De las alegrías al martinete: los cantaores japoneses se atreven con el cante jondo
La reunión anual de la Asociación Japonesa de Flamenco en Tokio este septiembre muestra el vigor de este arte en el país oriental, con más de una docena de cantaores nipones que llevan décadas perfeccionando su técnica
El creciente número de japoneses que se atreven con los melismas, los quejíos y el compás del cante jondo desafía la muy difundida idea de que el flamenco en Japón es, sobre todo, un baile que antepone la técnica a los sentimientos.
Este año, la presentación anual de la Asociación Japonesa de Flamenco (ANIF) celebrada en el teatro Nakano Zero de Tokio entre el 11 y el 13 de septiembre, se inició con 13 cantaoras y tres cantaores que se turnaron para interpretar palos melodiosos y rítmicos, como fandangos y alegrías, pero también los llamados cantes grandes, de alta exigencia dramática, como la taranta y el martinete.
“El fenómeno lleva más de una década y surgió del deseo de perfeccionarse. Primero fueron las bailaoras que empezaron a preocuparse no solo por bailar bien, sino también por cantar y expresar emociones a través del baile”, explica Tomoko Kobayashi, presidenta de ANIF. La también bailaora y maestra nipona, cita el éxito rotundo de la cantaora Yuka Imaeda, que se formó en Jerez de la Frontera con Felipa del Moreno, para que las bailaoras japonesas se fijaran en la importancia de las letras.
Pese al entusiasmo del público y los ocasionales olés, la presentación de ANIF no convenció del todo a conocedores españoles como Benito de Córdoba, bailaor y profesor residente en Japón desde hace 26 años. Él opina que Japón tiene aún mucho camino por recorrer en lo que respecta al cante, pero anota que los cantaores japoneses merecen “un gran aplauso por ponerse en el escenario con los cantes más difíciles que tenemos en el flamenco”. El artista cordobés, que se radicó en Tokio con el apoyo de Yoko Komatsubara, la ya nonagenaria dama del flamenco nipón, considera que “la cultura japonesa, como cualquier otra, está cambiando y se va perdiendo la vergüenza a expresar los sentimientos delante de la gente”.
El promedio de edad de los cantaores en la presentación de ANIF era de unos 50 años. Muchos de ellos son profesionales de otros campos cuyo entusiasmo por el flamenco se puede medir en perseverancia y elección de maestros. Tomi Watanabe, una especialista en enfermedades de la circulación que lleva veinte años estudiando flamenco, interpretó una Taranta de Almería con el aplomo y la solemnidad de un réquiem. Para perfeccionar su arte, ha visitado repetidas veces España para estudiar con Dolores Agujetas, la hija de Manuel Agujetas, el legendario cantaor que grabó su último disco en Japón, en 2013. Aunque no puede sostener conversaciones largas en español, su pronunciación es impecable a la hora de cantar versos como “Tú el jardín y yo el jardinero” cuya mezcla de eles y erres representa un serio desafío para los nativos de un idioma que no diferencia esas dos consonantes.
El factor más importante para los japoneses a la hora de abordar el cante es el lugar donde se genera de la voz, explica por teléfono Yuka Imaeda, la cantaora cuyo debut accidental tuvo lugar hace más de una década en YouTube con un vídeo grabado en Jerez que causó estupefacción, se viralizó y suscitó comentarios elogiosos que la calificaban como “voz de gitana” y “Viva Japón de la Frontera”. “Los japoneses tenemos que entrenar mucho la garganta porque nuestra forma de hablar con la parte exterior de los labios aligera los sonidos”, explica la cantaora de 46 años que, pese al señorío que demuestra cuando va a cantar a los tablaos de Andalucía, considera el español un idioma difícil. Al ser preguntada sobre el futuro del cante en Japón, asegura que “los jóvenes japoneses, como los de todo el mundo, están cada vez más globalizados y cantan muy bien en inglés. Sería genial que también adoptaran el flamenco con ese mismo entusiasmo”.
Aunque el flamenco japonés actual dista de atraer las multitudes de finales del siglo pasado, la afición se mantiene. Desapareció el tablao El flamenco, que entre 1966 y 2016 invitó bailaoras como Cristina Hoyos, Sara Baras y Eva Yerbabuena, y donde las estudiantes, en la prehistoria de internet, acudían con una grabadora escondida para recoger las melodías y el zapateado. Siguen activas, sin embargo, academias pioneras como la de Yoko Komatsubara y la de Shoji Kojima, el bailaor que pasados sus 80 años sigue sobre los escenarios.
Este año en la presentación de ANIF participaron, además de dos guitarristas y tres grupos de baile, 60 bailaoras provenientes de las 164 academias de registradas en todo el archipiélago. La escuela de Benito de Córdoba tiene 150 estudiantes. Tal cantidad es un caso excepcional, aclara el bailaor y añade que tiene alumnas que bailan en tablaos y ensayan todos los días. Hay otras “que van a pasar el rato”, explica.
Existe además la Federación Nacional de Estudiantes de Flamenco, que organiza talleres y concursos en los que participan grupos universitarios con nombres como Los gatos, Rojos Pimientos o Son Sonete. El texto fundacional de ANIF publicado en su web señala las raíces orientales del flamenco y afirma: “No hay duda de que los japoneses también podemos contribuir eficazmente a este arte”.
Tomoko Kobayashi, la presidenta de ANIF, destaca el acceso a las culturas del mundo propiciado por la web como uno de los factores que está contribuyendo a la evolución del flamenco japonés. Y para describir el auge del cante en un movimiento que lleva casi seis décadas formando bailaoras, bailaores y guitarristas, recurre a una metáfora religiosa: “Hemos completado la Trinidad del flamenco”.
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