Miguel Munárriz, factótum literario: “No siento que haya relevo generacional en la literatura”
El asturiano, que ha transitado casi todos los oficios que se dan en la industria editorial, publica ‘Empeñados en ser felices’ (Aguilar), unas memorias literarias con sus anécdotas con grandes autores
En el mundillo literario son muy visibles los escritores y los libros (al menos algunos) pero existe un gran andamiaje que suele permanecer oculto como la parte gruesa del iceberg. Miguel Munárriz (Gijón, 72 años) ha transitado buena parte de ese entramado: como gestor cultural (organizando encuentros y premios literarios como el Tigre Juan), periodista, director de comunicación, librero o creador de agencias literarias (como Dos Passos, junto a Palmira Márquez). Ha formado parte de grupos poéticos, como Luna de Abajo. Y hasta fue vendedor de libros a domicilio (aunque esto no se le dio demasiado bien).
Ahora publica sus memorias literarias a base de “pequeñas anécdotas de gente grande” reunidas en Empeñados en ser felices (Aguilar). Es una frase que soltó Augusto Monterroso cuando, en una cena con Munárriz, les pusieron una tabla de quesos, producto al que era adicto. Munárriz ha estado en muchas salsas, y según se lee en su libro, en muchos almuerzos y muchas cenas.
Pregunta. ¿Es la comida la forma de sociabilidad básica en la literatura?
Respuesta. Es una forma de relacionarse básica para los humanos, sobre todo para los españoles. En la literatura, en los encuentros, ferias y festivales, las comidas son donde se abre un espacio más burlón, de camaradería, de amistad.
P. La literatura, se ve en su libro, es un acto social.
R. Sí, más allá de la lectura y la escritura, que se hace en privado, es un acto social. Por eso, allá por 1987, empecé a organizar encuentros literarios en Oviedo con los poetas de la Generación del 50 y que acabaron en el 2000 con Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Vicent, etc. Cada año unos encuentros multitudinarios en el Teatro Campoamor. Cada año una temática.
P. ¿Siente nostalgia?
R. Sí, siento algo de nostalgia de aquellos tiempos, que fueron tan bonitos. Ahora me cuesta saber qué autores van a pasar a la posteridad, que es tan esquiva. Entonces trataba con escritores consagrados, que ya estaban en los libros de texto, ahora no siento que haya un relevo generacional.
P. ¿Ha cambiado la forma de hablar de literatura?
R. Creo que ahora los debates literarios se centran demasiado en el libro en sí, en tal personaje, en tal cosa, antes eran debates más abiertos, con más enjundia. No mencionaré el “compromiso” que es una palabra demasiado grande, demasiado antigua. O los intelectuales, quizás porque ya casi no hay. Se abría mucho más el diálogo.
P. Usted empezó como librero en Langreo, Asturias.
R. Sí, yo nací en Gijón, mi padre había sido portero del Sporting. Luego nos mudamos a Tánger, y luego, teniendo yo tres años, a Langreo, donde mi padre trabajó en la empresa Duro Felguera. La cuenca minera, ahora en declive, también es un mundo que ha cambiado mucho. En aquella época la siderurgia y la minería eran tremendas, un mundo muy reivindicativo, con muchas huelgas y movilizaciones. Y la vida cultural era muy importante, ligada a las organizaciones obreras, las casas del pueblo, los ateneos, las revistas literarias... ¡La Unesco, en 1961, nombró Langreo el kilómetro cuadrado más culto de Europa!
P. ¿Cómo le dio por la lectura?
R. Me pasaba una cosa… Las palabras sonaban y me hacían vibrar. La imaginación se ponía a funcionar. Los tebeos, los libros de Enid Blyton, ir con los amigos a la biblioteca, que me causaba fascinación. Tenía intuición de lector: siempre elegía los libros buenos. En mi casa no había libros, pero empezaron a entrar cuando me hice socio del Círculo de Lectores. Los libros son algo que me ha hecho: somos lo que comemos y lo que leemos. ¿Cómo puede haber una vida sin lectura?
