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Crítica ópera | Madama Butterfly
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El público abuchea en el Teatro Real a una ‘Madama Butterfly’ que no crece sobre el escenario

Mientras que la superficial producción de Damiano Michieletto contra el turismo sexual recibió sonoras protestas de los asistentes, los espectadores aclamaron la excelente dirección musical de Nicola Luisotti y la brillante actuación protagonista de la soprano Saioa Hernández

La soprano Saioa Hernández, en el papel de Cio-Cio-San, y el tenor Mikeldi Atxalandabaso, como Goro, durante un ensayo de la ópera 'Madama Butterfly' en el Teatro Real.
La soprano Saioa Hernández, en el papel de Cio-Cio-San, y el tenor Mikeldi Atxalandabaso, como Goro, durante un ensayo de la ópera 'Madama Butterfly' en el Teatro Real.Javier del Real (Teatro Real/EFE)

“Madama Butterfly tiene quince años”, asegura David Markson en una de las guirnaldas intelectuales de La última novela, que acaba de aparecer en español (Sexto Piso). Esa referencia la escuchamos a la protagonista de la ópera de Giacomo Puccini, entre juegos, durante el primer acto. Y ha sido el punto de partida para la producción de Damiano Michieletto estrenada, en 2010, en el Teatro Regio de Turín, que recaló en el Teatro Real, el pasado domingo, 30 de junio, como colofón de la temporada. Una conmemoración del centenario de la muerte del compositor, con 19 funciones y cuatro repartos, en cuyo estreno hubo tantas aclamaciones para la parte musical como abucheos para la puesta en escena.

El regidor veneciano concibe su propuesta como una denuncia del turismo sexual asiático. Abandona el exotismo de biombos y kimonos de la ciudad japonesa de Nagasaki, a finales del siglo XIX, para ubicar la acción en una metrópolis oriental, en el presente. Una escenografía realizada por Paolo Fantin, con llamativas vallas publicitarias, neones, puestos de comida rápida y prostitutas junto a un paralelepípedo central de plexiglás que representa la casa-escaparate-prisión de la protagonista. El vestuario de Carla Teti incide en su adolescencia con esa camiseta rosa de Hello Kitty y la iluminación de Marco Filibeck subraya un ambiente globalizado e impersonal.

Pero la idea de Michieletto resulta superficial y tiene poco recorrido teatral. Apenas vimos unas pocas trazas de la inmensa evolución psicológica de Cio-Cio-San, la geisha quinceañera que lo pierde todo: su religión, su familia, su amor, sus esperanzas, su hijo y hasta su vida. Uno de los personajes más complejos de Puccini que carece de antagonista y está rodeada de catalizadores. Y, al mismo tiempo, la actualización de la trama se lleva por delante el choque intercultural que desencadena el drama: la joven japonesa que se mete en el papel de esposa estadounidense y termina regresando a su cultura para hacerse el harakiri, aquí sustituido por un tiro en la cabeza.

Si el dolor y el sufrimiento apenas trascendieron desde el escenario, la escena más conmovedora de toda la producción fue el oasis de belleza y serenidad que cierra el segundo acto. Tras el cañonazo que anuncia el regreso de Pinkerton, Cio-Cio-San quiere llenar la casa de flores para dar la bienvenida a su marido. Y se ayuda de su hijo (con un interesante protagonismo en esta producción) y de la sirviente Suzuki para pintar flores sobre el plexiglás. Puccini incluye aquí el bellísimo dúo de las flores, pero envuelve la escena con un juego de reminiscencias en la orquesta que la elegancia de Nicola Luisotti elevó hasta convertirlo en uno de los momentos estelares de la noche.

El director italiano fue el gran triunfador del estreno. Convirtió a la Orquesta Titular del Teatro Real en el verdadero motor lírico de la representación. Una lectura llena de color y sutileza, en perfecta simbiosis con las voces, que extrajo toda la modernidad de sus pentagramas e impresionó especialmente en los dos últimos actos. Luisotti arrancó la ópera con un brillante fugato en el preludio, aunque el movimiento escénico no ayudó a mantener la tensión del primer acto. Quedó claro en la llegada del furioso tío bonzo para revelar a la familia el sacrilegio de Cio-Cio-San. Pero, en el segundo, fue desgranando todos los detalles conmovedores, tiernos y apasionados. Y mantuvo la tensión hasta el final del tercero, donde subrayó la genialidad de Puccini que termina la obra con un acto de rebeldía: un masivo tutti orquestal donde evita la cadencia final.

