Salman Rushdie ante las obras maestras de El Prado y el Reina Sofía: “El ‘Guernica’ habla de nuestro tiempo, las bombas siguen cayendo”
Un paseo por los dos museos madrileños en compañía del autor de ‘Hijos de la medianoche’, que visita España para presentar ‘Cuchillo’, su narración del atentado que sufrió en 2022 por parte de un radical islámico
El primer cuadro ante el que se detienen el escritor Salman Rushdie y su esposa, la poeta y fotógrafa Rachel Eliza Griffiths, este domingo por la mañana en el Museo del Prado resulta curiosamente apropiado. Se trata de Los poetas contemporáneos, de Antonio María Esquivel, que muestra una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor. La pareja avanza por las salas de la pinacoteca para llegar hasta las pinturas negras de Goya y ese retrato coral de los hombres de letras del romanticismo español capta su atención.
Sir Salman Rushdie (Bombay, 77 años), autor de 22 libros, ganador del premio Booker en 1981 por Hijos de la medianoche, miembro del grupo de brillantes chicos malos de las letras británicas que sacudieron las mesas de novedades, quedó marcado por la fetua que en 1989 el líder iraní Jomeini decretó contra él y que más de 30 años después llevó a un joven radical islámico de Nueva Jersey a asestarle 15 puñaladas en apenas 27 segundos en agosto de 2022. Milagrosamente, ha vivido para contarlo y su paso por Madrid forma parte de la gira de promoción de Cuchillo, el libro en el que narra el brutal ataque y lo que vino después.
Goya, Velázquez y la sala de El Bosco es lo que el escritor se propone ver esta mañana en la pinacoteca cuando sale del hotel a primera hora a pie. Después, en el Reina Sofía, verá el cuadro de Picasso Guernica. Ocho guardias de seguridad acompañan sus desplazamientos, y en el hotel han instalado un arco detector de metales, pero nada de esto enturbia el buen humor del autor vestido con pantalón negro, camisa de un lila pálido, chaleco, deportivas y una visera. La lente derecha de sus gafas es opaca: oculta el ojo irreversiblemente dañado por una puñalada. Discreta y atenta, Griffiths, casada con el autor en 2021, viste de negro y lleva su cámara de fotos.
En la sala con las dos imponentes escenas de la Guerra de Independencia, La lucha con los mamelucos y Los fusilamientos, arranca la visita y se hace el silencio. Sables y heridas en la violenta representación del 2 de mayo de 1808 en Madrid, la mirada aterrada del hombre que va a ser fusilado en la del 3 de mayo. Rushdie describe en Cuchillo su parálisis ante el joven que corrió hacia él para apuñalarle. Narra cómo allí mantuvo una casi mortal intimidad con su atacante, y se enfrentó de forma extrema a lo peor y lo mejor del ser humano, gracias a quienes reaccionaron para salvarle. Rushdie está empeñado en seguir adelante, como siempre.
“La sala de las pinturas negras de Goya quizá sea la mejor del mundo, pero no tengo claro que quisiera esos cuadros en mi casa”, comenta Rushdie al llegar a esa estancia. Goya pintó las paredes de su Quinta al final de su vida, estaba sordo, había vivido la guerra. “Ya, ya, por eso no estaría mal tener algo que te levante el ánimo un poco. Son impresionantes, pero para tener en tu salón quizá un poco demasiado”. Rushdie recuerda su última visita al museo en 2012 y un viaje en los noventa con Mario Vargas Llosa a El Escorial.
Frente a los cuadros de Goya, Rushdie y Griffiths escuchan con atención mientras por parte del museo Francisco Tardío, jefe de Proyección y Programación Internacional, les habla de cómo llegaron las pinturas aquí. “En todos los museos que visito me gusta hacer el juego de pensar qué cuadro me llevaría a casa. Del Prado me llevaría ese perro de Goya. Creo que Eliza también. El animal es tierno y sin él el cuadro es un turner o rothko”, explica cuando ya ha terminado el recorrido. “Estuve en el Prado por primera vez con 20 años cuando estudiaba en Cambridge y viajé a España con tres amigos. Cogíamos trenes y dormíamos en pensiones. Estuve en Toledo, Granada y Málaga”. Su conexión con España quedó plasmada en algunos de sus libros, como El último suspiro del moro y Quijote, pero de eso hablará más tarde, de vuelta en el hotel.
Ante Las meninas se maravilla ante los juegos de Velázquez, una ficción que advierte en la tela. “Es tan sofisticado y avanzado. No sabemos lo que él está pintando, y como espectadores nos coloca en el mismo punto donde están los reyes”, afirma. “Es difícil despegarse de este cuadro”. Al ver La fragua de Vulcano sabe que en esa escena Apolo le está contando al dios del fuego que su mujer le es infiel. ”Una escena de cotilleo”, resume certero. Se detiene ante la cabeza de Goliat cortada por David y pintada por Caravaggio, pero aquí no hay sonrisa ni comentario. La extracción de la piedra de la locura, de El Bosco, es un cuadro que el novelista no recordaba y que esta mañana cobra otro sentido. “Me encanta la idea de que la locura sea una piedra”, dice Rushdie al verlo. Más tarde confiesa que esta tabla ha encendido algo: “He pensado qué podría hacer yo con eso. Si más adelante encuentras algo mío sobre este tema, te adelanto que todo empezó esta mañana”.
