cuenta con tres estrellas indies como Jessie Buckley, Jeremy Allen White y Riz Ahmed. Desde el minuto uno se sabe cómo acabará esta comedia romántica. Eso sí, su cuidado visual solo es superado en el concurso por All Dirt Roads Taste of Salt, de Raven Jackson, también conocida como “la peli que parece un anuncio de colonia”, y que al venir producida por A24 había levantado alguna expectativa: las malas digestiones del cine de Terrence Malick provocan estos gases. Y, sin embargo, logra un 6,8, la máxima puntuación en el cuadro de críticos antes mencionado. Otro nombre de raigambre, Joachim Lafosse, ha entregado una película muy interesante sobre la huella de los abusos sexuales (sí, ha sido el tema predominante en el certamen): Un silence. Habituados a la excelencia en el cine del belga, su filme no alcanza la altura emocional de propuestas anteriores.
Más pesos pesados del cine de autor: el rumano Cristi Puiu, que en MMXX ha hecho un puiu, es decir, un filme de más de dos horas y media con largas secuencias muy dialogadas... aunque en esta ocasión sin hilo narrativo ni emocional. Sería una Concha de Oro de consenso para un autor conocido. También venía prestigiado el francés Robin Campillo, realizador de 120 pulsaciones por minuto, que podría haber ganado con ese drama sobre el sida en su país la Palma de Oro de Cannes si quien presidía aquel jurado, Pedro Almodóvar, hubiera obligado a sus compañeros a ceñirse a sus gustos (no logró que ganara su película favorita). Campillo ahora retrata en La isla roja su infancia como hijo de un militar francés destinado en Madagascar, y el resultado es un “¿y qué?” de manual.
Otra posible Concha de Oro podría ser The Royal Hotel, de la australiana Kitty Green, la realizadora de The Assistant. Sin embargo, parece complicado que un filme de terror que acaba con una brutal secuencia de venganza logre el galardón principal. Repite con su musa, la actriz Julia Garner, y sumerge de nuevo a su protagonista en un ambiente hostil de trabajo (si antes era el despacho de un megajefazo del cine indie neoyorquino, ahora es un bar en la zona minera australiana), pero su aproximación es distinta. Y no tan fino en lo emocional como su primer largo de ficción.
Finalmente, la armada española. Tres películas dirigidas por mujeres que, por lo menos, han provocado debate sobre masculinidades tóxicas y sobre la lucha femenina por abrirse camino de forma física y metafórica. Cada una juega con criterio en su propia categoría: O corno, de Jaione Camborda, en el cine de autor que pide un esfuerzo mayor al espectador y sale muy bien parada del empeño; El sueño de la sultana, de Isabel Herguera, como pequeña y casi artesanal joya de la animación, y Un amor, de Isabel Coixet, adaptación de la novela de Sara Mesa que huele a varios premios Goya. Y de todo este menú, el jurado delibera un palmarés que se hará público hoy en la gala de clausura. Sin un título indiscutible como Beginning, de la georgiana Dea Kulumbegashvili, en 2020, o incluso Los reyes del mundo, de la colombiana Laura Mora, el año pasado, a ver cómo se las componen.
Babelia
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