“Gene dependía mucho de Betsy, y ella también de él”: los amigos de los Hackman ofrecen claves de su vida hermética en Santa Fe
Retirado de Hollywood desde 2004, el legendario actor, recientemente fallecido junto a su esposa, nunca renunció a su impulso creativo mientras vivió en Nuevo México


Un gran óleo ocupa la sala principal del restaurante Jinja, al noroeste de Santa Fe, capital del Estado estadounidense de Nuevo México. Una mujer sentada en una playa contemplando el mar. Esta idílica escena de colores turquesas y ocres es uno de los cinco cuadros pintados por Gene Hackman que cuelgan en los muros del lugar. Decenas de personas han visitado estos días el negocio de comida asiática para conocer una faceta desconocida del legendario actor, dos veces ganador del Oscar, recientemente fallecido de forma trágica en su residencia a los 95 años, a pocos metros de su esposa, Betsy, de 65. “Yo los vi una vez aquí, hace ya mucho tiempo. Las pinturas son de él y ella intervino en el menú porque fueron socios del lugar”, asegura Malisa Aragon, una empresaria que lleva años frecuentando Jinja. Aragon tuvo suerte. Ver a los Hackman en la ciudad era como presenciar el paso fugaz de un cometa. Lo corrobora Dom, una de las camareras del local, que lleva ocho años trabajando ahí y nunca conoció al matrimonio.
No muy lejos de Jinja se encuentra Pandora’s, donde los Hackman no eran en absoluto desconocidos. Es la tienda de interiorismo que Betsy Hackman (Arakawa, de apellido de soltera) fundó hace 24 años, empujada por una almohada tejida que su marido había traído de un rodaje en el centro de Europa. Emprendió el negocio junto a una de sus amigas más cercanas, Barbara Lenihan. Los Lenihan eran quizá los amigos más cercanos de los Hackman en Santa Fe y quienes los conocían más íntimamente. “Es todo muy triste”, señala la empresaria a EL PAÍS. “Gene probablemente dependía mucho de Betsy, y ella también de él”, añade.

Las parejas se conocieron después de que Gene Hackman filmara The Firm (La tapadera), película de Sydney Pollack con Tom Cruise. En una tienda de buceo de Hawái, de donde era originaria Arakawa, Hackman vio un mapa del USS Arizona, el barco hundido en 1941 por los japoneses en Pearl Harbor, una tragedia en la que murieron 900 marinos estadounidenses. El plano, le dijeron, fue realizado por Daniel Lenihan, un antropólogo especializado en arqueología submarina que también vivía en Santa Fe. De vuelta en Nuevo México, las parejas fueron a cenar. Fue el inicio de una amistad de 30 años.
Gene y Daniel pusieron a prueba su amistad aventurándose como escritores de ficción. Publicaron tres novelas juntos entre 2004 y 2011. En cada una agradecían la invisible pero destacada colaboración de Betsy, que se ocupaba de interpretar los garabatos de Gene, compilar los manuscritos y aconsejar al dúo. “También evita que nos matemos el uno al otro cuando no estamos de acuerdo”, admitían en los agradecimientos de Justice for None (2004), una novela sobre un veterano de la I Guerra Mundial acusado erróneamente de homicidio.
A Barbara Lenihan no le sorprende la solitaria vida que sus amigos llevaban en la casa de Old Sunset Trail, dentro de una urbanización en las montañas de Santa Fe. “Les gustaba mucho su privacidad. Ella era muy competente y organizada. Tenían alguien que les ayudaba a limpiar, pero siendo solo dos no lo necesitaban tan regularmente. Quizá en el último año se quedaban más en casa”, cuenta en Pandora’s. La última vez que un paparazi captó a la pareja en la calle fue en marzo del año pasado, cuando salían de un restaurante en la ciudad. Solo existen un puñado de imágenes públicas del matrimonio a pesar de que estuvieron juntos desde 1991.
Lenihan vio por última vez a su amiga y socia en enero, cuando acudió a la tienda a comprar unas velas. Betsy llevaba mascarilla. Es posible que entonces estuviese ya contagiada con el hantavirus, una infección transmitida por los excrementos y la orina de los roedores, que tiene un periodo de incubación promedio de 18 días. La señora Hackman tuvo mala suerte. La enfermedad tiene una tasa de mortalidad del 43% entre los 129 pacientes que la han padecido en Nuevo México desde 1975. De los siete casos que hubo en 2024, solo murieron dos personas. “De no haber sido por el virus, Gene habría aguantado un par de años más y Betsy habría tenido sin problema 30 años más de vida”, señala Lenihan.

