El mítico tablao dice ‘sayonara’
El Flamenco, epicentro de la escena jonda de Tokio, cierra sus puertas poco antes de cumplir medio siglo
Las redes sociales japonesas empezaron a hervir en marzo pasado con el rumor de que el santuario de arte jondo en Tokio, el tablao El Flamenco, cerraría sus puertas seis meses antes de cumplir 50 años. El rumor era cierto y el tablao, conocido con el apelativo cariñoso de Eru-fura (por la pronunciación japonesa sin eles de El Fla), celebró su última función el pasado 26 de julio.
Situado en el sexto piso de un edificio del céntrico barrio de Shinjuku, el conocido local deja atrás un largo capítulo del romance de los japoneses con la música y el baile declarados recientemente Patrimonio de la Humanidad. En cinco décadas, unos 900 artistas españoles tuvieron oportunidad de disfrutar del generoso contrato de seis meses y un apartamento amueblado a 10 minutos del tablao. Desde que en 1976 Cristina Hoyos bailó para el décimo aniversario, actuar en El Flamenco se convirtió en el equivalente a un doctorado jondo y Tokio consolidó su título de capital asiática del flamenco.
El tablao será traspasado a la empresa japonesa de trajes flamencos Sonia Jones que transformará el local, reducirá el número de funciones, cambiará la forma de contratación de los artistas e invitará un chef español de alta cocina. Orihara, confirmado en su cargo, desmiente que haya descendido la afición japonesa por lo jondo.
El primer cuadro fue despedido tras una reyerta con cuchillos
Por el viejo escenario de madera pasaron artistas como Jesús Ortega, Daniel Torres, Manolete, El Toleo, Rafaela Carrasco y Belén Maya. Manolo Sanlúcar grabó allí un disco. Sara Baras bailó cuando tenía 18 años como pareja artística de Javier Barón y Eva Yerbabuena llegó con 19 años y recién casada.
El origen de El Flamenco se remonta a la época en que Tokio acababa de celebrar sus Juegos Olímpicos de 1964 y requería locales cosmopolitas cercanos al corazón oriental. Un tablao, con su trío de bailaora, guitarrista y cantaor, ofrecía un formato familiar para quienes gustaban de la fiesta animada por geisha, shamizen y cantante. Ambas coreografías incorporan abanicos y telas floridas y relatan historias de amor trágico con lamentos llenos de melismas y falsetes.
Miles de turistas locales comían paella al ritmo del zapateado
Los autocares de turismo local empezaron a traer centenares de comensales deseosos de espectáculo en vivo y también de degustar un raro plato de arroz amarillo preparado con ingredientes de mar llamado “pae-lla”. Si el flamenco parecía una versión gitana del baile japonés, la paella pasaba los ingredientes del sushi por el filtro multicultural mediterráneo.
El Flamenco pasará también a la historia como uno de los principales contribuyentes al tópico de España como “país de la pasión” (Jonetsu no kuni). El primer cuadro de artistas tuvo que ser despedido tras una impetuosa escena de celos alrededor de una guapa bailaora japonesa, Yasuko Nagamine, en la que salieron a relucir cuchillos caseros y placas de la policía. El contrato de los españoles empezó a incluir, de manera tácita, la cláusula de la buena convivencia gracias a la recomendación de Cristina Hoyos, quien se convirtió en una asesora indispensable a la hora de recomendar artistas con buen equilibrio entre el talento y la actitud profesional. El administrador del local durante los últimos 40 años, Makoto Orihara, atesora una larga lista de melodramáticos episodios que, dice, algún día pondrá sobre el papel.
Para miles de estudiantes japonesas de este baile El Flamenco quedará como el lugar donde en la prehistoria del móvil y YouTube iban con una grabadora escondida en su bolso para pedirle, al día siguiente, al guitarrista de su academia que les reprodujera las melodías.
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