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Universos paralelos
Columna
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Actitud siniestra, vocación gótica

Una apabullante visión panorámica de aquella subcultura que jugaba con el sexo y la muerte.

Siouxsie Sioux del grupo Siouxsie and the Banshees en el Rainbow Theatre de Londres en 1977.
Siouxsie Sioux del grupo Siouxsie and the Banshees en el Rainbow Theatre de Londres en 1977.Gus Stewart (Redferns/ Getty)
Diego A. Manrique

Fue posiblemente la más llamativa de las mitologías juveniles que eclosionaron en los años ochenta: los góticos. Aunque Ana Curra reivindica el término mucho más descriptivo que se usaba en los círculos musicales españoles: los siniestros. Ana lo recuerda en su prólogo para Temporada de brujas. El libro del rock gótico, un tomo escrito por la novelista inglesa Cathi Unsworth, publicado por Contra y traducido con mimo por Héctor Castells.

Advierto que el planteamiento del libro es decididamente anglocéntrico: el movimiento gótico se define aquí por oposición a Margaret Thatcher, que vivía entonces su década dorada. En realidad, los siniestros no se enfrentaron con la Dama de Hierro, ni en las calles ni en los discos, a diferencia de otros sectores musicales. Tengo recuerdos de conversar al respecto con Siouxsie Sioux, de los Banshees, o Robert Smith, de The Cure, y comprobar que su interés por la política se acercaba al cero. Ni la guerra de las Malvinas, ni la huelga de los mineros, ni el combate contra el poll tax parecían afectarlos (de hecho, a principios de los noventa, Siouxsie se transformaría en exiliada fiscal, con domicilio en el sur de Francia).


Uno puede entender el solipsismo de aquella generación, que convivió con horrores como el destripador de Yorkshire, que mataba mujeres en Leeds y alrededores. Precisamente, Leeds fue una gran incubadora de lo gótico: de allí brotaron grupos como The Sisters of Mercy o Soft Cell. En verdad, una de las fortalezas del movimiento residía en su dispersión geográfica, con la consecuente variedad de propuestas. Evitaban el microclima londinense, con aquellas potentes revistas que decretaban lo que estaba o no estaba de moda: fueron los años, recuerden, cuando el mundo textil y la industria musical se aliaron para lanzar a los denominados new romantics.

Los góticos no reconocían muchos precedentes, aunque subyacía un respeto reverencial por las transformaciones estéticas y la voracidad de David Bowie por las experiencias. Como el Bowie vampírico que aparecía al inicio de El ansia (1983), pareja de Catherine Deneuve, ambos rastreando cuerpos frescos entre los asistentes a un concierto del grupo Bauhaus.

Eran hijos del punk, que se había fragmentado demasiado aprisa. Dejando, eso sí, muchas enseñanzas. Como el DIY, el Háztelo Tú Mismo, al que Ana Curra confiesa que se apuntó para enfundarse la lencería de cuero que lució en la portada de El acto, elepé de Parálisis Permanente. Destaca igualmente Temporada de brujas. El libro del rock gótico por su aliento didáctico: hay muchas páginas de bibliografía y filmografía. Cada capítulo se cierra con la invocación a un padrino y una madrina del rock gótico; Jacques Brel o Maria Callas se codean así con Marc Almond o Diamanda Galas. Pero esas irreverencias obedecen a una lógica risueña. La Unsworth va retratando las ocurrencias de (generalmente) chavales de provincias que van formando bandas, fanzines, sesiones en discotecas, sellos independientes, promotoras de conciertos.

Intuimos que van a tropezar con muchas piedras: drogas, egos, dineros. Efectivamente, tropiezan y caen. Pocos han demostrado la fortaleza de un Nick Cave, que ha mantenido su búsqueda creativa a través de tres continentes, superando mil desastres y renovando sus cómplices. Es una pequeña compensación, piensa Unsworth, frente a la principal exportación australiana: el maligno Rupert Murdoch.

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