El arduo camino al paraíso de los cuartetos Belcea y Ébène
Los dos prestigiosos conjuntos camerísticos vuelven a colaborar como octeto, tras afrontar cambios entre sus integrantes, con un buen Mendelssohn y un memorable Enescu
Evocar el ñiqui, ñaque, ñoca de la minúscula orquesta de insectos y anfibios que ameniza el Sueño de la Noche de Walpurgis, en Fausto, de Goethe, junto a la cornamusa mágica que los hipnotiza con pompas de jabón. Es el reto que se propuso un adolescente Felix Mendelssohn, en 1825, al escribir el novedoso scherzo de su Octeto para cuerda, op. 20.
Lo sabemos por el testimonio de su hermana Fanny. Un prodigioso universo sonoro donde el compositor, de 16 años, despliega todo tipo de saltarines golpes de arco para representar grillos y ranas, zumbantes trinos que recuerdan a las moscas, enérgicos spiccati para las picaduras de mosquitos. Y tampoco renuncia al runrún de la cornamusa con quintas y octavas en los violines, aderezadas por escurridizas figuraciones en las violas que se elevan en el aire.
Los extraordinarios cuartetos Belcea y Ébène se emplearon a fondo para encontrar el sonido ideal de ese onírico intermedio goethiano recreado por Mendelssohn. Su actuación, el jueves, 23 de mayo, en la Sala de cámara del Auditorio Nacional, hizo realidad un concierto que trastocó la pandemia en enero de 2022. En aquella ocasión, el maldito virus infectó a tres de los ocho integrantes de los dos cuartetos, y su colaboración como octeto se limitó al Quinteto D. 956, de Schubert.
Pero de aquellos cinco músicos que actuaron en 2022 hoy prosiguen solamente tres. El Cuarteto Belcea sustituyó, en 2023, al francés Axel Schacher, su segundo violín, por la coreana-australiana Suyeon Kang. Y el Ébène ha sufrido esta temporada la retirada de Raphaël Merlin, su violonchelista fundacional, que ha sido relevado, tras 25 años, por el japonés Yuya Okamoto. Las razones de ambas salidas han sido profesionales, pues Schacher es el concertino de la Sinfónica de Basilea y Merlin dirige la Orquesta de Cámara de Ginebra. A todo ello se sumó la eventual indisposición del primer violín del Ébène, Pierre Colombet, relevado en esta gira por el joven Jonathan Schwarz, líder del Cuarteto Leonkoro.
Todas estas eventualidades no parecen haber afectado el resultado de la colaboración de dos de los mejores cuartetos del mundo, que este viernes prosiguen su gira internacional en la Filarmónica de Bilbao. Pero al famoso scherzo mendelssohniano le faltó algo de fluidez evanescente. Y su fantasmagoría tímbrica se saldó con algún trino encasquillado, leves desajustes o el accidente de un pizzicato furtivo en la escala final del primer violín. Un pasaje crucial, que se corresponde, según Fanny, con el cierre del intermedio goethiano: “Se van nubes y neblinas / desde arriba se esclarecen. / Hoja y caña el viento mece / ya todo se difumina”.
Ese scherzo fue el punto más bajo de una brillante interpretación del Octeto mendelssohniano. Corina Belcea lideró un conjunto compacto que mezcló los violines de ambos cuartetos y concedió los primeros atriles de la viola y el violonchelo a los integrantes del Ébène. En el allegro moderato ma con fuoco inicial, la violinista rumana aseguró los pasajes más virtuosísticos que Mendelssohn escribió para su amigo Eduard Ritz.
Pero lo mejor llegó en el desarrollo cuando todo se detiene, en pianísimo, en medio de un pasaje contrapuntístico lleno de disonancias. Y las síncopas de las excelentes violas, tanto la francesa Marie Chilemme del Ébène como el polaco Krzysztof Chorzelski del Belcea, devolvieron el rumbo a la música que se activó con un flujo de semicorcheas hasta la recapitulación.
El Octeto de Mendelssohn suele leerse como una evocación sonora de la primera parte del Fausto de Goethe. Y los arcaismos sonoros del andante parecen remitir a la escena en la catedral. Los dos cuartetos optaron aquí por mostrar su perfil más introvertido y por extremar los claroscuros con otra lección magistral de las violas. Pero lo mejor de su interpretación se escuchó en el presto final cuyo arduo contrapunto arrancó con vehemencia el violonchelista Antoine Lederlin del Belcea.
El movimiento parece tener como analogía fáustica la lucha por el alma de Margarita. Y Mendelssohn contrapone, en medio de un admirable edificio formal de sonata-rondó, un tema extraído del famoso Aleluya de El Mesías, de Händel, enfrentado con el recuerdo del motivo principal del scherzo. Por supuesto, vence el tema handeliano, pero los ocho instrumentistas de los dos cuartetos convirtieron esa lucha en algo trepidante.
La segunda parte se centró en otro octeto escrito por un compositor adolescente, pero casi un siglo después. El rumano George Enescu concluyó su Octeto para cuerda, op. 7, en 1900, cuando todavía no había cumplido 19 años. Una densa composición, de unos 45 minutos de duración, con cuatro movimientos interconectados como una monumental forma sonata que incluye hasta una docena de temas reconocibles. El molde parece proceder de Liszt y Berlioz, pero Enescu lo actualiza con sones posrománticos cercanos a Schönberg y toques de folclorismo que recuerdan a Bartók. La violinista Corina Belcea volvió a liderar la composición de su compatriota, pero ahora el resultado fue absolutamente memorable. Y contó con sus colegas de cuarteto en los primeros atriles de la viola y el violonchelo.
Tras el inicial Très modéré, que funciona como exposición, los Belcea y Ébène se implicaron en elevar los dos movimientos centrales que funcionaron como desarrollo. El Très fougueux, que sería el scherzo, arrancó con un tremendo estallido en unísono para desplegarse en un brutal fugato y en un pasaje de tinte impresionista sazonado por cascadas de notas ascendentes y descendentes. Aquí los ocho músicos funcionaron como un organismo unitario en el imponente rosario de contrastes, superposiciones y acelerones que dispone Enescu. El movimiento lento, Lentement, se convirtió, a continuación, en un verdadero oasis musical, amenazado al inicio por un inoportuno teléfono móvil.
La transición al Mouvement de Valse bien rythmée, que cierra la obra, fue otro momento admirable. Pero su construcción sonora fue lo mejor de la noche. Una especie de apoteosis del vals, que se adelanta dos décadas a La valse de Ravel, y recapitula todos los temas de la obra con una rara diversidad de patrones musicales. Los integrantes del Belcea y el Ébène no sólo supieron conectarlos de forma admirable, sino que los encaminaron a una verdadera apoteosis final.
Pero después de tanta música demoníaca, el concierto debía terminar en el paraíso. Y, tras la insistencia de los aplausos, Chorzelski, el violista del Belcea, presentó como propina un arreglo para octeto del antiguo violonchelista del Ébène, Raphaël Merlin, de In Paradisum, el número final del Réquiem de Gabriel Fauré. Un bellísimo colofón, que cosechó unos pocos segundos de necesaria reflexión antes de otro aluvión de aplausos.
Centro Nacional de Difusión Musical 23/24. Liceo de Cámara XXI
Obras de Mendelssohn & Enescu. Cuarteto Belcea & Cuarteto Ébène. Auditorio Nacional. Sala de Cámara, 23 de mayo.
Babelia
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