El cómic que narró y reivindicó la España vaciada hace más de 40 años
La edición de los seis tomos de ‘Soledad’, de Tito, prácticamente inéditos en castellano, ‘descubre’ a un autor capaz de tratar ya en los ochenta temas tan actuales como la despoblación o la memoria histórica
Se dice que los ancianos atesoran sabiduría. Y, ciertamente, la reacción de la abuela de Tiburcio de la Llave demostró mucho sentido común.
—Ay, hijo. Una vieja arrugada en la portada. No hagas eso. Nadie va a leer tu libro.
Su nieto le estaba enseñando un retrato inspirado en ella. Y decía que pretendía usarlo para inaugurar Soledad, una serie de cómics centrados en la vida de pueblo. La profecía de la señora María, en realidad, no iba tan desencaminada. Era 1982 y España buscaba otra cosa, editores incluidos. “En mi propia familia me decían que era el pasado, estábamos en plena Movida. Solo se publicaron 47 páginas del primer tomo”, recuerda Tito, nombre por el que es más conocido el autor, al teléfono desde Francia, adonde emigró de pequeño. Y donde Soledad sí se pudo leer íntegra. Han tenido que pasar cuatro décadas para que su país natal salde la deuda con el hijo pródigo. Pero los seis volúmenes (Cascaborra) llegan con enorme retraso y, a la vez, con perfecta puntualidad. Hoy la España vaciada, la despoblación, el abandono y regreso al campo ocupan titulares, ensayos y películas. Igual que la memoria histórica. Pero Tito lo había dibujado todo muchísimo antes.
“Puede que llegara demasiado temprano”, se ríe. En Soledad hay mujeres charlando y cosiendo en el umbral de casa; escuelas que cierran y mentes que nunca se abrieron; habladurías y solidaridad, envidia y sencillez; conflictos por nimiedades o que dividen el pueblo igual que el país entero; y, alrededor, cabras, perros pastores y aire de montaña. “No hay duda de que la palabra que mejor define a Tito es ‘autenticidad”, destaca el apéndice del cuarto tomo, La memoria herida. Ni idílicas ni condescendientes, sus viñetas pretendían ser reales. Como si las dibujara uno de los vecinos de Soledad. O casi.
Porque Tito nació en 1957 en Valdeverdeja, una aldea toledana que hoy mantiene poco más de 500 habitantes. Y, aunque la familia se marchó a París en 1963 por razones económicas —el triunfo del plástico tumbó el negocio alfarero de sus padres—, el creador no ha dejado de volver varias veces al año a esas calles empedradas. Ni de descubrir sus historias. “Nunca he necesitado leer un libro para saber cómo era un pueblo. Tenía el mío y me era suficiente. Cuando me quería inspirar en la gente, simplemente me la cruzaba”, apunta.
En Francia le llamaban “el español”. Para algunos familiares, en cambio, era “el primo francés”. Atrapado entre dos patrias, cada vez que Tito regresaba a casa intentaba saber más. De su familia, y de quien se encontrara. Dice que en Valdeverdeja se convirtió en “el jovencillo que preguntaba”. De cada relato surgía otro, un interlocutor le daba acceso al siguiente. Así nacieron las primeras entregas de Soledad. Episodios cotidianos, de celos, amistades eternas, amores platónicos y vidas aisladas entre un puñado de callejuelas. “Cuando estás desraizado, tu origen cobra una importancia particular. Necesitaba encontrar mis raíces, y enseñar que España no era solo lo que los franceses veían como turistas: el flamenco, las corridas, la fiesta...”, señala Tito. Aunque sus editores galos, al parecer, se sorprendieron aún más cuando introdujo en las tramas otro asunto: la Guerra Civil.
“Es verdad que cuando empecé a preguntar por eso, la gente ya hablaba menos. ‘Para qué quieres aburrir a los franceses’, me decían. Debía de ser la primera vez que se trataba en un tebeo”, reconoce Tito. De ahí que avanzara por un territorio desconocido. De alguna forma, marcó el sendero que hoy pisan historietistas como Paco Roca o Alfonso Zapico. “Yo decía lo que quería e intentaba no olvidar. Me movía el deseo de mantener esa memoria. Nunca he querido estar de moda”, asegura el creador.
De hecho, iba más bien a la contra. Entre tantas viñetas de mujeres hipersexualizadas en esos años, él dibujaba arrugas y cuerpos como los de todos; en un noveno arte entonces dirigido en particular a los hombres, cosechó un nutrido público femenino; y, para despegarse la etiqueta de especialista del tebeo adolescente, que le vino con el éxito de la serie Tierno suburbio, se volcó en una obra opuesta: adulta y rural. “Me ha gustado siempre romper, no hacer como los demás”, confiesa. Visto desde hoy, además de distinto, parece adelantado.
En una viñeta, un joven le reprocha a su novia: “Te puede tu lado feminista”. A lo que ella responde: “Trabajar con un macho como tú no deja mucho espacio a las mujeres”. Y además, a partir del cuarto tomo, Soledad se atrevió a narrar otro conflicto, el que dejó la herida más silenciada y dolorosa de España. Aunque Tito promete que las razones eran personales, mucho más que políticas: “Se había muerto mi abuelo y estaba en la urgencia de contar esos recuerdos”.
Por el abuelo lo llamaron Tiburcio. Y a su reclusión y fuga alude El hombre fantasma, título del quinto tomo. He aquí dibujado lo que vivió y le describió su abuelo. Y también Justino, el padre de Tito: entonces solo un muchacho, hoy un hombre de 94 años que todavía acompaña a su hijo en las visitas a Valdeverdeja. Así que las viñetas, igual que el pueblo, se ven invadidas por el terror, los fusilamientos y los rastreos de la Guardia Civil. Y por la desmemoria: a viejos amigos de golpe se les llama “rojos”. Y se les encierra sin escuchar objeciones. Tito cree que habría podido acceder a archivos como el de Toledo para ampliar su investigación. Pero nunca probó siquiera: las voces de la aldea le entregaban material de sobra. Y de primera mano. Tanto que aún lamenta no haber dedicado más libros a Soledad: el éxito de sus otras series, como la policiaca Jaunes, le quitó tiempo.
Al menos, la obra completa por fin puede leerse en castellano. Y, de paso, aliviar una vieja preocupación del abuelo Tiburcio: “Siempre vio nuestra marcha a Francia como algo que le dolía. Una de las veces que volvíamos de vacaciones me dijo: ‘Ahora que estás en un país diferente, te pido que nunca me digan que mi nieto se porta mal”. Tito no se ha olvidado nunca. De ello, de las otras historias, del pueblo. Ha hecho incluso más: lo ha dibujado para la memoria de todos.
Babelia
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