Máximo Huerta: “Valencia siempre se cura, pero no olvida”
El periodista, escritor y exministro de Cultura, al que sorprendió la dana rumbo a Madrid, reflexiona sobre la tragedia desde Buñol, su pueblo: “Tenían razón quienes decían que no sirvo para político: todos son un poco sociópatas, y yo no lo soy”, afirma
Máximo Huerta nos recibe en La librería de doña Leo, el negocio que abrió en Buñol, su pueblo, al que volvió desde Madrid hace unos años para cuidar de su madre, enferma de Alzhéimer. Por la carretera hacia Valencia circula un goteo constante de camiones del Ejército, coches de policía y furgonetas particulares cargadas de ayuda para las víctimas de la dana. Aunque en Buñol los daños no han sido tan severos como en la cercana Utiel, un camión hormigonera refuerza el Puente de la República, afectado por la crecida del río que atraviesa el pueblo justo por la calle de la tomatina. Nos sentamos a hablar en plena calle, en una mesa alta del bar contiguo a la librería, frente al Ayuntamiento, y tres de cada cuatro personas que pasan por delante saludan cariñosamente al entrevistado. Entre ellas, la alcaldesa, Virginia Sanz, del Partido Popular, y una señora mayor que se detiene y le pregunta a Huerta por su madre. “Noche complicada”, le responde. “Todos me preguntan por ella y muy pocos por mí”, confiesa, justo antes de empezar la entrevista. Tomo nota.
¿Cómo está?
¿De 0 a 10? Sacando media, debería estar bien. Comparado con tantos que lo han perdido todo, tengo que decir que estoy bien, aunque sea mentira.
Acaba de decir que ha pasado mala noche.
Una noche pésima. Me acosté en cuanto se durmió, a las 9 de la noche, con una pastilla. A veces, cuando estás de cuidador, quieres controlarte, pero no siempre puedes. Lo intentas, lo intentas, pero hay días que tu madre no es tu madre y es como una vecina a la que quieres cantarle las cuarenta. Anoche sucedió.
¿Y cómo ha amanecido hoy? Usted, digo.
Pues como soy de naturaleza católica, apostólica y romana, la culpa me persigue. Entonces, me arrepiento, y me arrepiento del arrepentimiento. Manejo muy bien la justificación del cilicio y la autojustificación, soy experto.
¿Y cómo expía la culpa?
Supongo que comiendo. O sacando a la perra, Leo, que le da nombre a la librería. Luego tengo diverticulitis, y colon irritable, y la boca a veces, también. Podrían cambiarme la tráquea por un tubo de metacrilato, porque soy de los que aguantan mucho y la debo de tener corroída.
¿Cuánto tiempo lleva dedicado al cuidado de su madre?
Casi cuatro años, que es cuando dejé la tele y me vine. Son 24 horas al día, siete días sobre siete, salvo alguna escapada. Pero es que, antes, había cuidado de mi padre. Se han ido alternando por orden y por gravedad. Ahora cuido de Clara.
¿Clara? ¿No la llama mamá, o madre?
También, pero antes que madre es y ha sido mujer. En mi familia, además, han sido muy soberanas. También muy sufridora, porque pertenece a esa generación de mujeres que no hicieron lo que quisieron, se casaron con quien no les apetecía, no tuvieron los hijos cuando quisieron, no viajaron. Fíjate que mi madre disfrutó de la Sección Femenina, porque podía salir. Una vez le dije: “Mamá, he estado firmando libros en Irún”, y me suelta: “Yo he estado ahí”. Y yo: “¿Qué coño hacías tú en Irún? Y resulta que fue con la Sección Femenina.
¿De eso sí se acuerda, pese al Alzhéimer?
Tiene en nebulosa hasta la comida de ayer, pero, aunque a veces no sepa si soy su hijo, o su marido, u otro hijo que no existe y va a venir a comer y le pone plato en la mesa, se acuerda de todo. Pero nítido, nítido, hasta del coñac con hielo que bebía, y que le encantaba. Y yo le digo: “Qué fuerte eres, Clara”.
¿Recuerda Clara la riada del 57 en Valencia?
Y la cuenta perfectamente. Estos días me decía que en la riada del 57 recogían la ropa manchada de barro y para venderla luego más barata, porque siempre hay alguien más pobre al que le vale lo que tú tiras. En Valencia sabemos lo que son las riadas. En todas las casas hay una tabla para trancar la puerta, y azulejos de “hasta aquí llegó la riada”. Pero esto de ahora es otro siglo, otra cosa.
