El delirio de jugar dentro de un cuadro de Rembrandt con el humor de los Monty Python
Joe Richardson culmina una peculiarísima trilogía de videojuegos donde cada pantalla anima una obra maestra del arte, de fondo suenan sinfonías de Mozart o Vivaldi y la trama apuesta por la sátira y lo absurdo
Criatura peculiar el ser humano. No hay animal en la Tierra que se mueva tanto y tan rápido entre lo sublime y lo patético. Sabe pintar cuadros conmovedores y componer sinfonías cuasi divinas. Pero también proferir insultos atroces, herir al prójimo o sacarse los mocos. Rembrandt, Botticelli o Mozart pertenecen a una especie que, a la vez, cría a explotadores, asesinos e imbéciles. En ocasiones, genio y basura hasta coinciden en el mismo individuo. Así que otro ser humano, Joe Richardson, tuvo una extraña ocurrencia: juntar todo ello en un videojuego.
Cada pantalla de Death of the Reprobate (Muerte del réprobo) es una obra maestra de la pintura renacentista, romántica o rococó, que el creador inglés pone en movimiento. De fondo, resuenan célebres melodías de Beethoven o Vivaldi. Sobre tan elevado escenario, sin embargo, el desarrollador coloca a una serie de tipos infames, a cada cual más ridículo, penoso o despreciable. Y construye un delirio narrativo donde reconoce la influencia de los Monty Phyton. Todo, o casi, creado por él solo. Aunque, quizás, lo más absurdo de todo es que la fórmula funciona. Tanto que el título cierra una trilogía (empezó con Four Last Things y siguió con The Procession to Calvary) que le ha granjeado a Richardson buenas críticas, ventas y reacciones del público. Una, en concreto, le tiene asombrado incluso a él: “¡He recibido algún comentario de profesores o investigadores de arte o historia, y siempre son sorprendentemente positivos!”.
Nada agradable, en cambio, parece habitar el alma del protagonista. En el arranque del juego, Filemón el Cabrón visita a su padre, Marcial el Inmortal. El apodo del progenitor miente: se encuentra en las últimas. Al revés, el hijo sí se muestra fiel a su sobrenombre: en absoluto le interesa la salud del anciano, únicamente parece preocupado por heredar el trono. Para obtenerlo, sin embargo, el progenitor le exige cambiar su rumbo vital y realizar siete buenas acciones. A partir de ahí, el jugador debe apañárselas para llevar a Filemón —Malcolm el Mierda, en su versión en inglés— a resolver las improbables necesidades de los habitantes del pueblo. Se trata de hablar, recolectar objetos y resolver enigmas —el género se conoce como aventura gráfica point and click—. Pero, sobre todo, de contemplar cómo se animan las pinturas de Bruegel el Viejo o James Seymour, disfrutar de piano y violines y reírse ante diálogos y situaciones cada vez más surrealistas. A condición, eso sí, de apreciar un humor muy poco políticamente correcto, que algunos usuarios adorarán pero otros tal vez encuentren demasiado escatológico, macabro o soez.
Valga para resumir el juego una de las primeras interacciones: un hombre quiere pescar, pero no puede hacerlo mientras otros dos vecinos se dediquen a arrojar piedras al agua. Cuando Filemón intenta convencerles de que paren, estos le sueltan un largo y sentido manifiesto anticapitalista para explicar que lo dejaron todo atrás con el único objetivo en la vida de hacer lo que les plazca. Y han descubierto que lo que más les llena es precisamente lanzar chinas al mar. Más tarde, en la galería de arte de la aldea, el protagonista descubre al mismo dúo pintado en uno de los cuadros. Cuando persuade a un trío de monos para modificar el lienzo, resulta que la realidad también cambia. Y el pescador al fin puede cumplir su deseo. Una buena acción menos en la lista. Y así.
“No puedo negar que el arte, la música y el humor son las claves que convierten el juego en lo que es. Pero una de mis fuerzas principales consiste en asegurarme de que estén cuidadosamente entrelazados. Más que una mezcla, lo definiría como un tapiz de estos elementos. Todo está conectado”, agrega Richardson. El propio escenario a veces contribuye a resolver un enigma; Filemón puede sumarse a bailes o exhibiciones musicales; y las conversaciones abordan con ironía el Renacimiento, sin renunciar a la sátira política contemporánea. Aunque el autor siempre tiene clara la primera pincelada: “La fuerza que mueve todo es el arte, también guía la historia. Empiezo creando los escenarios, las animaciones, la parte artística, y a partir de ahí el proceso de escritura se convierte en un puzle para juntar lo que hay de una forma que tenga sentido”.
Richardson explica que transcurre mucho tiempo observando pinturas en las webs de museos, galerías o Wikipedia. En busca de escenas para sus videojuegos, pero, ante todo, como puro placer personal: “No podría tratar mis creaciones con tanto cariño si no amara también el arte”. Hace años, saltó entre animación, música, ilustración o escritura, hasta que se dio cuenta de que los videojuegos le permitirían reunirlo todo. Así que aprendió también a programar. Solo se le resistía, entonces, una eterna laguna: “No sé dibujar”.
De ahí que en 2016, para su primer videojuego, The Preposterous Awesomeness of Everything, empleara montajes de fotos. Pero, a posteriori, cree que la decisión alejó a una parte del público. Así que la chispa de su trilogía sobre la pintura no se debe a ninguna “gran idea”, según Richardson: “Pensé: ‘¿Y si hago lo mismo, pero con un material más atractivo?’. Y el material más atractivo que se me ocurre es el arte renacentista”. El dominio público le otorgó miles de maravillas para retocar. Y su talento le permitió sacar adelante dos videojuegos en solitario. Para Death of the Reprobate, por primera vez, ha contado con la colaboración de un músico: Eduardo Antonello.
Pero, además, Richardson busca en sus obras respuestas a una sociedad que no termina de comprender: “El abrumador, caótico, disgustoso, bello e insondable lío del mundo real me asusta a muerte. Hacer videojuegos es una vía de escape, pero no una cura. Mientras me oculto, caigo más y más a fondo en el agujero de la desesperación existencial. Cuando salgo de la cueva todo me parece aún más terrorífico. Y me retiro. Soy bueno haciendo videojuegos, pero se me da fatal vivir”. Dice que crecer ha aplacado su instinto de estar siempre en movimiento. Pero tampoco quiere asentarse todavía “en una cómoda mediocridad”. Así que ya nada de aventuras gráficas, ni arte renacentista. Richardson promete que su próxima obra será distinta. ¿Mejor? ¿Peor? Ya se verá: el ser humano es capaz de todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.