Ensayo de la ópera 'Madama Butterfly', de Giacomo Puccini, en el Teatro Real.
Ensayo de la ópera 'Madama Butterfly', de Giacomo Puccini, en el Teatro Real. Javier del Real (Teatro Real/EFE)

La soprano madrileña Saioa Hernández cosechó un gran éxito en el Teatro Real como Cio-Cio-San. Una gran interpretación vocal que arrancó con solidez al afrontar el re bemol sobreagudo de su primera intervención. Su actuación fue a más conforme el personaje se volvía dramático. Y convirtió Un bel dì, vedremo en un emotivo himno a la esperanza muy aplaudido por el público. Le faltó morbidezza para acariciarnos con su voz, pero impresionó en los dos actos finales con un canto lleno de intensidad y valentía.

El tenor estadounidense Matthew Polenzani, como un lírico teniente Pinkerton, compensó su poco agraciado vibrato con brillantes ataques a voz plena y una exquisita paleta de matices. El barítono estadounidense Lucas Meachem aportó un tono tan cálido como rígido al cónsul Sharpless. Y la mezzosoprano italiana Silvia Beltrami, como la sirvienta Suzuki, lució un dramático registro de pecho, aunque careció de la ligereza que precisa ese personaje. Los tres tuvieron su mejor momento en el tercer acto.

Entre los secundarios, destacó el tenor Mikeldi Atxalandabaso como un excelente casamentero Goro, de voz dúctil y bien timbrada, aunque aquí transformado innecesariamente en un malvado y un cobarde de manual. Lo mismo sucedió con Kate Pinkerton, la esposa estadounidense, que interpretó la mezzo hispanobritánica Marta Fontanals-Simmons. Bien el barítono Tomeu Bibiloni como el príncipe Yamadori, aunque el bajo-barítono Fernando Radó resultó poco amenazador, como el tío bonzo, cantando desde una silla de ruedas. Y una mención especial al Coro Titular del Teatro Real que tuvo el momento más destacado en el mágico coro a boca cerrada al final del segundo acto.

La soprano Saioa Hernández, como Cio-Cio-San en la ópera 'Madama Butterfly', de Giacomo Puccini.
La soprano Saioa Hernández, como Cio-Cio-San en la ópera 'Madama Butterfly', de Giacomo Puccini. Javier del Real (Teatro Real/EFE)

El teatro madrileño cierra la temporada homenajeando a la soprano catalana Victoria de los Ángeles, que en noviembre pasado habría cumplido cien años. De ella se exhiben documentos personales y una pequeña muestra con vestidos y un kimono bordado de seda rosa que utilizó en la Royal Opera House de Londres en 1957. Ella fue, sin duda, una inolvidable Cio-Cio-San. Un personaje que el compositor siempre consideró un reflejo propio y al que entregó musicalmente sus propias heridas y demonios. No por casualidad, en la referida novela de David Markson leemos otra referencia a esta ópera: “Butterfly, mi niña. La llamaba Puccini”.

'Madama Butterfly'

Música de Giacomo Puccini. Libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa.

Reparto: Saioa Hernández, soprano (Cio-Cio-San), Silvia Beltrami, mezzosoprano (Suzuki), Matthew Polenzani, tenor (F.B. Pinkerton), Lucas Meachem, barítono (Sharpless), Mikeldi Atxalandabaso, tenor (Goro), Tomeu Bibiloni, barítono (el príncipe Yamadori), Fernando Radó, bajo-barítono (el tío bonzo), Marta Fontanals-Simmons, mezzosoprano (Kate Pinkerton).

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Damiano Michiletto.

Teatro Real, 30 de junio. Hasta el 22 de julio.

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