Madrid me vampirizó, en todos los sentidos, para bien y para mal. También como periodista, creí que solo lo que pasaba en Madrid era noticia”
Le pilló la riada intentando coger un AVE a Madrid y estuvo atrapado varias horas en la carretera hasta que decidió no ir. ¿Le vio las orejas al lobo?
Sí, porque en Madrid me insistían en que fuera, que no había problema. Les tuve que decir: poned la puta tele, hay país más allá de la M-30. Y logré volverme. En Buñol ha habido daños y hemos estado incomunicados por carretera con los pueblos de alrededor, pero nada que ver con lo peor.
Usted vivió en Madrid. ¿También tuvo ese síndrome?
Sí, Madrid me vampirizó, en todos los sentidos, para bien y para mal. También como periodista, creí que solo lo que pasaba en Madrid era noticia. Se me olvidó Jaén. Se me olvidó Valencia. Les pasa a todos los periodistas.
Estos días, ha puesto un tuit deplorando el uso del condicional en periodismo. ¿Por qué?
No me gusta hacer de padre prior, ni dar lecciones a nadie, pero vivimos en el condicional. Ese “podría haber equis muertos en ese garaje”. Ese: “podría haber sido peor”. Claro: y podría caer un satélite Meteosat en el estadio de Mestalla. Mira, no. Dame datos, no me amenaces, no me alarmes. Y, si me tienes que alarmar, hazlo a tiempo y con razón. Incluso un poco antes, porque somos confiados y en esta situación, era perentorio actuar.
¿Qué reflexión le produce todo lo que ha pasado?
Mira, he visto una viñeta que me parece genial, parodiando esos azulejos que se ven en algunas casas, que dice: “Hasta aquí llegó la incompetencia”. Yo diría: hasta aquí llegó el barro y la ira. El carácter valenciano es muy así, muy de tirar para adelante, pero poniendo una marquita de hasta aquí hemos llegado: eso sirve para todo, hasta para los divorcios. Luego volverá a haber alegrías, pasacalles, verbenas, Valencia siempre resurge y se cura, pero no olvida. Pues eso: hasta aquí ha llegado el desorden, la poca organización, el actuar lento, o, peor, rápido y mal.
¿Usted ha sentido ira?
Si la he sentido, tiendo a templar, o, al menos, a no hacerla contagiosa. Prefiero hacer de cortafuegos.
Usted fue político, ministro de Cultura y Deportes. ¿Los políticos han estado a la altura en esta crisis?
Nunca fui político. Acepté un cargo. Un cargo luminoso, Cultura. Pensé que se podrían hacer cosas por el teatro, el cine, los museos, el deporte. Por eso no lo pensé, solo acepté un cargo que, como español, merecía una honra. Sobre los políticos, todos los políticos, y esta crisis no voy a opinar en público.
Me llegan fotos de amigos con sus bibliotecas y sus libros manchados de barro, y les estamos mandando desde aquí paquetitos con libros, es nuestro pequeño gesto”
Dimitió, o le ‘dimitieron’, a los seis días, por haber defraudado a Hacienda, pese a haber pagado la multa. ¿Qué piensa al ver imputado al exministro Ábalos por organización criminal?
Me pilla ya muy mayor y muy ciudadano. Solo a veces, he tenido la torpeza de decir, sobre el presidente del Gobierno: ¿por qué no me defendiste, si ya había pagado la multa? Me quejo en privado. Claro que tengo opinión política, de eso, de esto y de todo. Pero considero que ya hay demasiado ruido y no ayudaría que yo dijera algo negativo, ni positivo, de nadie.
¿Autocensura?
Toda. Yo sé lo que es la autocensura desde 2018, y, a veces, digo: “Qué gusto lo que escribís otros”. En eso, vivo un poco del placer ajeno. No sabéis lo que es esa pequeña libertad de poder quejarte, coño.
¿Y por qué no se la permite usted?
Por salud mental, por cuidarme. Yo no tengo lo que tienen el resto de los políticos. Esta es la prueba. No tengo tragaderas, ni la espalda ancha para soportarlo. Tenían razón los que decían que no servía para político, seguramente lo decían en otro sentido, pero la tenían. Todos tienen que ser un poquito sociópatas y me doy cuenta de que no lo soy.
La riada se ha llevado toneladas de libros. ¿Eso cuánto duele?
