‘Saturno’: cuando el pederasta es el abuelo del cineasta
Daniel Tornero debuta como director con un documental en el que muestra cómo sus parientes encaran la entrada en prisión de su cabeza de familia por abuso de menores
“A mi abuelo lo detuvieron en enero de 2018 por abuso de menores y por el intento de secuestro de una niña de ocho años. Y ahí arrancó para su familia, para todos nosotros, un proceso de asimilación. Yo sentí que necesitaba contarlo como sé, con el cine, y les pedí permiso”. Las dos frases encierran el resumen del viaje cinematográfico y personal por el que ha transitado Daniel Tornero (Alicante, 35 años) para llegar a entregar Saturno, un documental devastador que supuso la gran sorpresa del pasado festival de Málaga, y que se estrena este viernes en cines. Y que intenta dar voz, que no respuestas, a quienes rodean a un hombre de 75 años que pasa de la noche de la mañana de ser abuelo a ser un monstruo exiliado en una casa en un pueblo. Su familia espera su entrada en prisión, completamente alejada de él, y se mira hacia adentro: ¿serán ellos iguales? ¿Su abyección ha marcado el comportamiento de las siguientes generaciones? Y al abuelo, que también participa en el filme, le pregunta: ¿cómo te sientes con lo que hiciste?
Al inicio de la charla, Tornero resuelve una duda judicial: “Sí, mi abuelo entró en la cárcel el año pasado y estará allí de cinco a siete años”. Solo habrá una pregunta que preferirá dejar en el ámbito de lo personal: ¿le están visitando en el centro penitenciario? Al resto, el cineasta, que debuta en el largo, y que ha transitado por diversas residencias y laboratorios de desarrollo de guion para acabar este proyecto mientras trabaja como ayudante de dirección, responderá con una voz pausada, muy cercana al tono y la imagen que usa en Saturno, un documental devorado por las sombras físicas y emocionales.
La cámara nunca interfiere, siempre se acerca de manera cautelosa a quienes hablan, en lo que parece un eterno atardecer antes de la llegada de la devastación. Como el plano en el que el padre del director, mirando hacia una ventana, y filmado de perfil, ahonda en su propio comportamiento paternal. “Ha sido una película muy transformadora, porque hay algo bonito: Saturno se ve afectada por el viaje emocional que hacen los personajes, pero a la vez el propio filme tiene un efecto sobre la familia”, desarrolla el director. “Me llena el corazón: hemos conseguido llegar a ese nivel de confianza y creo que ha sido muy transformador para mi familia”.
Antes ni siquiera de poner en marcha el proyecto, Tornero charló con todos sus familiares: “Era muy importante tener su aprobación. Les planteé mi necesidad de hacer una película con ellos y desde el primer momento recibí una confianza tremenda. Nunca estaré lo suficientemente agradecido por cómo han confiado en mí, ya no solo como cineasta, sino también como hijo, como hermano, como sobrino. Es algo que habla mucho del amor”.
Como correspondencia, en Saturno impera el respeto. “Existe una responsabilidad como cineastas a la hora de retratar a las personas filmadas y nosotros siempre quisimos, por un lado, respetar su intimidad, y por el otro generar ese clima de cuidado en la familia y también con el personal de rodaje. No llegamos con las cámaras el primer día a filmar, sino que hubo un proceso de conocernos. Fuimos a comer al campo todos y creamos a su vez una familia en sí misma dentro del proceso de rodaje”. Tornero se apoyó en otro acercamiento para lograr la tranquilidad: “Además, yo fui pasando a mis familiares una cámara pequeña antes de rodar para que pudieran filmarse a sí mismos hablando de lo que ellos quisieran. En realidad, este es un material que nunca hemos utilizado, que fue un primer paso de cimentación de confianza ante los focos”.
