Los jóvenes que quieren que lo rural mole de nuevo
Las redes sociales facilitan proyectos culturales para recuperar las tradiciones y folclore de zonas despobladas
Una pájara mental se convirtió en La Perdiz Roja que sobrevuela el patrimonio, la cultura y el folclore de Castilla. Los paseos de un chaval por su Soria abandonada han lanzado a la viralidad a quien solo quiere recordar lo olvidado. El cierre de las minas empujó a una joven a redescubrir la identidad de la montaña asturleonesa. Ni Carmen Abril ni David Ortega ni Sara Álvarez han cumplido los 30 ni se dejan arrastrar por la decadencia que agrieta la historia desbordante de sus tierras. A este trío lo separan cientos de kilómetros pero lo une el uso de herramientas digitales para relanzar esa Castilla, esa Soria y esa cuenca minera condenadas por los tiempos. Estos jóvenes han conectado con un público ávido de rememorar aquellas costumbres de sus abuelos y hábitos rurales sometidos al patíbulo de la despoblación. Esto no va de segmentos o targets, sino de lazos intergeneracionales.
Carmen Abril lidera el equipo de La Perdiz Roja, una revista que nació en 2020 y que rescata historias de las zonas rurales de Castilla. La funda de su iPhone evidencia que, para valorar lo tradicional, no hay que llevar una boina enroscada ni beber de botijo. Una pegatina de Peppa Pig comparte espacio con una estampita de un abigarrado santo y una imagen de la perdiz roja que, en mayúscula, da nombre a una “revista castellanista (en plan bien)” alumbrada en la oscuridad del confinamiento. “La pandemia nos dejó tiempo para relajarnos del frenesí y repensar lo rural”, explica la fundadora, embaucadora de colegas a los que lio “con esta pájara mental” y progresivamente descubridora de un “sentimiento latente” mucho más abundante de lo esperable en unas gentes desarraigadas como las castellanas.
“Hacemos el funambulismo de obviar lo político y lo territorial hablando de Castilla, con causas de cajón como el ecologismo y el feminismo, no renunciamos a ciertas luchas, pero sí somos estrictamente culturales”, resume Abril, bajo el objetivo ambicioso de “cambiar la mentalidad de nuestra generación siendo apetecible y versátil”. El ave evoca a Miguel Delibes, estandarte de esa patria cultural
Esta socióloga, máster en gestión cultural, cita en el clásico bar El largo adiós de Valladolid para reflexionar sobre esos temas en apariencia “carcas” pero mucho más guais que su estigma. Ella se niega a una larga despedida generacional de esa “muchísima riqueza cultural y patrimonio de locos” de Castilla y defiende que “la cultura local es de modernas”. Pronto llegará, confía, una edición física de La Perdiz Roja.
Para ello van obteniendo financiación y se las ingenian para entremezclar conceptos tan dispares como un castillo medieval en Villalonso (Zamora) y Halloween: la fortaleza acogió una fiesta temática del santoral, siempre jugoso por las torturas y tormentos sufridos por santos cuyo nombre ha bautizado a tantos habitantes rurales. “Lo paleto es romantizar lo extranjero sin valorar lo propio”, suspira Abril, feliz por la expansión digital de su proyecto en redes sociales y también física, mediante las 2.000 camisetas vendidas con el lema “Make Castilla Cool Again”, en castellano, “Haz que Castilla mole de nuevo”, rematado por un “Nadie es más que nadie”. Su siguiente producto será una bota de vino.
El afán divulgador llega hasta Soria con David Ortega, también de 27 años. Miles de seguidores en Twitter e Instagram lo acompañan por su vasta provincia. Describe la arquitectura del territorio, las gentes que aún lo pueblan e historias de exiliados. Este joven interventor en Almazán saca tiempo para patearse zonas inhóspitas y conquistar a un público dispar, ahora creciente en la franja de 15 a 30 años gracias a los vídeos de Instagram.
El dichoso algoritmo permite difundir el pedigrí caído de despoblados o áreas inmensas sin cobertura telefónica ni institucional, pero Ortega reclama que ese interés llegue a la realidad para frenar la sangría demográfica: “El clima de capitalismo, globalización y despersonalización ayuda a recuperar este sentimiento, hay un interés creciente en volver a las raíces, aunque quizá sea una moda, pero algo quedará”.
Las aventuras narradas en redes le han valido el contacto de dos editoriales, que ahora pujan por llevar “a la durabilidad del papel” esas batallitas sorianas. Cuando se lance, que lo hará, plasmará ese pesimismo vital que lo embarga: “Los cambios tienen que venir de nosotros, tenemos la llave para cambiar las cosas desde abajo, en las provincias pequeñas necesitamos jóvenes con talento”.
El panorama de censos decadentes se palpa en la montaña leonesa y su hermana asturiana, aliadas por el auge y declive minero. Sara Álvarez, de 29 años, lleva cuatro con el Ayuntamiento leonés de Laciana y el proyecto Camminus “para recuperar la memoria y hablar de cultura local con participación ciudadana”. Esta gestora cultural impulsa una base intergeneracional para combinar costumbres comunes y modernizarlas con música.
Los encuentros, señalados en el calendario por los jóvenes emigrantes, combinan el magosto de las castañas otoñales con la actuación de DJ que hacen menearse incluso a esos ancianos tantas veces desatendidos. “Se acabó la mina, ¿ahora qué hacemos?”, pensó Álvarez antes de lanzarse con la iniciativa y beber del “tejido cultural fuerte ya existente”. Hay a quien llegar con carteles o por radio y otras quintas a quienes seducir por redes sociales, destaca, pero la esencia implica recuperar y presumir de esa identidad local.
Esta herencia compartida, diversa por territorios pero unida por su peligro de extinción, ha permitido tender lazos de amistad y empatía con otros jóvenes con la misma inquietud y distinta ubicación nacional. Los nuevos formatos de recuperación cultural mediante pantallas o festivales los han engarzado con esas generaciones ansiosas por contar que antaño todo esto no era campo. Solo necesitan ser escuchados por oídos entusiastas como los de Abril: “¡Que vivan los viejos y las viejas!”.
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