Mucho. Me llegan fotos de amigos con sus bibliotecas y sus libros manchados de barro, y les estamos mandando desde aquí paquetitos con libros, es nuestro pequeño gesto. Pero, si las grandes editoriales de este país, Anaya, Planeta y Penguin Random House quisieran, llenaban ocho librerías en una tarde, con sus fondos. ¿Tú sabes cuántos libros se trituran?
Su último libro, Mi pequeña librería, es un homenaje a ellas. ¿Qué le ha dado el ser librero?
Lo que dan los libros: entretenimiento, evasión. Yo estoy muy a favor de todo lo que te entretenga. Mi librería me ha dado muchísimo. Vienen autobuses de toda España que están de excursión por la Comunidad Valenciana y paran a verla y a hacerse un selfi y esas cosas. Con decirte que se han abierto más casas rurales en Buñol desde que la abrí...
No me diga que está creando empleo sin ser ya ministro.
Pues sí. Por lo pronto, los de Yolanda y Dani, mis ayudantes, y los de este bar, que ha abierto al lado. Mi librería me ha dado mucha alegría y comprobar que uno puede ser profeta en su tierra.
O sea, que vive de los libros, los que escribe y los que vende.
Sí, además, en la tele solo me ofrecen ser colaborador de opinión. Me han llamado de todas las cadenas, pero, como no quiero dar mi opinión, me da miedo. Podría estar yendo un par de días a la semana a Madrid y me vendría bien para oxigenarme, que lo necesito, créeme, pero fíjate hasta qué punto llega mi exceso de prudencia.
En la tele solo me ofrecen ser colaborador de opinión. Me han llamado de todas las cadenas, pero, como no quiero dar mi opinión, me da miedo”
¿En qué momento vital se encuentra?
Digamos que estoy en tránsito, a mis 53 espléndidos años, que diría Lola Flores. Estoy cuidando de mi madre, estoy superando la ruptura con mi pareja...
Eso también es duro.
Es muy duro porque era tu pareja de muchos años, en quien confiabas, con quien te acostabas, con quien soñabas, con quien trabajabas, con quien planeabas un viaje. Pero todos esos podríamos se han roto, al romper con la pareja. Pero, claro, le era insoportable vivir con una madre demente. Y la cosa es que le entiendo.
¿No se ponía en su lugar?
Nadie se puede poner en ese lugar. Solo los que estamos en esas circunstancias. Pero ¿por quién apostaba yo? ¿Por mi novio o por mi madre? ¿Qué haces en ese momento? ¿En qué lugar me pongo? Pues aquí me tienes, en Buñol, con mi madre y sin novio. Menos mal que están mis amigos. Porque no es lo mismo ligar en Buñol, que en la barra del Válgame Dios [bar de Madrid]. Y yo ahora necesitaba una barra del Válgame. Necesito que se vayan todas mis tragedias.
¿No usa Tinder, u otras aplicaciones para ligar?
No tengo nada de eso, pero estoy abierto a que los interesados me manden mensajes por Instagram, o a EL PAÍS, ya que estamos.
¿Está escribiendo otro libro?
Sí.
¿Ficción, ensayo, autoficción?
Todo es, en el fondo, autoficción, hasta lo de Asimov. Al contrario de lo que decía Almodóvar: que la realidad debería estar prohibida, pienso que la realidad te da muchas novelas. En un rato sentado aquí viendo pasar a la gente, me da para 200.
MÁXIMO EL BREVE
“No se preocupen que ya saben que yo soy breve”. Así empezó el periodista y escritor Máximo Huerta (Valencia, 53 años) su alocución la noche de los Goya 2019 como presentador del premio al mejor corto de ficción. El auditorio se vino abajo entre risas y aplausos. Hacía solo seis meses que Huerta había sido, y dejado de ser a los seis días justos, ministro de Cultura y Deportes del primer Gobierno de Pedro Sánchez. Dimitió o le dimitieron, al publicarse que, en el pasado, había saldado un fraude con Hacienda con la correspondiente multa. Hoy, casi ocho años y varios libros después de aquello, Huerta recuerda el episodio: "Me costó muchísimo aceptar, pero me llamó Andreu Buenafuente, al que admiro, y me convenció. Ese discurso y ese aplauso me ahorraron muchas sesiones de psiquiatra", dice en Buñol (Valencia), su pueblo, adonde se retiró en 2020 para cuidar de su madre. Y remata: "En las bambalinas de los Goya, al verme nervioso, el actor Karra Elejalde, tan vasco él, me dio una palmada en la espalda que casi me tumba diciéndome: 'Sal orgulloso". No se lo agradecí lo suficiente. Estoy deseando verlo para devolvérsela".
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