La muerte triunfa en el festival de San Sebastián
La eutanasia, los cuidados paliativos y el declive de la vida han sobrevolado como temas principales en muchas de las películas de este Zinemaldia
El miércoles por la noche, Pedro Almodóvar y Costa-Gavras coincidieron en el restaurante donostiarra Zelai Txiki en sendas cenas. El primero celebraba su 75 cumpleaños y la proyección de La habitación de al lado; el segundo, el estupendo recibimiento en la sección oficial del concurso de El último suspiro. Y cuando comenzaron a charlar, se percataron de que ambas películas albergaban un mensaje a favor de la eutanasia y de que todo ser humano tiene el mismo derecho a decidir cómo vive que a escoger cómo muere. Si por algo se recordará la 72ª edición del festival de San Sebastián, es por la aproximación de multitud de cineastas a la muerte y a los últimos momentos de sus personajes, que saben que les queda poco tiempo de vida. Por eso, y porque las tres series españolas estrenadas en el Zinelmadia estarán entre lo mejor del año en el audiovisual nacional.
La muerte sacude al personaje de Tilda Swinton en el filme de Almodóvar, que se ha proyectado por la entrega del Donostia. El deseo de su personaje es controlar su final, como los pacientes de El último suspiro. Mantener la dignidad, sin sentimentalismos ni paternalismos, sin compasiones ni chantajes emocionales, mueve las últimas acciones de Ramón, el personaje al que da vida Antonio de la Torre en Los destellos, de Pilar Palomero. Tampoco quiere cariños baratos el enfermo terminal de la china Bound in Heaven. Y la anciana a la que da vida Josiane Balasko decide dejar todo bien atado en Quand vient l’automne, del francés François Ozon, que, además, juguetón como es él, muestra una paleta de sentimientos provocados por diferentes muertes.
Otro que juega a la vida y la muerte, obligado porque su objeto de estudio es la tauromaquia, en concreto en las corridas, es Albert Serra, que ha levantado una polvareda descomunal, acorde a la calidad de su documental, Tardes de soledad, donde no escatima al espectador ni un segundo del dolor y la agonía de los toros en las plazas. Y sin abandonar la sección oficial a concurso, Cónclave (el nuevo filme de Edward Berger, responsable de Sin novedad en el frente, que ha sido una de las películas más disfrutonas y repletas de giros del certamen) y El llanto coinciden en mostrar cómo los muertos marcan el recorrido de los vivos.
Lo mismo ocurre en la sección Nuevos directores, cuando la muerte se planta en mitad de la película, anunciando con suficiente tiempo su llegada, como en la muy interesante Los últimos románticos, de David Pérez Sañudo; en la danesa My Eternal Summer y en la tailandesa Regretfully at Dawn. De eutanasia y fallecimientos también hablaban, en el apartado Horizontes latinos, la argentina Los domingos mueren más personas, y en Perlak, la francesa Por todo lo alto y el nuevo trabajo de Paul Schrader, Oh Canadá.
Ahora bien, ¿qué decidirá el jurado que preside la ganadora del año pasado, Jaione Camborda? Si apuesta por un puñetazo, ningún largo puede superar al virtuosismo, la temeridad y la contundencia de Tardes de soledad. Por recepción crítica, no quedan muy atrás Los destellos, de Pilar Palomero; el drama social On Falling, de la debutante portuguesa Laura Carreira, que ha contado con la producción de la empresa de Ken Loach para otra indagación de cómo la maquinaria capitalista sigue expulsando gente de la sociedad —especialmente, a los inmigrantes—, y Mi única familia, un retorno por todo lo alto del veterano Mike Leigh, que regala a su actriz de Secretos y mentiras, Marianne Jean-Baptiste, un personaje desagradable, que arranca bullendo en su malignidad y al que Leigh acaba dando el espacio necesario para que el público entienda que su brutalidad nace de un terrible dolor.
En realidad, el certamen ha albergado una sección oficial a concurso de buena calidad, donde solo chirría —eso sí, deja un borrón homérico― Emmanuelle, de Audrey Diwan, anticlimática en su sexualidad y antipática en su diatriba erótica. De ahí que este año las quinielas se hagan desde el buen sabor de boca y no desde la sensación de que haya poco que premiar y menos que festejar. Y en esa celebración han entrado, y triunfado, Querer, de Alauda Ruiz de Azúa, y Yo, adicto, de Javier Giner, ambas series en la sección oficial, aunque, obviamente, fuera de concurso, y Celeste, de Diego San José, la serie tragicómica estrenada en el Velódromo. Su sutileza; apuesta por narraciones distintas, que rehúyen los tópicos; su mirada adulta a personajes y situaciones y su consideración del espectador como alguien inteligente han hecho de las tres series un puntal del audiovisual español del 2024, se pongan como se pongan los creadores cinematográficos.
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