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Última oportunidad para el Valle del Genal en su lucha contra la despoblación

Varios jóvenes han llegado en los últimos años a la comarca malagueña para dar esperanzas a unos municipios cuyo mayor reto es conseguir que no muera por abandono

Irene Guillén y Raquel Subirana en la localidad malagueña de Júzcar, el 24 de enero de 2024.
Irene Guillén y Raquel Subirana en la localidad malagueña de Júzcar, el 24 de enero de 2024.PACO PUENTES

Se conocieron en Granada, donde ella aprendía flamenco en el barrio del Sacromonte. Vivieron en Suiza, donde él estudiaba jazz en el conservatorio de Lausanne. Recorrieron juntos el sur de Francia en una caravana y un espectáculo que aunaba música y baile. Hasta que el destino llevó a Irene Guillén, de 38 años, y Gabriel Kisfaludy, de 40 años, hasta Faraján (Málaga, 270 habitantes), uno de los pueblos del Valle del Genal, entre la Serranía de Ronda y la Costa del Sol. Con dos hijos, esta pareja nómada ha echado raíces. Y representa la esperanza de una comarca que se desangra. “La despoblación es nuestro gran problema”, sostiene Isabel Vázquez, alcaldesa de Igualeja, con 729 residentes, 238 menos que hace 20 años, quien subraya que es tan importante (y difícil) atraer nuevos vecinos como conseguir que los nacidos aquí permanezcan.

Este territorio acoge a 15 municipios repartidos entre bosques de castaños, pinos y encinas. Solo dos superan el millar de habitantes. Y hasta ocho tienen menos de 300 habitantes. La inmensa mayoría pierde población. Tras sufrir el éxodo rural de mediados del siglo pasado, la tendencia a la baja no cesa. Apenas quedan 7.600 personas, más de un millar menos —el 15%— que hace 20 años. Es un gran contraste frente al global de la provincia, que ha ganado 350.000 residentes en el mismo periodo, liderando el aumento nacional tras la pandemia. Con la capital en efervescencia y el litoral enfrascado en un crecimiento acelerado, en el Valle del Genal nadie tiene demasiado claro cómo ganar vecinos ni cómo retener a los que quedan. Ayuntamientos, Diputación Provincial, fundaciones o la Universidad de Málaga impulsan programas para conseguirlo —desde la mejora de las carreteras hasta la creación de un centro para nómadas digitales, ayudas al alquiler o formación agrícola para jóvenes— con éxito limitado. La escasez de servicios sanitarios, financieros, sociales o de transporte público no ayuda. Tampoco la mentalidad de muchas familias, que consideran un fracaso que sus hijos se queden en el pueblo: el éxito está en la ciudad.

La localidad malagueña de Júzcar.
La localidad malagueña de Júzcar.PACO PUENTES

De allí huían Irene y Gabriel. Una finca de cinco hectáreas junto a un río y una casa medio en ruinas fueron los argumentos para convencerse de que tenían sitio en Faraján. De eso hace una década, en la que han rehabilitado la vivienda mientras trabajaban aquí y allá. Guillén incluso abrió un bar en 2020, del que ahora se despide. “El negocio funciona, pero la hostelería es muy dura. Yo no vine al valle a perderme la crianza de mis hijos. Ahora toca otra etapa”, explica la inquieta joven, nacida en Lorca (Murcia). En una interesante conversación —interrumpida solo por los constantes saludos a sus vecinas— destaca la autenticidad de la vida en los pueblos, la tranquilidad, la sabiduría de los mayores. Relata feliz que ya elaboran su propio aceite. Son pequeños placeres que chocan con una compleja realidad, como la hora y media de autobús diario que necesita su hija para ir y venir del instituto —a 25 kilómetros por una tortuosa carretera y varias paradas— o la falta de servicios. Ya sea la ausencia de cajero, el médico itinerante o la única visita a la semana del pescadero.

Estos repobladores quieren dar forma a un proyecto de agricultura ecológica, pero también han impulsado un proyecto teatral con otra nueva repobladora, Raquel Subirana. Barcelonesa de 34 años, vive a diez minutos, en Júzcar (247 habitantes), la aldea azul que vive de los pitufos desde 2011 y una de las excepciones: ha ganado 22 residentes en el último lustro. La obra se llama Errantes y relata el viaje del mundo gitano. Ya la han representado en colegios de la zona con éxito. “Aquí hay que emprender sí o sí para salir adelante”, explica la catalana, que aterrizó en Valle del Genal desde Mallorca en noviembre de 2021 para participar en un voluntariado. El proyecto no funcionó, pero sus estudios en Educación Social y la convalidación de su formación circense como Técnico superior de animación en Actividades físicas y deportivas le ayudaron a encontrar hueco impartiendo extraescolares en dos colegios de la comarca. Hace poco su contrato acabó. “Me llaman loca por vivir sola en un pueblo tan pequeño, pero aquí tengo toda la libertad del mundo y soy feliz. A largo plazo solo dudo porque falta gente joven. A nivel de salud mental necesitas relacionarte con personas de tu misma edad y aquí apenas hay”, afirma. “Y si decido ser madre soltera, por ejemplo, fíjate el plan: sin médico, con un autobús que solo pasa por la mañana… eso no da tranquilidad para quedarse”, añade.

