El Vaticano, una intrincada red de secretos y susurros para elegir al nuevo papa
‘Cónclave’, de Edward Berger, analiza como un ‘thriller’ la deliberaciones en la elección de un pontífice en un ambiente turbio y atenazado por la política
Un grupo de hombres decidiendo quién heredará el poder. Y mujeres sirviendo alrededor. Una reunión habitual desde que el ser humano pisa la Tierra. En algunas corporaciones no ha habido grandes cambios. Y menos aún, en el poder espiritual. O en la gran organización que aúna con más fiereza política y espiritualidad, poder y religión, es decir, la Iglesia Católica, a su vez la asociación que más crudamente refleja el patriarcado. Sentado ante un café, el cineasta alemán Edward Berger sonríe y responde: “La Iglesia representa el patriarcado más antiguo del mundo. Desde luego, si quiere tener futuro, deberá cambiarlo”. Berger reflexiona sobre ello porque estrena Cónclave, adaptación de uno de los best sellers de Robert Harris, que, como su nombre deja claro, retrata la reunión de cardenales que decidirán el nuevo papa.
Ese encierro bajo llave nació en el siglo XIII, cuando los habitantes de Viterbo, a 85 kilómetros al norte de Roma, se hartaron de los dos años que llevaban reunidos los cardenales, perdidos en deliberaciones infructuosas sin elegir un nuevo pontífice. Les quitaron el techo del palacio para que les alcanzara el espíritu santo (en realidad, para que el mal tiempo les espabilara). Aún tardaron otro año más, y murieron dos cardenales.
Finalmente, el pontífice elegido, Gregorio X dictaminó en 1274, para que no volviera a reproducirse una situación similar, que en el futuro los cardenales permanecerían encerrados en una habitación individual, con un baño adyacente (cónclave significa habitación cerrada con llave), en el palacio, en los 10 días posteriores a la muerte del papa. Y eso, en Cónclave, está realísticamente retratado, eso sí, con las condiciones del siglo XXI: los móviles se dejan a la puerta; los inhibidores de señal eliminan las conversaciones con el exterior. “Aunque, como siempre, aparecen las dudas”, intercede Berger, “porque son las dudas las que nos hacen ser humanos. Los cardenales lo son, por mucho anillo y capelo que porten”.
La Iglesia representa el patriarcado más antiguo del mundo. Desde luego, si quiere tener futuro, deberá cambiarlo”
También, se trata de, como hace siglos, poder. “Es lo que alimenta el universo”, apunta Berger, cuyo anterior filme, Sin novedad en el frente, ganó cuatro premios Oscar. “Todo el mundo se identificará con esas intrigas. ¿Sabes qué hacen en un cónclave? Elegir, a mi entender, a la persona más poderosa del mundo. El poder, muchas veces, no se relaciona con el dinero o los terrenos. Un papa no gobierna un gran Estado en extensión terrenal. Maneja otra cosa, voluntades, creencias. Sentimientos que son mucho más fuertes en determinadas ocasiones que un arma”. Por eso se regodea en los pasillos, en los corrillos entre susurros a las puertas de las habitaciones después de cada jornada de votaciones. “Es curioso cómo en la anterior película me centré en el silencio, y como en esta avanzamos a golpes de conversaciones. En la maraña de palabras se esconden los secretos”, apunta el alemán.
Íñigo Domínguez es el corresponsal de EL PAÍS en Roma. Asistió a dos cónclaves: en el que eligieron a Benedicto XVI y, tras la renuncia del alemán, del que salió el actual sumo pontífice, el 266º de la Iglesia Católica, el argentino Francisco. “Quienes entran [en el colegio cardenalicio] saben que ninguna institución se ha alargado tanto en el tiempo con tanto poder ininterrumpido, excepto las dinastías de los faraones”.