P. Y luego se puso usted a organizar cosas. Para eso hay que tener mucho ánimo.
R. Yo es que todo lo tenía que contar: hay gente que lo que lee no lo comunica, pero yo siempre he sentido la necesidad de recomendar libros, de dejarlos. Que la lectura fuera una corriente continua, que todos estuviésemos en el mismo barco lector.
Los libros son algo que me ha hecho: somos lo que comemos y lo que leemos. ¿Cómo puede haber una vida sin lectura?
P. Dicen que la industria editorial sucede entre alguien que escribe en pijama y alguien que lee en pijama. Usted ha estado en casi todos los puestos entre esos dos pijamas.
R. Yo he estado en pijama, muchas veces me he puesto los vaqueros y alguna también el traje, depende de a donde tuviera que ir. Lo bueno de haber ocupado tantos puestos es que sé lo que sufre y lo que goza cada uno en este gremio. Y me parece interesante que estos oficios se vayan conociendo, es un mundo complejo y amplio.
P. El poeta Ángel González es uno de los primeros y más importantes escritores que ha tratado.
R. Ángel González fue muy importante desde que le conocí en 1984. Le hicimos un libro homenaje desde el grupo de poetas Luna de Abajo, de que yo formaba parte. A partir de ahí fue un conocimiento continuo. Era un hombre de amigos; de amigos noctámbulos.
P. Es un autor que cae bien cuando lo lees, pero que, dicen, caía casi mejor en persona. Le llamaron “santo por lo civil”…
R. Eso de “santo por lo civil” sale de una canción de Joaquín Sabina [en la canción Menos dos alas]. Y está muy bien descrito: a Ángel le admirabas por la obra, pero luego no te decepcionaba en persona. Yo he tenido suerte con los escritores con los que he tratado porque no me han decepcionado.
P. Su fabada tampoco ha decepcionado. Por ejemplo, a Mario Vargas Llosa.
R. Un día le dije que tenía que probar mi fabada. Él había probado la fabada Litoral, de lata, que, ojo, no está nada mal. Así que me invitó a su casa a cocinar. Bajaba cada poco de su estudio: “¡Cómo huele eso!”. Al final la comimos con amigos… y tuve que dejar la olla: ¡quería comerse los restos al día siguiente!
P. Juan Cueto es otro sospechoso habitual de su libro. No tan conocido por el gran público, pero respetadísimo en el mundillo.
R. Solo por haber creado la revista Los cuadernos del norte ya merece un pasaporte a la gloria. Era un hombre de gran modernidad, un filósofo mundano, muy interesante, un comunicador que siempre iba por delante. Un adelantado a su tiempo. Y pasa como con otros escritores del libro: gente cultísima, interesantísima, pero divertidísima y muy amigable. Yo creo que Cueto no es tan conocido como otros porque tiene mucha obra publicada, pero no una gran obra, una novela, un ensayo, por la que ser recordado.
P. No podemos acabar sin mencionar a Paco Umbral, al que entrevisto en varias ocasiones. Y usted salió en una de sus columnas, como “el joven Munárriz”.
R. Sí, y eso que no era tan joven, ya había cumplido los cuarenta cuando le visité. Era el columnista estrella de El Mundo, donde yo entraba a trabajar. Le hice una entrevista estupenda, sentado en aquel sillón de mimbre estupendo, tan característico. Era un maestro de periodistas, un ser especial, un ser dolido por las circunstancias de su vida, la muerte de su hijo. Luchó contra todo por hacerse un hueco como “escritor de periódicos”, como decía.
P. Lo que tampoco queda son esos escritores mediáticos, Cela, Umbral, Arrabal, que iban a la tele a hacer el gamba.
R. Era unos perfectos comunicadores de sí mismos, unos expertos en el marketing de su personaje. Porque eran personajes. Hay que tener un ego importante para hacer eso. Todos los escritores lo tienen, solo que algunos lo muestran más que otros.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.