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CAFÉ PEREC
Columna
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Trump, Nerón y compañía

Las quejas son de lo más tonto, pero a veces la distinción entre tontería e inteligencia es muy elástica

Christopher Plummer actua en 'La caída del Imperio romano', de 1964.
Christopher Plummer actua en 'La caída del Imperio romano', de 1964.Cordon Press
Enrique Vila-Matas

Cabe suponer que el famoso primer extraterrestre que un día pisará la Tierra verá enseguida que somos adictos a la queja. En La provincia del hombre Elías Canetti comenta ese hábito tan humano de quejarse de todo y dice que las quejas son lo más tonto que existe en el mundo, “siempre estamos enfadados con alguien, siempre hay uno u otro que se nos ha acercado demasiado. Siempre hay quien ha cometido una injusticia con nosotros. ¿Por qué? ¿Qué significa que esto y aquello no lo consentimos? Con esas quejas se va llenando la vida…”.

Bueno, las quejas son de lo más tonto, pero a veces la distinción entre tontería e inteligencia es muy elástica, porque la estupidez humana abunda tanto que alcanza a los inteligentes, que no paran de decir burradas todo el rato sin proponérselo.

Kafka, ironista supremo porque parecía reconocer el lado cómico de sus quejas interminables, manejaba la lucidez más oscura de la historia de la literatura, lo que le llevó a decir que el miedo era para él, junto con la indiferencia, su principal sentimiento frente a otras personas.

¿Está nuestro mundo hoy más dominado que nunca por el terror y la indiferencia? La sociedad del espectáculo político, que tantos decibelios ha subido, puede que influya en esta sensación. En una entrevista en Nueva York, el escritor mexicano Álvaro Enrigue dice tener la impresión (se non è vero, è ben trovato) de que la política forma parte, desde hace tiempo, de “la cultura del entretenimiento”. Y dice también que si uno ve, por ejemplo, el mapa político de Estados Unidos o de Argentina, lo primero en lo que piensa es en largarse de allí inmediatamente, pero que parece haber como una burocracia detrás de esas repúblicas que hace que sigan funcionando: “Supongo que así era el Imperio Romano, los emperadores podían hacer las locuras que fueran porque había una máquina que seguía trabajando”.

No es que así fuera el Imperio Romano, sino que es probable que sigamos en él. Ya que Álvaro Enrigue cita a la Roma de los Nerón, Calígula y compañía, no estará de más recordar que Philip K. Dick, tras haber soñado tiempo atrás que buscaba un libro que se titulaba El Imperio nunca cayó, el 20 de febrero de 1974 confirmó que seguíamos en el Imperio Romano cuando, al abrir la puerta a la empleada de farmacia que le subía unos analgésicos, advirtió que esta llevaba un colgante en forma de Ichthys (el símbolo del pez cristiano) que el escritor percibió rodeado de un halo sobrenatural e interpretó como una señal de que iba a poder revivir, como así ocurrió, episodios de su antigua vida como cristiano de primera hora.

Cabe pensar que el mundo de hoy –sumido en el caos total, en un no mundo, donde las fake news crean la idea de que tenemos ante nosotros una realidad alternativa– le sorprendería muy poco a Philip K. Dick, porque vería reproducida con exactitud su mente, su visión del mundo, aquella que sus lectores creían que era ciencia ficción.

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