El poder, muchas veces, no se relaciona con el dinero o los terrenos. Un papa no gobierna un gran estado en extensión terrenal. Maneja otra cosa, voluntades, creencias”
Edward Berger (Wolfsburg, 54 años), cuyo Cónclave se estrenó en septiembre en el festival de San Sebastián, donde tuvo lugar la entrevista, antes de iniciarse una carrera de premios que claramente apunta a ser una de las favoritas a los Oscar, subraya: “Los cardenales sienten el poder de la historia al sentarse, saben que ellos van a marcar no solo el devenir de la Iglesia, sino el de la Humanidad”. Para Domínguez, el mejor ejemplo es Juan Pablo II: “Estuvo 25 años y, sí, se dieron las circunstancias históricas determinadas, pero está claro que su presencia ayudó a la caída del muro de Berlín”. El polaco ejemplifica en el siglo XX lo diferente que “significa escoger entre un pontífice joven u otro de tránsito”, cuenta el periodista de EL PAÍS. “El cardenal Ratzinger fue de tránsito, y como Benedicto XVI fue primado de la Iglesia Católica siete años. Sirvió para que el colegio cardenalicio reflexionara hacia dónde quería enfocar su futuro”.
Históricamente, los papas jóvenes no han sido buena idea. Tanto Berger como Domínguez abundan en ejemplos, pero el más subrayado en los libros de historia lo protagonizó Benedicto IX, elegido con 20 años en 1032. Su predecesor, Juan XIX, era su tío, y su familia compró el puesto. Durante sus 12 años de mandato, Benedicto IX asesinó y violó a sus víctimas sin tregua, y hasta fue acusado de bestialismo. En 1044 le obligaron a renunciar a su puesto. Ansioso por recuperar el poder, en abril de 1045 echó a su sustituto y retornó al trono. Sin embargo, como quería casarse con su prima, decidió vender su papado. Lo hizo. Gregorio VI, su padrino, pagó por ello. Benedicto IX en 1047 volvió a autoproclamarse papa, y de esa forma hubo, a la vez, tres personas consideradas pontífices: él, Gregorio VI y Silvestre III (el primer sustituto). Al final fue el emperador de Roma, Enrique III, el que echó a todos en junio de 1048 y le dio el puesto a Dámaso II, que falleció a los 23 días. “Las monarquías europeas han tenido derecho de veto a la elección hasta hace menos de 200 años”, apunta Domínguez. “El Vaticano siempre ha sido un lugar de lucha política, y los papas del momento son fiel reflejo de la política del momento”.
La política, por supuesto. “Siempre ha tenido eco en el comportamiento de los cardenales, que se agrupan por lenguas maternas o lugares de origen”, reflexiona Berger. “Eso crea alianzas geopolíticas”, que en la película acaban en un divertido chiste sobre los franceses. “A mí cuando era un niño protestante lo que de verdad me hipnotizaba del Vaticano era su ornamento, su parafernalia. Ahora, como cinéfilo, lo que me interesa, y lo que he intentado reflejar, es ese ambiente conspiranoico como los grandes thrillers de los setenta, al estilo Alan J. Pakula”.
¿Habrá una entrada real de las mujeres en el Vaticano? Berger cree que debería: “Tiene que cambiar el patriarcado dentro de la Iglesia y tiene de cambiar el patriarcado en el mundo”. Y para mostrar ese ascenso femenino, la monja a la que da vida Isabella Rossellini maneja en las sombras en algunos momentos el devenir del cónclave. Domínguez lo duda mucho más: “En 2019 Mujer, Iglesia, Mundo, el suplemento femenino del diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, quedó descabezado cuando todo el equipo editorial de la revista, empezando por la fundadora y directora Lucetta Scaraffia, dimitió. La renuncia ocurrió tras levantar testimonio en un reportaje de los abusos a monjas por parte de sacerdotes. Francisco ha hablado de la desmasculinización de la Iglesia Católica, pero de ahí a esos cambios”.
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