Tornero recuerda perfectamente aquel día de enero de 2018 cuando su padre le llamó para contarle que habían detenido a su abuelo, y el delito del que le acusaban: “Fue difícil. Primero, decidimos cuidarnos; después, entender todo lo que estaba sucediendo, integrar y aceptar. De repente, te relacionas con emociones muy complejas: la vergüenza, el miedo, el dolor. Rebuscas en tus recuerdos del pasado. Así transcurrió nuestro primer año y medio. Después, ya entró el cine”. Aquella llamada estuvo marcada por el shock. “Es que es mi abuelo. Nosotros comíamos todos los domingos paella en el campo. Hemos ido a la playa con él. Quiero decir que se comportó como un abuelo. Un buen abuelo. Hemos disfrutado de una vida en familia”.
Saturno no se filmó del tirón. El rodaje se fue intercalando con el año en que Tornero disfrutó de una beca del programa Residencias de la Academia de Cine. “Es que he obtenido algo muy complicado: tiempo para que la película fuera encontrándose a sí misma. El rodaje iba nutriendo al guion y el guion nos iba dando un poco el camino que íbamos a mantener durante la película. Luego pasó lo mismo con el montaje. Saturno nace de todo este proceso de búsqueda”, explica el cineasta. Con su abuelo llegó a filmar, de manera intermitente, casi dos años. Con su familia un mes, aunque también de forma no continua, “para no ser invasivos y sí dar cabida a otras emociones”.
De su abuela queda claro que quiere olvidar sus muchos años con el pederasta. “Se le fue la cabeza, vendió todo, se lo gastó todo. Ya no puedo querer a alguien que me ha hecho tanto daño. Si me dicen ahora que se está muriendo, que se muera. Yo no iré a su entierro”, cuenta ella ante la cámara. ¿Y el abuelo? Siempre solo, pasa de negarlo todo a acabar poco a poco reconociendo sus distintos delitos. Al padre del cineasta, José Alberto Tornero, se le ve en pantalla, destrozado, hundido por las evidencias que culpabilizan a su progenitor. Intentó ser, con Daniel y sus hermanos, un padre emocionalmente distinto al suyo... para acabar tratando con la misma frialdad a sus hijos. “Yo tenía un referente de lo que no quería ser, él; y al final nunca he tenido una gran conversación con vosotros. Soy peor que él”, se le escucha mientras fuma y mira por una ventana. El cineasta reflexiona ante lo complejo de los sentimientos de José Alberto: “Por un lado, tiene un odio tremendo por su padre por lo que ha hecho; pero por el otro, no deja de ser su hijo”. Tornero es cineasta y familia, y por eso acaba él mismo involucrado en un estallido emocional cuando le plantea a su familia en una reunión nocturna muy tensa: ¿habéis pensado en las víctimas, las niñas?
En un audiovisual rebosante de true crimes, Saturno encara la pederastia de manera muy distinta. “No engancho jamás con esas propuestas”, confiesa Tornero. “Me interesa más el lado humano y analizar las situaciones desde un lugar más complejo. Pensamos mucho en qué relación tenían la ética y la estética durante el rodaje. Tuve también la inmensa suerte de contar con las mentorías de José Luis Guerín, y reflexionamos mucho juntos sobre esto, sobre cómo retratar a mi abuelo, cómo filmarle y cómo hacerlo desde un lugar que no sobrepasara esos límites éticos”.
¿Cómo encara una familia la pederastia de quien la encabeza? ¿Hay miedo a que su comportamiento sea genético, pase de padres a hijos? “Claro, existe un arraigo de ese miedo. Pero siento que la película trazó un camino hacia la luz. No nos hemos quedado en ese limbo de manera permanente, sino que descubrimos un movimiento transformador. Y eso también sale en pantalla”. El hijo, los nietos, hablan de cojeras emocionales, de cómo han ido replicando malas relaciones familiares. “Por eso hablo de su proceso sanador. En pantalla usé planos largos para que pudieran expresarse de la manera menos manipulada posible. Huyendo del amarillismo, yendo hacia el mimo, el cuidado personal”. ¿Su familia ha visto Saturno? “Sí, antes del festival de Málaga, antes incluso del montaje definitivo, para que ayudaran en el proceso”. ¿Incluido su abuelo? “Vio su metraje. Para mí también era importante que lo viera”. ¿Y qué dijo? “No mucho. Un ‘Vale, adelante”.
Babelia
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