Jorge Bosch, actor: “Cuando me dijeron que estaba nominado a un premio Olivier, pensé que era una coña”
El intérprete es el primer español candidato en los premios más prestigiosos del teatro británico por su interpretación del argentino Raúl Estrada en la obra ‘Kyoto’


El público siempre siente fascinación por la inteligencia y el carisma de los personajes que construyen consenso. El actor Jorge Bosch (Madrid, 58 años) ha logrado ponerse en la piel del abogado y diplomático argentino Raúl Estrada-Oyuela, el “héroe de Kioto” que logró arrancar en 1997 la unanimidad de 170 países —todos con derecho a veto— para sacar adelante el primer tratado internacional contra el cambio climático con fuerza legal vinculante. La intensidad, energía y chispa que Bosch ha vertido en su personaje le ha valido la nominación al premio Olivier a mejor actor de reparto. Son los galardones más prestigiosos de la industria británica del teatro. La ceremonia será este año el 6 de abril. Y es la primera vez que un español entra en esa competición.
“La verdad es que, cuando me lo dijeron, creí que era una coña del grupo. No me lo esperaba en absoluto. Te puedes imaginar la alegría que fue, porque la nominación en sí misma ya es un premio. Los premios Olivier tienen aquí una importancia enorme”, cuenta el actor a EL PAÍS horas antes de la función, en una de las butacas que rodean el escenario circular del Soho Place, el primer teatro que se ha abierto en medio siglo en el West End londinense. Una construcción moderna y funcional, pero que transmite la misma calidez y veneración a la escena que los británicos sienten desde hace siglos.
Una mesa redonda en el centro alberga los debates de las distintas conferencias sobre el cambio climático impulsadas por la ONU, que tuvieron en el Protocolo de Kioto un parteaguas histórico: allí comenzó un compromiso firme y efectivo de muchos gobiernos —con altibajos posteriores— en el combate contra el cambio climático. El público asiste alrededor, como delegados u observadores inmersos en el drama, que uno de los protagonistas define, “no como una negociación, sino como un combate a puñetazos”.

Bosch ha dominado siempre como segunda lengua el francés. Cuando la Royal Shakespeare Company le propuso hacer una prueba para interpretar el papel de Estrada, en inglés y con diálogos y líneas complejas, el desafío estaba plagado de dudas. “Cuando lo leí, pensé que era algo muy difícil de hacer, porque contiene muchos datos, muchos nombres. Es una función muy complicada. Pero los directores y los autores tienen mucho talento. Han hecho un thriller político con mucho humor, con mucho movimiento. La gente se siente muy involucrada, y se lo pasa muy bien. Entra a fondo en la historia y se emociona”, cuenta.
Kyoto ha sido escrita por dos de los autores más requeridos hoy en la producción británica: Joe Murphy y Joe Robertson, que se sumergieron a fondo en la historia de la conferencia de 1997 y sus prolegómenos, para acabar escribiendo un thriller político que ayuda a explicar el mundo actual: un Estados Unidos acorralado por la realidad climática; una China que comenzaba a ser consciente de su propio poder; y unas naciones hartas de ser consideradas terceros actores ante un desafío en el que se jugaban su supervivencia.
—¿Tenía conciencia de lo que supone la amenaza del cambio climático?
—“Nada. Cero. Ahora estoy mucho más concienciado. He tenido la suerte de poder hablar con el verdadero héroe de Kioto, con Raúl Estrada-Oyuela. De hecho, mantenemos una amistad a distancia. He conversado mucho con él, y me he informado también por mi cuenta”, admite Bosch, que no disimula su admiración por el personaje que ha encarnado brillantemente sobre las tablas. “Raúl es un tipo con una fuerza espectacular. Con mucho tesón. Es una persona muy íntegra, que se sacrificó en parte por el bien común. ‘La satisfacción del deber bien hecho’, dice él”, cuenta.
Es imposible no reconocer a Bosch. Forma parte del imaginario de toda una generación, porque ha trabajado constantemente durante décadas en películas, serias televisivas y obras de teatro de éxito. Médico de Familia, Amar es Para Siempre, Los Lobos de Washington, Luces de Bohemia, El Método Grönholm… Su versatilidad y profesionalidad han hecho que siempre se cuente con él como un valor seguro.
Pero lo de Kyoto es diferente. La obra, dirigida por dos leyendas como Justin Martin y Stephen Daldry, tiene el sello de la Royal Shakespeare Company. Debutó en Strattford-upon-Avon (la villa donde nació el bardo inglés), ha arrasado en Londres y planea dar el salto a Nueva York. Entre catorce actores de una fuerza arrolladora, la crítica se ha enamorado de la personalidad en escena desplegada por Bosch, uno de los personajes que más complicidad y empatía despierta entre el público que acude al teatro seis días a la semana, desde hace siete meses.

“Es la primera función que hago en inglés. Y tuve que enfocarlo al principio de otro modo. Cuando el director, Stephen Daldry, me decía que lo estaba haciendo muy bien, yo le respondía que mi única preocupación era pronunciar correctamente las consonantes al final de cada palabra para que se me entendiera sin problema. Mi trabajo era ese, tenía algo de supervivencia. Ahora he comenzado a disfrutar un poquito. Me he olvidado de eso, para empezar a centrarme en otros aspectos de la interpretación”, explica Bosch, que tiene una manera humilde de contar cómo lleva flotando en una nube desde que fue nominado.
Se refiere con cariño a los mensajes que le llegan de sus compatriotas, que han recibido la noticia de su nominación “como si fuera a jugar la Champions o la final de Wimbledon. ‘Tráetelo’, me reclaman”, cuenta entre risas.

Lo que le produce cierta envidia, sin embargo, es el peso de una industria como la del mundo teatral británico, capaz de producir 250 nuevas obras en un solo año. La afición del público en el Reino Unido sostiene los proyectos más complejos y ambiciosos. Bosch entendió desde el primer minuto que tenía que ajustarse a un ritmo de trabajo y a un nivel de exigencia casi prusianos, que lograron extraer de él una interpretación antológica.
“Hay una cosa muy bonita que sucede en el teatro, y es cuando notas la energía del público. Y cuando tú puedes dirigir esa energía, sientes que se forma algo muy mágico, una unión con el espectador. Un viaje compartido. En esta obra pasa en ciertas ocasiones, acabas siendo un canal que conecta al personaje, a Raúl, con el público”, describe el actor.
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