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Fallece a los 77 años Fermí Reixach, el actor catalán que tenía alma de ruso

Sus papeles en obras de Gogol y Chéjov y su inmersión en el Método de Stanislavski marcaron la carrera de un intérprete de enorme registro en teatro y cine y que fue miembro fundador de Comediants y del Lliure

Fermí Reixach
Fermí Reixach, en el fondo de la fotografía, tras Geraldine Chaplin y Eduard Fernández, en la película 'La Mosquitera', de Agustí Vila.Alamy Stock Photo
Jacinto Antón

Lo recordaremos sobre todo paseando por la calle tocado con su sombrero panamá, pañuelo al cuello, o caracterizado de ruso: el funcionario desequilibrado Poprischin de Diario de un loco, de Gogol, la obra que revolucionó su vida, o el visionario y enamorado teniente coronel Vershinin de Las tres hermanas, de Chéjov. También de Platonov. Hay muchas otras imágenes del actor catalán Fermí Reixach, fallecido el miércoles en su localidad natal de Lloret de Mar a los 77 años, que nunca olvidaremos: aquel desopilante en su seriedad y majestuosidad Agamenón de La Bella Helena, sus impactantes Lear y Titus, su Don Juan, sus Edipos, el Serrallonga de Els Joglars… Tantos personajes teatrales, y tantas películas, y tanta televisión —fue un rostro popular en series de TV3 (La Riera, El cor de la ciutat) y TVE—. Quedan por estrenar tres de los filmes en que actuó. En el cine había debutado con Jaime Camino en 1980 en La campanada. Era miembro de honor de la Academia del Cine Catalán.

Con Fermí, miembro fundador de Comediants y del Teatre Lliure, desaparece un actor de los grandes, comprometido con su profesión hasta extremos que podían parecer casi insanos. Siempre preocupado por lograr la excelencia en su trabajo, por ir más allá y explorar nuevos caminos interpretativos incluso a costa de poner en juego su carrera. Hombre con hechuras de galán, alto, atractivo, masculino, elegante, poseía características de actor clásico de Hollywood y hubiera hecho un gran detective de serie negra. Su físico, de rasgos marcados, impresionaba y transmitía cierta sensación de altivez. Y sin embargo, Fermí albergaba una fragilidad y hasta una ternura que supieron potenciar los mejores directores con los que trabajó. Tenía una mirada de hielo cuando entrecerraba sus ojos pequeños y oscuros y a la vez una divertida simpatía y una gran vis cómica. Su porte y su imagen de tipo duro contrastaban con su plasticidad, no en balde había formado parte de esa generación que reinventó el teatro catalán trabajando mucho la expresión corporal y el mimo.

Fermí Reixach, que subía al escenario desde los 12 años, estudió en el Institut del Teatre de Barcelona, entre otros centros, y trabajó con diversos colectivos del teatro independiente, viviendo a fondo el estimulante y embriagador ambiente teatral catalán de los años setenta y embarcándose en algunas de las principales aventuras de la época, como la creación de Comediants y la del Lliure. En el teatro de Gràcia actuó en la mayoría de las grandes obras del colectivo, desde la inaugural Camí de nit en 1976. Hizo Mahagony, La cacatúa verda, Leonci i Lena, Titus Andrònic, Hedda Gabler, La vida del Rei Ediuard II d’Anglaterra, Abraham i Samuel, las mencionadas La bella Helena y Les tres germanes, El balcó…

Con la carrera encarrilada, se puso el mundo por montera y en 1980 se marchó a reciclarse a Nueva York con una beca para realizar estudios de interpretación (una opción que tomaron también actores y actrices como Lluís Homar e Imma Colomer). Ingresó en el Stella Adler Institute, territorio del famoso Método de Stanislavski (Adler era la única actriz estadounidense que había sido discípula directa del padre Konstantin), en el que lograron la excelencia Paul Newman o Marlon Brando. Tras asistir como oyente al Actors Studio de Lee Strasberg, Fermí encontró su gurú interpretativo en Ernie Martin, director del Actor’ Creative Studio, que le sumergió en Método de manera parecida a como cayó Obélix en la marmita de poción mágica. Esa experiencia luminar le marcó para toda la vida. Consideraba el Método la clave de bóveda de todo el edificio actoral y lo calificaba de “gimnasio emocional”, pero relativizaba que había un algo inasible que caracterizaba a los grandes actores, algo que tienes o no tienes, decía y que si no tienes no te lo daban ni Adler, ni Strasberg ni el mismísimo Elia Kazan. Era delicioso conversar con él de esas cosas, que le apasionaban.

Cuando regresó a Barcelona se trajo bajo el brazo (aparte de la desconcertante costumbre de mezclar catalán e inglés, que se esforzaba por dominar) a Martin y El diario de un loco, que le dirigió el maestro y en el que puso en práctica todo lo aprendido. El espectáculo significó una sacudida en el panorama teatral del país y su reválida como actor con una infinita capacidad de riesgo. En 2010, 25 años después, lo volvió a representar en un panorama que le parecía algo adocenado y desencantado, exento de la ilusión de antes. En el ínterin había perdido a su mujer, Leda, con la que tuvo un hijo.

Fermí Reixach, en una actuación.
ROS RIBAS

Entre los trabajos de Fermí Reixach, bien conocido en toda España, se cuentan El rey Lear, Don Juan Tenorio (que grabó también para televisión), Tío Vania o El padre. Le dirigieron Lluís Pasqual, Pere Planella, Fabià Puigserver, Albert Boadella, Calixto Bieito, Miguel Narros, José Luis Gómez o Jordi Casanovas. Protagonizó también algunos inolvidables recitales de poesía musicados, como el de autores catalanes Un home apassionat o el de Veinte poemas de amor y una canción apasionada de Neruda. En cine, trabajó con Bigas Luna, Antonio Chavarrías, Gonzalo Herralde, o Carlos Saura, además de con Camino.

Fermí Reixach permanecerá en la memoria, decíamos, especialmente como el desatado Propischin (el gran papel de su vida), pero también como aquel Vershinin (el papel que hacía Stanislavski, por cierto) que trataba de insuflar entusiasmo en la marchita casa Prozórov, la de Las tres hermanas, y que cada día antes de la representación subía a la azotea del Lliure para hacer ejercicios preparatorios con una autoexigencia extraordinaria (y sorprendente en aquellos tiempos). Te recordaremos Fermí, con el uniforme de oficial ruso, carne de samovar, y la sonrisa melancólica debajo de la nariz aguileña, masticando con apetito las palabras de Chéjov y lanzando gotitas de saliva al hacerlo, mientas la peonza del destino giraba en el escenario como si todo aquello, aquella belleza y aquella felicidad, nunca fueran a tener fin.

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Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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