Un sonido negligente desinfla el concierto de Pearl Jam en Mad Cool
El grupo de Eddie Vedder sufrió en Madrid diferentes problemas acústicos que impidieron un recital tan intenso como requiere su música
Se podría llamar así: el caso del sonido que viene y se va. O del sonido que se va y viene. También: el concierto de rock que no fue rock, porque le faltó lo que genera la esencia del género: vigor, energía. ¿Qué pasó anoche en el escenario grande de Mad Cool? Un despropósito. Faltó volumen y las notas musicales parecieron hojas mecidas por el viento: ahora aquí y a los pocos segundos, a 200 metros. En algunas ocasiones el grupo parecía tocar debajo del agua, con unos decibelios intentado salir de allí, pero se lo impedía un recio tapón.
Era el concierto estrella del festival, el de Pearl Jam, que se libró en el segundo de los cuatro días de Mad Cool, que se está celebrando en el espacio Iberdrola Music, en el distrito de Villaverde, sur de Madrid. Ocurre que Pearl Jam proporciona una anomalía en la música actual: una banda de rock que convoca a miles de personas y que aún se muestra viva artísticamente y no basa sus directos solo en canciones compuestas hace décadas. Para sostener esta tensión artística varían todas las noches el repertorio e introducen un puñado de temas de su atractivo último disco, Dark Matter, de este mismo año. Atraídos por este genuino espíritu rockero y por 35 años de poderosa carrera acudieron 57.000 espectadores (solo faltaron unos pocos cientos para completar aforo, 58.000). Pero no debieron de quedarse muy satisfechos.
Salieron al escenario los componentes del grupo desde un lateral, con paso mesurado y entre una penumbra. Eddie Vedder portaba una botella de vino en una mano y unos cuantos folios en la otra. Los dejó a sus pies y empezó a cantar Lukin, un furibundo tema punk de su disco No Code, una canción de un minuto que tenía que haber funcionado como un zambombazo en la audiencia, pero que apenas acarició. El sonido era bajo, mortecino. Cuando llegó la segunda pieza, Corduroy, lo que pasaba era que la voz de Vedder se iba de paseo. A continuación, con Why Go, la tercera variante del desaguisado: el volumen ascendía y descendía, como un muelle. Pareciera que alguien estaba controlando los mandos y, cuando se escuchaba demasiado alto, limaba un poco la intensidad. Eso que pasa cuando llegan los anuncios en televisión, aumenta súbitamente unos grados el volumen y cogemos rápidamente el mando para bajarlo.
Podemos especular cualquier cosa, porque anoche este periódico pidió una explicación oficial y la respuesta de la organización fue encogerse de hombros. Una teoría, lanzada por un aficionado a pie de escenario: puede deberse a un límite impuesto para no molestar a los vecinos. Quizá... ¿Y lo del balanceo sónico? A lo mejor por el viento, aunque tampoco fue huracanado, más bien una brisa.
Pearl Jam le echó ganas (faltaría más) y sus componentes no fueron los responsables de que se arruinase su recital. Tocaron dos horas y se movieron con energía por el escenario, como sintiéndolo, aunque sus vibraciones llegaran flácidas a los espectadores. Canciones como Even Flow deberían haber taladrado la cabeza a los asistentes, pero les pasó de refilón. Es posible que el entregado público que se agolpaba en la valla de seguridad a los pies del escenario no percibiera los problemas de acústica, pero estábamos en un concierto para más de 50.000 personas, no para 10.000. Suerte tuvieron los músicos de no enterarse del desatino. Era una pena ver a Mike McCready escarbar en las cuerdas de su guitarra en esos vertiginosos solos suyos y que, de repente, todo se quedase sin fuerza, endeble. Pero el bueno de McCready seguía ahí, dale que te pego. Si una cosa posee la música de los de Seattle es intensidad, característica apenas sentida en las 21 canciones que interpretaron.
Aparte de este irreparable daño, Eddie Vedder se equivocó en su empeño por leer repetidamente en español de unos folios. Lo que fue un simpático detalle (hablar en castellano) se volvió un poco pesado y ralentizó el espectáculo. Dedicó un tema a su “amigo Javier Bardem”, e hizo una curiosa dedicatoria a Miguel Ríos “y su hija Lúa” (?). “No se puede encontrar a un hombre mejor”, dijo de nuestro veterano rockero. Curiosa amistad: habrá que investigarla, más allá de la versión que hizo Miguel Ríos de Comes Then Goes. Las canciones menos ruidosas, como Wreckage o Daughter, funcionaron mejor, porque el sonido se mantuvo algo más uniforme. También Black, seguramente la mejor interpretación de la noche.
Mucha parte del público, afectado por la descompresión, asistió al recital sin grandes emociones. Solo en la fase final, con Alive o el tema de Neil Young Rockin’ in the Free World la gente se metió de verdad en el concierto. No cambiaron las atroces condiciones acústicas, pero es que estos dos temas levantan el ánimo hasta interpretados en canto gregoriano. Eddie Vedder se despidió con un “estoy feliz, somos amigos”. Indudable señal de que fue ajeno a todo.
Tocaron más músicos en esta segunda jornada de Mad Cool, y sonaron bien. Michael Kiwanuka cantó durante su recital casi siempre con los ojos cerrados. Y así había que escucharlo a eso de las ocho de la tarde para aislarse de un entorno disperso y entretenido con esto y lo otro. Es demasiado bueno este músico como para ser utilizado para rellenar un horario de pretelonero en un cartel de un festival. Qué voz tan hermosa, qué soul tan sentido. Sus matices y su magia se disfrutan infinitamente mejor en una sala de audiencia media, pero tanto él como su grupo (fantástico) ofrecieron música celestial a la que solo faltó el sonido de una campanillas.
Los ingleses Keane no se han visto en otra en un concierto, al menos en España, con una audiencia de unas 40.000 personas para ellos. Fueron conscientes de su posición privilegiada (justo antes de Pearl Jam) y el cantante, Tom Chaplin, no podía expresar más felicidad con frases de agradecimiento. Vale, ¿y su concierto? Pues correcto, teniendo en cuenta que en cada una de sus canciones suenan a algo, pero en baja intensidad. The Smiths, U2, Coldplay... Acaban estando más cerca de unos Gene, por ejemplo. Pero sin guitarra, porque el grupo inglés sigue prescindiendo del instrumento rey en el pop-rock y poniendo al frente el piano. Sonaron bien, porque son buenos músicos y el cantante se maneja con elegancia. Cuando finalizó uno de sus clásicos, Everybody’s Changing, muchos enfilaron el camino hacia el escenario de Pearl Jam. Desconocían lo que les esperaba...
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