¿Ha cambiado su manera de mirar el mundo después del ataque de 2022? “Lo que ocurre en el mundo es lo que cambia mi manera de mirarlo. Hoy atravesamos un momento terrible”, responde. “Mi manera de pensar ya no es la manera en que la gente piensa. Las cosas que preocupan a la gente van cambiando, pero si estás metido en el negocio de crear arte lo harás siempre y esperas que alguna de tus obras perdure”. En Cuchillo escribe sobre la noche previa al apuñalamiento y asegura que le gustaría poder avisar a ese hombre de lo que le espera. “Al recordar lo que pasó la víspera pensaba justo eso. He querido hacer un autorretrato, y siento que soy yo. Mostrarme ante el lector es una manera de destruir esos otros yoes que me han construido los islamistas radicales que me han querido demonizar, y también una forma de desmontar los cotilleos”.
Tenía 41 años y cinco libros publicados cuando cayó sobre él una condena a muerte, hoy ha cumplido los 77 y lleva 22 títulos a sus espaldas. El ataque no le ha vencido. “Llegas a un punto en el que haces lo que tienes que hacer, como artista sabes el viaje que has emprendido y conoces el camino que has decidido seguir. Lo demás lo dejas a un lado”, advierte.
La osadía de Rushdie en el plano literario, más allá de su biografía, le ha llevado a reimaginar el Quijote en Estados Unidos en la actualidad o escribir su versión de Las mil y una noches. “Todo buen escritor debe sentirse libre. Yo me muevo en un lienzo grande. Alice Munro, fallecida estos días, era una escritora enorme que escribía sobre un lugar muy acotado en un lienzo pequeño. Como Faulkner. A veces me da envidia esa conexión tan profunda con un lugar”, confiesa. “Mi vida ha sido más disruptiva y está definida por la migración. Pertenezco a las ciudades, a los lugares donde ocurren muchas cosas al mismo tiempo, donde hay multiplicidad”. Bombay, Londres y Nueva York han sido su casa.
Afable, tranquilo y bienhumorado, Rushdie habla de cómo en el Prado no solo hay “magníficas obras de arte,” sino que es posible ver la conversación que mantuvieron unos artistas con otros. “Eso es muy interesante, ver quién y cómo influyen unos en otros. La escritura también es una conversación con otros escritores, con lo que has leído”, reflexionaba ante un plato de jamón, antes de proseguir las visitas por Madrid y rematar la jornada en la Embajada de Estados Unidos. El lunes participará en una charla con Javier Cercas. “Cervantes es muy importante para cualquier novelista, es el padre de la novela moderna, lúdico y posmoderno, especialmente la segunda parte de El Quijote, donde los personajes saben que han aparecido en un libro y opinan sobre ello. Y es un libro muy, muy divertido”. Él se siente “muy agradecido” de tener sentido del humor, una de sus mejores armas y algo que le unió a sus amigos y compañeros de generación Martin Amis y Christopher Hitchens.
La escena más cómica e imprevisible de la mañana se produce en la Iglesia y convento de las Trinitarias, el Monasterio de San Ildefonso y San Juan de la Mata. A la busca de los restos de Miguel de Cervantes, Rushdie y Griffiths se encuentran en la parte trasera del templo frente a la lápida dedicada al escritor cuando pasa el sacerdote y les rocía a ellos también con agua. Quedan bendecidos ante Cervantes. “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”, es la cita de Los trabajos de Persiles y Sigismunda que está inscrita en la iglesia en homenaje al autor del Quijote y esas palabras definen perfectamente el impulso vitalista que Rushdie encarna.
Disputas entre escritores
“El grande, quiero ver el grande y las fotos de Dora Maar”, dice divertido el novelista al llegar al Museo Reina Sofía, donde le recibe la presidenta del patronato, Ángeles González Sinde. En las salas previas al encuentro con la legendaria obra de Picasso, el guía habla del ambiente político del conflicto, las revistas, carteles y fotografías que conforman la iconografía de aquel momento. Las explicaciones siguen frente al lienzo.
Rushdie vio por vez primera Guernica en el MoMA de Nueva York, luego en el Casón del Buen Retiro y también en este mismo museo hace una década. “Es una obra colosal, la escala es imponente. La bombilla o el caballo forman ya parte de nuestro imaginario”, apunta. “Guernica habla de nuestro tiempo y nunca pasará de moda porque siempre hay guerras. Las bombas siguen cayendo y hay gritos”. El conflicto de Gaza que enfrenta hoy a Israel con Hamás ha provocado todo un movimiento global de protesta, ¿qué piensa él? “Hay dos aspectos. Por un lado, las muertes de civiles son lo que ha motivado las protestas y, por otro, qué hacer para resolver esto. Las divisiones que parece que están surgiendo en Israel puede que apunten hacia qué vendrá después. Ese diálogo es importante. No soy ningún fan de Hamás por motivos obvios”, explica.
PEN, la organización de escritores que él presidió y en uno de cuyos actos conoció a la que hoy es su quinta esposa, ha cancelado este año el festival que celebra en Nueva York y la entrega de sus premios. “Me parece extraño que señalen a PEN y disparatado que se diga que apoya un genocidio. PEN trata de rescatar y ayudar a escritores palestinos y de otras partes del mundo. ¿Acabar con esta organización ayudará a detener la guerra? No lo creo”. Las disputas políticas entre escritores no son algo del todo nuevo para Rushdie, él asemeja a sus colegas con un grupo de gatos que van en todas las direcciones y es imposible pastorear. “Luego hay momentos en que todos están en el mismo equipo, es algo cíclico”. ¿Se considera optimista? “Sí, claro, para escribir uno necesita estar esperanzado”. En Cuchillo sostiene que “no seríamos quienes somos hoy sin las calamidades de nuestros ayeres”. Y Rushdie, no hay duda, mira adelante.
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