Kevin Morales, un antiguo empleado de la compañía Varment Guard, especializada en control de pestes, conoce bien la propiedad de los Hackman. Acudió a ella varias veces a fumigar. “En el área donde está la casa hay muchos ratones. En su residencia no tenían, pero sí en los cuartos de mantenimiento, que estaban en otras partes de la propiedad. Y estos estaban conectados a la ventilación central”, explica Morales, quien tiene un gran recuerdo de la pareja. “Eran muy amables y siempre nos ofrecían un lonche [almuerzo] cuando íbamos”, comenta. En 2020, cuando comenzó la pandemia, los Hackman dejaron de llamar a la compañía.
Las autoridades creen que la señora Hackman falleció en algún momento del 11 de febrero. Fue captada la mañana de aquel martes por cámaras de seguridad comprando alimentos y medicamentos, entre ellos analgésicos. Los médicos que realizaron la autopsia creen que confundió los síntomas de su infección con los de la gripe. Arakawa utilizaba muy poco el móvil, pero había hablado el 8 de febrero con Brendan, el hijo mayor de los Lenihan, quien espera a su segundo hijo. “Betsy estaba muy emocionada por eso y mi hijo pensó que hablaría pronto con ella de nuevo. No fue así”, lamenta Lenihan.
La señora Hackman prefería comunicarse por correo electrónico. La policía no encontró ningún mensaje enviado o leído más allá del 11 de febrero. Los veterinarios de los tres perros de la pareja, Zinna, Bear y Nikita, también intentaron contactar con ella sin éxito por teléfono para notificarle que estaba lista la comida de los animales. Zinna, una kelpie australiana de 12 años que había sido operada recientemente, murió junto a la pareja dentro de una perrera. El nombre completo de la mascota era Zinfandel, un guiño de los Hackman a su gran afición por los vinos tintos, ya que es el nombre de una variedad de uva.
Gene Hackman estuvo dentro de la casa y cerca del cuerpo de su mujer durante varios días. La autopsia desveló que su corazón, que tenía un marcapasos y un triple baipás para mejorar la circulación, dio sus últimos latidos el 18 de febrero, siete días después de la fecha en la que se supone falleció su mujer. El informe reveló que su cerebro registraba un estado avanzado de alzhéimer. Las autoridades creen que es posible que no se diera cuenta de que Betsy había fallecido. No tenía comida en el estómago, pero su cuerpo no estaba deshidratado. Para sus amistades, no obstante, el deterioro físico fue más notorio que el mental. Hackman había perdido mucho peso en los últimos años, haciéndolo más frágil. Hasta hace poco montaba todavía en bicicleta.
El caso ha conmocionado a Santa Fe, una ciudad donde uno de cada cuatro habitantes tiene más de 65 años. Basta poner un pie en la calle para observar la elevada proporción de canas y andaderas entre sus 90.000 habitantes. Las organizaciones sanitarias calculan que en todo el Estado de Nuevo México hay unas 67.000 personas que, como Betsy Hackman, realizan cuidados no remunerados a 46.000 pacientes de alzhéimer.

Hackman y su esposa se conocieron en un gimnasio de Los Ángeles, California, a mediados de los años ochenta. Arakawa era la hija única de una madre soltera que hizo una exitosa carrera como empresaria en Hawái. Estudió piano en Honolulú y a los 11 años tocó en un concierto para miles de niños. Acudió al colegio privado Punahou, el mismo instituto de élite donde se graduó Barack Obama, y después se mudó a California para estudiar Ciencias Sociales y Comunicación. “Creo que seguía tocando el piano para ellos, pero solo allí, en casa. Su vida era realmente Gene, ser una buena compañera y ayudarle”, señala Lenihan.
El actor, protagonista de películas tan emblemáticas como La conversación, The French Connection o Sin perdón, siempre fue reservado con su vida privada. En 1985, sin embargo, ofreció detalles de la ruptura de su primer matrimonio, con Faye Maltese. Lo hizo en una gira de promoción de Twice in a Lifetime (Dos veces en una vida), donde encarnó a un padre de familia que se enamoraba de otra mujer. “Por cierto, no dejé a mi primera esposa en la vida real por una mujer más joven. Solamente nos distanciamos”, dijo entonces Hackman al diario Sun Sentinel de Florida, en un esfuerzo por separar la realidad de la ficción. Tres hijos le sobreviven de aquel primer matrimonio: Leslie Anne, de 58 años; Elizabeth Jean, de 62, y Christopher Allen, de 65, la misma edad que tenía Arakawa. Hackman no nombró a ninguno de ellos en su herencia. Todo se lo dejó a Betsy.
En su segundo matrimonio no tuvo hijos, pero eso no impidió a la pareja tejer una intensa y profunda relación con los descendientes de sus amigos. Los Lenihan atesoran, por ejemplo, el recuerdo de la graduación del instituto de Brendan, el mayor. El chico invitó a Gene a la ceremonia. Era una noche especial en la escuela. Estaban presentes bajo un mismo techo, además del propio Hackman, el físico Murray Gell-Mann, ganador del Nobel en 1969 por inventar el concepto del quark; el dramaturgo y actor Sam Shepard y el escritor Cormac McCarthy. Cuando el evento terminó, el novelista ganador del Pulitzer por La carretera se acercó a Hackman para invitarle a comer. Este accedió, pero con una condición: sabiendo que Todos los hermosos caballos, otra obra de McCarthy, era la novela favorita de Brendan, lo invitó al almuerzo. Barbara Lenihan recuerda: “Cuando se lo dijimos, no podía creerlo. Fue su regalo de graduación. Todas las puertas se abrían para Gene. Y si estabas con él se te abrían para ti también”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
