El doble rasero sobre Alice Munro: ¿fue la escritora cómplice por su inacción de los abusos que sufrió su hija?
Tras la confesión de Andrea Robin Skinner de ser víctima de agresión sexual por parte de su padrastro, se abre un debate sobre la revisión de la obra de la premio Nobel de Literatura
Andrea Robin Skinner, una de las hijas de Alice Munro, contó el domingo 7 de julio en un medio canadiense que el segundo marido de la escritora la agredió sexualmente cuando tenía nueve años y cómo estos abusos continuaron durante años. También explicó que su madre, premio Nobel de Literatura, fallecida hace menos de dos meses, lo sabía y nunca hizo nada. “Siempre insistió en que lo que sucedió era algo entre mi padre y yo. Ella no tenía nada que ver”. “Me dijo que se lo había contado demasiado tarde”. “Me dijo que le quería mucho”. “Se lo tomó como una infidelidad”.
Munro no solo lo supo porque su hija se lo contó, sino que, en 2005, Skinner, que ahora tiene 58 años, denunció ante la policía a Gerald Fremlin, su padrastro, que se declaró culpable para alcanzar un acuerdo por el que fue acusado de abusos y condenado a una sentencia de dos años de prisión provisional y una orden de alejamiento de menores de 14 años. Sam Lazarevich, encargado de la investigación, relató en un periódico canadiense que la escritora gritó a su hija y defendió a Fremlin cuando el agente acudió a su casa. Si la autora pudo llegar a albergar alguna duda, es evidente que el trabajo policial y la sentencia judicial se las tuvieron que despejar todas. Munro siguió a su lado hasta que Fremlin murió en 2013.
Esta confesión ha generado un intenso cuestionamiento sobre la obra de la escritora que encaja en el debate en el que llevamos años enfrascados sin obtener respuestas absolutas: ¿podemos separar a la autora de la obra? Los cuentos de Munro están atravesados por las relaciones entre madres e hijas. Cuando Skinner ya tenía 20 años, su madre escribió un relato corto sobre una joven que se suicida tras sufrir abusos sexuales de su padrastro. Fue después de esto cuando la hija decidió contarle los abusos que había sufrido, con 25 años. “Reaccionó exactamente como me temía que haría, como si se hubiese enterado de una infidelidad”, explica la hija de Munro, que asegura que la escritora abandonó durante un breve periodo a Fremlin, no por los abusos sexuales que había cometido, sino por haberle sido infiel.
¿El trabajo de Munro ha quedado manchado por cómo actuó con su hija?, ¿hay que identificar a Munro con los personajes o los narradores de sus cuentos?, ¿seguir leyendo sus obras implica que no condenemos su complicidad o responsabilidad ante lo que le sucedió a su hija?, ¿criticar es censurar?, ¿contribuimos a silenciar a Skinner si seguimos leyendo las obras de su madre?
“Cuento esta historia, mi historia, porque me gustaría que formara parte de los relatos que cuenta la gente de mi madre. No quiero volver a leer una entrevista o biografía que no confronte la realidad de lo que me sucedió”, ha respondido la hija con contundencia. Skinner, según se desprende de su confesión, ya ha hecho su tránsito personal de víctima a superviviente gracias al trabajo que realiza con menores que han pasado por situaciones similares.
Es complicado encontrar una respuesta definitiva a todas estas preguntas, sobre todo si le añadimos otro factor: en este caso Munro no es la agresora. Para ella, y su familia, quedan los calificativos de corresponsables. Tal vez por eso se lanzan los mismos cuestionamientos sobre la escritora y su obra que se han vertido sobre Woody Allen, Roman Polanski, Pablo Neruda, Pablo Picasso, Plácido Domingo, el cantante de Arcade Fire, Win Butler… Hombres acusados directamente de distintos tipos de violencias contra las mujeres cuando no sentenciados por la justicia. Y que, por cierto, siguen con sus trabajos.
