Sergio Fajardo, memorias del alcalde que derribó los muros de Medellín con las armas de la arquitectura
El regidor entre 2004 y 2008 de la segunda ciudad de Colombia ajusta cuentas con su pasado en un ensayo coral sobre el poder transformador del urbanismo


Los paramilitares y sus partidarios tomaron por asalto Medellín. Más de 30.000 individuos vestidos de blanco impoluto y convocados por las milicias armadas de ultraderecha marchaban sobre la capital paisa aquella tarde de marzo de 2004. Una demostración de fuerza bajo el inquietante lema “Colombia lucha” que celebraba el armisticio pactado con el Gobierno del expresidente Álvaro Uribe. Los vítores a la patria que retumbaban en las calles llegaron hasta el despacho del entonces alcalde, Sergio Fajardo, que pudo contemplar el desfile desde su ventana. “Me conmocionó mucho”, rememoraba a primeros de octubre durante una visita a Madrid. “Su enorme influencia me hizo pensar que debíamos arrebatarles espacios poco a poco”, revela el político. Menos de un año después, su equipo organizó un concierto gratuito de Juanes en la misma avenida por la que habían desfilado los escuadrones de la muerte. Unos 120.000 asistentes vibraron juntos e iluminaron la noche oscura de Medellín.
Matemático, profesor y candidato del centro a las presidenciales colombianas del próximo año, Sergio Fajardo (Medellín, 69 años) ajusta ahora cuentas con su pasado. Lo hace en Ciudad sin muros (Editorial Eafit), un ensayo sobre el poder del urbanismo y la arquitectura pergeñado junto a su más estrecho colaborador —el proyectista Alejandro Echeverri— y media docena de líderes comunitarios de la zona nororiental, la más empobrecida. Juntos cartografiaron el territorio palmo a palmo. Durante su mandato, entre 2004 y 2008, proyectaron nuevos parques, centros de salud, bibliotecas, construyeron vivienda social y peatonalizaron parte de la columna vertebral de Medellín (2,6 millones de habitantes) cuando las restricciones al tráfico rodado parecían solo una quimera. “Cambiamos la piel de la ciudad”, sentenciaba Fajardo en la IE University de Madrid, donde presentó la publicación en el marco de un programa sobre liderazgo público. “Hicimos grandes cosas y nunca hasta ahora las habíamos analizado colectivamente”.

Conocieron las necesidades de los barrios a través de procesos participativos entonces inéditos y que hoy se estudian como ejemplos de gobernanza. Desarrollaron después los llamados Proyectos Urbanos Integrales (PUI), una herramienta híbrida de planificación que combinaba acciones en el ámbito de la educación, la salud, el espacio público y la cultura. “Estuvimos con la gente, habíamos caminado cada rincón de Medellín y conocíamos sus necesidades”, atestigua Fajardo, quien recuerda el trauma social de la violencia. “Se notaba el miedo todavía, tuvimos que reparar la confianza en las instituciones, animar a la gente a salir a la calle”. Los líderes de las fuerzas paramilitares, los carteles y la guerrilla se habían disputado a hierro y fuego cada metro. La capital paisa fue escenario de casi 70.000 muertes violentas en las últimas dos décadas del siglo XX, una tasa de homicidios 20 veces mayor que la actual.
El mandato de Fajardo coincidió con unos años de paz entre grupos, la llamada “Donbernabilidad”, auspiciada por Diego Murillo, alias Don Berna, un narcotraficante que se pasó a las filas paramilitares. Unido al armisticio del expresidente Uribe, este proceso abrió una ventana de oportunidad que el entonces primer edil supo aprovechar. Recuperó zonas degradadas y de muy difícil acceso para las administraciones hasta aquel momento. Bajo la máxima de “lo más bello para los más humildes”, convocó un concurso de arquitectura dirigido a erigir la Biblioteca España —inaugurada en 2007 por el rey Juan Carlos— junto a un barrio periurbano de construcciones informales. El diseño le valió a su autor, Giancarlo Mazzanti, el primer premio de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. “Cada edificio tiene un proyecto de integración detrás, entendíamos la arquitectura como una palanca de cambio social”, diserta Fajardo.

