El maltrato infantil en la familia ultraconservadora: un caso en la autoficción
Leticia G. Domínguez une dolorosas experiencias personales y una profusa documentación en su debut literario con la novela ‘Papá nos quiere’
El día de las elecciones el padre entrega a sus hijas un sobre con el voto. Con la papeleta del partido al que tienen que votar. Con el voto que él considera adecuado. La madre revisa sistemáticamente atuendo, expresiones, alimentación, insulta, chilla, va minando laboriosamente la autoestima. Es una cotidianidad atravesada por el juicio y el control. Fiscalizan, a través del castigo y el reproche, cada aspecto de la vida de su prole, como si esta fuera una extensión de sí mismos que hay que moldear a su imagen y semejanza, inmersos en un mundo hostil. Hostil porque es diferente y porque se encuentra en cambio acelerado. El cariño parece estar de más: negligencia emocional.
“Tengo unos quince años cuando mamá empieza a insistir en que voy a matar a papá”, dice la primera frase de Papá nos quiere (Caballo de Troya). Esta es la paternidad y la maternidad que se retratan en la primera novela de Leticia G. Domínguez (Madrid, 36 años), donde recrea con viveza la voz infantil que sufre ese maltrato afectivo, una voz que narra con inocencia, pero también con esa crudeza con la que perciben los niños el mundo. Una familia esclerotizada por una religiosidad asfixiante, un fuerte clasismo, que más que despreciar a los demás les lleva a despreciarse a sí mismos por no ser suficiente, siempre atormentados por el qué dirán. Domínguez enmarca el relato dentro de la autoficción: no pocos de los mimbres que utiliza brotan de su propia experiencia familiar, aunque otras circunstancias y personajes de la novela son ficticios. Aquí y allá vibra una verdad antigua y dolorosa.
Aunque la acción transcurre entre los años 80 y 90, esos padres parecen salidos de una época más grisácea y opresiva de la historia de España. “Son unos padres que más que valores tienen antivalores y una forma de ver la vida completamente anacrónica, que yo creo que es más común de lo que pensamos”, dice Domínguez. Cita la autora como ejemplo la reciente serie La Mesías (Movistar Plus+), de Los Javis, donde también se retrata una familia dominada por estrictos valores ultraconservadores.
“En mi novela, estos padres aíslan a sus hijos para que no puedan encontrar otras perspectivas vitales, para que no puedan cuestionar el sistema familiar, ni el camino que trazan para ellos”, dice Domínguez. Puestos a dar referencias, podríamos hablar también de la película Canino, de Yorgos Lanthimos, en la que unos niños crecen encerrados en la casa familiar sin saber que existe más mundo al otro lado de los muros del jardín. Los aviones que cruzan por el cielo, les hacen creer, son de juguete.
Hay una liberación en la novela relacionada con la experiencia del hedonismo nocturno, de los bares, del cortejo, de las primeras relaciones sentimentales. “La protagonista viene de un hogar conservador donde se piensa que el cuerpo es la cárcel del alma. Así que encuentra un sentido vital a través del placer, del disfrute y de la alegría”, dice la escritora, que en su discurso cita una prolija documentación “involuntaria”: Marguerite Duras, Carmen Martín Gaite, Alice Miller, Mary Beard, Massimo Recalcati, Frédéric Gros, Elias Canetti y hasta El sí de las niñas de Moratín. ¿Por qué una novela y no un ensayo? “Creía que la voz de una niña lograría mayor empatía que una fría y analítica voz adulta”, explica.
El tabú de la familia
La protagonista, y la autora, encontraron algo de luz en la terapia. “Más que para encontrar la verdad, entiendo la terapia como aceptación y silencio, como sanación”, dice Domínguez. Con la práctica también se hizo consciente de la fuerte influencia del niño que fuimos en el adulto que somos. “Sabemos que los traumas infantiles afectan en los adultos, pero creo que esa influencia se trivializa. Pensamos que la infancia es una etapa que se acaba y ya está, así que yo quería poner esa influencia sobre la mesa. La familia ha sido un tema tabú”, dice la escritora.
Un tabú que se está resquebrajando, a juzgar por algunas de las últimas novedades literarias. Por ejemplo, las novelas La familia (Anagrama), de Sara Mesa; Material de construcción (Random House), de Eider Rodríguez, y Los astronautas (Alfaguara), de Laura Ferrero, o el ensayo Las hijas horribles (Libros de K.O.), de Blanca Lacasa, que explora la relación de las mujeres con sus madres. Incluso visiones transgresoras, como Abolir la familia (Traficantes de Sueños), de Sophie Lewis. Este creciente interés por lo familiar puede tener conexión con el auge del feminismo: tradicionalmente lo familiar fue considerado un ámbito femenino y, por tanto, sin demasiado interés.
Muchos hombres no están lo suficientemente agradecidos del favor que les ha hecho el feminismo
No es la única conexión: “Creo que el feminismo nos ha hecho deconstruir las relaciones de pareja y desmitificar el amor románico. Y, al fin y al cabo, la primera relación amorosa se establece con los padres: en la familia se reproducen algunos clichés del amor romántico, como que tenemos que ser iguales para amarnos”, dice la autora. A veces, paradójicamente, desarrollamos actitudes agresivas o violentas con los que hipotéticamente son nuestros seres más cercanos, comportamientos que serían inaceptables en una relación de amistad o de pareja. Y de esos comportamientos habla Papa nos quiere.
Un sistema hostil
El sistema socioeconómico interacciona fuertemente con lo familiar. “Es hostil para personas mayores, niños, personas que no pueden producir”, dice Domínguez, que aboga por una perspectiva ecofeminista, que asuma los ciclos de la naturaleza y que tenga en cuenta la maternidad y la paternidad en el sistema de producción. Y a los hombres. “Al padre también se le ha robado su papel en la vida familiar”, dice la autora, “muchos hombres no están lo suficientemente agradecidos del favor que les ha hecho el feminismo, porque se les condenaba a otra cárcel”. Una cárcel para esos hombres que no encajan en los estereotipos más rígidos de la masculinidad, o en la orientación sexual esperada, o a los que se les hurta la intimidad familiar o la expresión sentimental.
Domínguez cita ahora al Canetti de Masa y poder: en una relación jerárquica cada eslabón recibe el aguijonazo, pero lo pasa al siguiente, un poco más abajo, como una forma de mitigar el dolor. Así parecen funcionar los padres narrados por la autora, aunque insiste en no quitarles la responsabilidad de haber elegido otro camino. La familia, en su peor versión, puede ser correa de transmisión de las relaciones de poder y de las peores facetas de la sociedad. “Una familia, según lo entiendo, puede servir para proteger de la sociedad, pero también para recrear sus peores aspectos: la familia que debería ser amor y refugio se convierte en rechazo”, dice Domínguez. El drama del personaje es ser tratado bajo los estereotipos machistas: como una mujer dócil, sin ideas propias, sin acceso a su sexualidad. “No creo, aun así, que se deba abolir la familia, es una estructura fundamental”, insiste Domínguez, “pero sí creo que debemos ser críticos con el fin de mejorarla”.
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