Parece que hay un cierto consenso en revisar la obra de Munro o, por lo menos, poner otra mirada sobre sus libros tras la confesión de su hija. ¿Se le está aplicando un doble rasero, ese código moral que impone estándares más severos de comportamiento sexual a las mujeres que a los hombres? Cuando, una vez más, no fue la escritora quien abusó de su hija aunque tampoco hizo nada.
Cultura misógina
En las palabras de Skinner se encapsula otra de las claves de esta historia cuando explica cómo su madre justificó su inacción y silencio. “Me dijo que todo era culpa de la cultura misógina en la que vivimos y que no pretendiera que en este sistema ella negara sus necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara los fallos de los hombres”. Munro y sus personajes se desarrollaron en esa Canadá provinciana donde las mujeres tenían un solo destino: los cuidados. “Era ama de casa. Aprendí a escribir en los tiempos muertos y nunca me rendí”, dijo Munro. “La gente a mi alrededor no sabía que quería ser escritora. No dejé que lo descubrieran, les habría parecido ridículo”. “Nunca conocí la palabra feminista, pero por supuesto que lo fui”, defendió además la escritora.
Margaret Atwood, amiga de Munro, lo planteaba de esta manera en The New York Times: “¿Por qué se quedó? Y yo qué sé. Creo que pertenecían a una generación y a un lugar que escondía las cosas bajo la alfombra. Te das cuenta de que no conocías a quien creías conocer”. La autora de El cuento de la criada acertaba a dar una primera y rápida explicación a lo que le podía haber sucedido a Munro, para después tratar de volver a la duda, a la reflexión: “Es una bomba, todavía lo estoy asimilando”.
Nunca sabremos en qué momento de su vida estaba Munro, por eso tal vez lo que habría que plantearse es si seguimos señalando a los culpables de las agresiones o además nos fijamos con la misma intensidad analítica en las estructuras y dinámicas que permiten a estos hombres actuar con tal impunidad.
Munro, esa mujer que se definía como feminista, calló. El padre de Skinner calló como también lo hicieron sus hermanos, aunque todos le reconocieran la gravedad de lo que le había sucedido. “Guardarme mi dolor era la manera de ayudar, hacer el mayor bien para el mayor número de personas”, justifica la hija sus propios silencios. Todos aplicaron el mismo mecanismo de supervivencia: seguir adelante como si no hubiera pasado nada cuando te lo han quitado todo, cuando te han arrebatado una de las cosas más valiosas en la vida, la seguridad. Y, sin ser del todo conscientes, todos se convirtieron en cómplices.
Este es el resultado de una estructura patriarcal bien engrasada por los años que, en el caso de Munro, además, tiene el refuerzo de mortero de la fama y el prestigio literario. “La fama de mi madre contribuyó a que el silencio continuara”, sentencia Skinner, que asegura que mucha gente famosa también conocía lo que le había sucedido. Robert Thacker, autor de la biografía Alice Munro: Writing Her Lives (Alice Munro: escribiendo sus vidas), publicada en 2011, admitió que conocía los abusos y que no los incluyó en el libro primero porque los consideró “un desacuerdo familiar”; segundo, porque no iba a volver a mandar a impresión una obra ya terminada.
Skinner ha sido víctima de varias violencias contra las mujeres que están tan integradas socialmente que, a veces, ni las propias víctimas saben identificarlas. Ella misma confiesa que no supo ponerle nombre al abuso cuando era una niña, a fin de cuentas, la estaba agrediendo su padrastro, en su casa, en sus espacios seguros. Con el paso de los años, su madre y figura de referencia casi le hizo responsable de lo que le había sucedido. La culpa, además, operó en ella, mejor no molestar ni involucrar en esto al resto de su familia para que no sufran. Luego llegó el entorno, que prefirió callar ante una agresión documentada y fundamentada en una sentencia judicial recurriendo a esa terrible muletilla: era un problema familiar. Los trapos sucios se lavan en casa, podría ser el epitafio de esta aterradora historia. Si estuviéramos en los sesenta, claro. En 2024, la confesión de Skinner ha caído como una bomba de racimo cuyo alcance parece que, por el momento, afecta más a la madre indolente y abandonadora que al padrastro violador.
Babelia
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