La biblioteca que asoma por entre las casas bajas y puede apreciarse desde casi cualquier punto de la ciudad encarna el símbolo de un tiempo nuevo. Entre los proyectos más emblemáticos de la época también destaca el Parque Explora, un museo de ciencias al aire libre que cuenta con el mayor acuario de Suramérica. Y el Jardín Botánico, 13 hectáreas de espesura salpicadas de intervenciones arquitectónicas como el Orquideorama, un dosel de madera que cada septiembre protege los puestos de la Fiesta del Libro. “No se trataba solo de crear nuevos espacios de encuentro, también quisimos dotarlos de contenido”, apunta el exregidor. “La antigua feria del libro se organizaba en un recinto cerrado al que no iba nadie. Nosotros la sacamos a la calle, mirándonos en el espejo de Madrid o Guadalajara. Incluimos el término fiesta en el nombre para convertirlo en eso, una celebración”.
Medellín se enclava en pleno valle de Aburrá. Su localización hizo de ella una fortaleza para las milicias armadas que se blindaban en los barrios altos. La rehabilitación de las quebradas Juan Bobo y La Herrera —llamadas así por su ubicación en sendos desfiladeros— sirven como modelo del urbanismo social de Fajardo y Echeverri. Este término que ambos acuñaron durante la campaña electoral podría parecer redundante si no fuese porque buena parte de las ciudades del mundo todavía se diseñan de espaldas a sus residentes. “La idea era mejorar las condiciones de vida de estas zonas a través del diseño urbano”, desliza Fajardo para sostener después que sus políticas contribuyeron a “afianzar la paz”. En las quebradas, el Ayuntamiento no solo sustituyó muchas autoconstrucciones por viviendas protegidas, sino que adquirió parcelas donde crear de cero nuevos espacios públicos. “Nunca los habían tenido”.
“Gobernar es lograr que un arquitecto y un trabajador social operen en la misma dirección”,Sergio Fajardo
Los analistas colombianos coinciden en que Fajardo es una rara avis en el ecosistema de partidos. Un profesor de cabello cuidadosamente revuelto que se resiste a tejer alianzas con oligarcas locales en la Colombia del clientelismo. Hijo de un afamado arquitecto, usuario habitual de la bicicleta y doctorado en Estados Unidos, se inició en la política local sin ninguna experiencia previa. Repartió octavillas en los semáforos para darse a conocer como candidato a la alcaldía. Tras perder sus primeras elecciones, relata que dedicó los cuatro años siguientes a “unir fuerzas con activistas, académicos y empresarios”. Su estrategia terminó dando resultado y arrasó en los siguientes comicios. Aquel Fajardo idealista y recién llegado a la vida pública difiere en ciertos aspectos del actual: no sería descabellado pensar que ha perdido frescura y se escora hacia la derecha en asuntos como la seguridad.

Ciudad sin muros es un ejercicio de afirmación territorial que ofrece lecciones para la gestión pública. “Gobernar es organizar equipos técnicos, lograr que un arquitecto y un trabajador social operen en la misma dirección”, sentencia Fajardo. Si el texto ha concitado en Europa el interés de urbanistas y sociólogos, en Colombia desapareció pronto de la mesa de novedades de las librerías. Quizá por la polarización política que atraviesa el país y de la que el profesor responsabiliza al presidente, Gustavo Petro. Fajardo no volvió a presentarse a las elecciones locales y, a la postre, asumió la gobernación de Antioquía durante cuatro años. Reconoce que a su proyecto en Medellín le faltó “continuidad política y consolidar nuevos liderazgos capaces de retomar la Alcaldía”. Varias de las infraestructuras que promovió fueron cayendo en el olvido, perdieron potencial transformador. Los muros sociales y urbanísticos comenzaron a levantarse de nuevo.
“Parte del problema es que hemos dejado un vacío después de nuestro éxito”, admite con cierta pesadumbre Fajardo, a quien la mayor parte de las encuestas de cara a las presidenciales conceden una tercera posición. El viejo orden de los paramilitares y la insurgencia de Medellín se ha visto sustituido en los últimos años por una plataforma de grupos criminales que actúan con sigilo. Extorsionan y castigan a la población con desplazamientos forzosos, el asesinato es su último recurso. Estas bandas de carácter barrial formadas por jóvenes con hambre de armas y gasolina ejercen a día de hoy un poder implacable en varios puntos de la comuna nororiental, afectada por el desempleo y la pobreza. Sus calles se empeñan todavía en recordar al alcalde que una vez hizo caer los muros de Medellín con las armas de la arquitectura.
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