Vista aérea de la localidad malagueña de Alpandeire.
Vista aérea de la localidad malagueña de Alpandeire.PACO PUENTES
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“El maltrato a la gente rural es alucinante”

Algunos de estos pueblos están encajonados en un valle comunicado por estrechas y sinuosas carreteras. Otros están mejor comunicados, por eso el madrileño Óscar Gómez (45 años) y la venezolana Natasha Milincic (33 años) eligieron Parauta (272 habitantes) para vivir desde diciembre de 2022. Está a solo 15 minutos de Ronda y 45 de Marbella, donde esta pareja vivía asfixiada por una ciudad “de oro”. Ahora se pueden permitir una vivienda —pagan 400 euros de alquiler— y disfrutar de una vida más tranquila. Realizan trabajos por la costa y han abierto la única tienda de comestibles del municipio. “Mi hijo está contentísimo en el cole: hay solo 15 niños y la atención es personalizada”, celebra quien disfruta del auge Parauta desde la apertura hace dos años del llamado Bosque Encantado. Es un sendero con esculturas de madera y figuras de hadas que atrae a miles de personas cada fin de semana. “Ha sido una revolución: ha traído más gente joven y el trabajo ha aumentado”, dice la alcaldesa, Katrin Ortega, que no para de inventar proyectos.

“Cada pueblo tiene una situación diferente, pero sería genial nos uniéramos todos, buscar necesidades comunes y enfocarnos ahí”, propone su homóloga de Igualeja, Isabel Vázquez, de solo 29 años. Las ganas, empeño y capacidad de cada regidor marcan también el devenir municipal. Están para todo y no todos pueden asumir tanta carga de trabajo. Algunos lo hacen solos: hasta los concejales viven fuera. “Apenas tenemos apoyos. Los que estamos funcionando es por sobreesfuerzo”, señala Miguel Ángel Herrera. Es alcalde de Genalguacil (393 habitantes), hoy convertido en pueblo museo tras 30 años de encuentros de arte. Es uno de los lugares más dinámicos de la zona a pesar de su aislamiento: su conexión con la Costa del Sol —a una hora de viaje— no fue asfaltada en su totalidad hasta 2017. Herrera es también una de las voces más combativas de la comarca. Con indignación enumera múltiples problemas para retener a la población, como la existencia de una sola ambulancia para todo el valle. “Hay mucho más: por ejemplo, para hacernos el DNI tenemos que ir a Ronda, a una hora de trayecto. ¿Somos ciudadanos de segunda?”, cuestiona el regidor, embarcado en la búsqueda de fondos europeos para financiar proyectos como el que analiza las leyes que impactan de manera negativa en comarcas vaciadas. “El maltrato a la gente rural es alucinante”, insiste.

Natasha Milincic y Óscar Gómez, en la localidad malagueña de Parauta, el 24 de enero de 2024.
Natasha Milincic y Óscar Gómez, en la localidad malagueña de Parauta, el 24 de enero de 2024.PACO PUENTES

Herrera, sin embargo, es optimista. “Si seguimos generando el ecosistema propicio, la gente vendrá y los de aquí se quedarán”, asegura. Tiene cerca un buen ejemplo. “María José hija de Manoli”, como aparece en su agenda del teléfono. Es María José González, de 20 años. Nació en el pueblo y salió para estudiar primero un grado medio de Farmacia y luego uno superior de Fabricación de productos farmacéuticos, bioquímicos y afines. Ante el aumento del precio del alquiler en la ciudad de Málaga se veía compartiendo piso, con suerte, hasta los 30. Justo cuando acababa su formación, uno de los restaurantes del pueblo cerró. Vio su oportunidad para emprender, porque su madre es cocinera y le ayudaría. Ahora regenta El Refugio, donde sirve salmorejo de carne o pisto con huevo. “Estoy muy contenta”, dice convencida de quedarse en su pueblo.

“A veces lo único que hace falta es un poco de apoyo para emprender. No solo económico, también ayuda para que para los de fuera asentarse aquí sea más fácil”, cuenta Rubén Muñoz, de 33 años, que estudia la calidad de vida de las personas mayores en Alpandeire (266 habitantes) gracias al proyecto Metapueblos, impulsado por la Diputación malagueña y destinado a personas que quieran comenzar una actividad en zonas rurales. Como él, que mientras realiza el informe, ejerce de gestor cultural, promueve una empresa que excursiones y ofrece barbería a domicilio. Más allá de la escasez de servicios públicos, Muñoz explica que la población local debe también poner de su parte para acoger a quienes llegan. No solo por la desconfianza al de fuera, también porque hay numerosas casas vacías, pero casi nadie quiere alquilar a personas que no conocen. “¿Y así cómo se repuebla?”, se pregunta el joven. “Hay que abrir la mente”, responde Irene Guillén. “Porque como no venga más gente, estos pueblos se van al traste”, concluye quien ve en el Valle del Genal un buen futuro para sus hijos.

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