El enigma del español que se quedó a tres votos de ser papa
El cardenal Pedro Pacheco se hizo construir un grandioso convento-mausoleo en La Puebla de Montalbán en 1545, pero las monjas de clausura que lo habitan creen que el cadáver no está con ellas
—Yo estoy segura de que él no está aquí —, susurra la monja Isabel Valderrama, enclaustrada desde hace casi tres décadas en el convento de concepcionistas franciscanas de La Puebla de Montalbán, en Toledo.
—Y yo creo que sí que está aquí, porque un cardenal no se pierde, sor Isabel—, replica con un cariñoso tono burlón el historiador Rodolfo de los Reyes.
La monja y el especialista hablan de uno de los mayores enigmas de la cristiandad: el paradero del cadáver de Pedro Pacheco, un religioso nacido en La Puebla de Montalbán en 1488 que se quedó a tres votos de ser papa. En el Concilio de Trento, el todopoderoso Pacheco impuso una excepción histórica en el decreto sobre el pecado original: Adán transmitió su depravación y la muerte corporal a todo el género humano, salvo a la Virgen María, cuya concepción fue inmaculada. “Tiene que estar aquí”, proclama el historiador señalando unas baldosas blancas y negras al pie del altar mayor de la iglesia del convento.
La Puebla de Montalbán es hoy una localidad de casi 8.000 habitantes, con dos grandes industrias: una de las mayores conserveras de tomate de España y un matadero que se acerca al millón de cerdos sacrificados al año. En el siglo XVI, la villa, en la ribera del Tajo, dominaba uno de los señoríos más prósperos de Castilla. Allí nació también Fernando de Rojas, autor de La Celestina, una obra de 1499 que muestra aquel mundo de superstición y brujería.
El entonces obispo Pedro Pacheco se encontraba en La Puebla cuando recibió una carta de uno de los amos del mundo: el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Era el 8 de marzo de 1545. El césar le instaba a viajar cuanto antes al pie de los Alpes y acudir en su nombre al Concilio de Trento, campo de batalla de la fe católica frente a la agresiva Reforma Protestante. El teólogo alemán Martín Lutero acababa de publicar Contra el papado de Roma, fundado por el diablo, un incendiario libelo en el que acusaba al pontífice de robar a manos llenas y lo calificaba de “asno papal”, “infernalísimo Padre” y “Papa de los sodomitas”. Lutero animaba a ahorcar al vicario de Cristo y a todos sus cardenales.
Días antes de recibir la misiva del emperador, Pacheco había firmado un contrato con las monjas de clausura de La Puebla de Montalbán para construir allí un grandioso convento que sería su propio mausoleo. Según las condiciones suscritas, Pacheco sería enterrado en un suntuoso monumento funerario en el coro de la iglesia. El obispo respondió enseguida al emperador y partió hacia Trento: “Las reales manos de Vuestra Majestad beso por quererse servir de mí en esta jornada [...]. Me daré toda la prisa que pudiere sin detenerme en el camino”. Tras el Concilio, ya ascendido a cardenal, el pueblano fue virrey de Nápoles, envió a sus tropas contra el pirata otomano Dragut, fue inquisidor en Roma y, en el cónclave de 1559, se quedó a tres votos de ser Papa. Jamás regresó con vida a La Puebla.
El cardenal Pacheco falleció en Roma a los 71 años tras “un súbito accidente”, según la documentación de la época, en la madrugada del día 5 de marzo de 1560. Su cadáver fue depositado en la basílica romana de Santa María en Aracoeli, pero numerosas fuentes históricas posteriores dan por hecho que un cortejo fúnebre transportó el cuerpo hasta La Puebla de Montalbán. Cesáreo Morón y Dolores González, maestros jubilados y cronistas del pueblo, también están convencidos de que el cadáver está en algún lugar bajo sus pies. “Él hizo esto para que fuese su panteón. Tiene que estar aquí”, sentencia Morón.
El convento pagado por el cardenal Pacheco es una mole que sobresale con creces en el horizonte del pueblo. En la mastodóntica construcción solo viven cinco monjas de clausura. La abadesa, sor Pilar Combarros, ingresó siendo una adolescente y ya tiene 84 años. Es la única nacida en España. Sor Isabel, originaria de Colombia, se incorporó en 1997. Todas visten el vistoso manto azul celeste de las concepcionistas, símbolo de la virginidad de María. La comunidad sigue la misma liturgia cada día desde hace siglos. Rezar es su principal tarea. Este soleado 5 de enero, aceptan recibir la visita de EL PAÍS y los tres eruditos locales en busca del cardenal Pacheco.
Sor Isabel, amable y dicharachera, cuenta que dos monjas ancianas, ya fallecidas, le hablaron de la existencia de un enorme panteón bajo el altar mayor, oculto por las baldosas blancas y negras. “Este piso se puso en 1940. Antes había una puerta que se elevaba así”, explica sor Isabel haciendo el gesto de abrir una trampilla. “Estas hermanas bajaron y lo vieron. Es supremamente amplio. Hay enterramientos por aquí y por allí”, afirma la religiosa señalando al suelo en todas direcciones. El historiador Rodolfo de los Reyes, autor de un librito autoeditado sobre el convento, y sor Isabel se conocen desde hace años. Parecen un dúo cómico.
—Aquí hay que hacer un agujero gordo y entrar.
—¡Eso ni hablar!
—Cualquier día en plena misa se escuchará un ruido y seré yo con un pico.
El historiador Eustaquio Fernández de Navarrete afirmó en 1853 que el cuerpo del cardenal Pacheco sí fue “trasladado a La Puebla de Montalbán a un costoso sepulcro, sin epitafio”. Intrigado por el enigma, otro historiador, el salesiano Ángel Martín González, viajó en 1962 al convento. Tras hablar con las monjas y consultar los documentos fundacionales, lanzó una hipótesis. El cardenal Pacheco murió en 1560, ocho años antes de que se terminase su faraónico convento. Fallecido el patrono y con las ayudas económicas recortadas, las hermanas habrían optado por dedicar sus 500 ducados de oro de renta anual a continuar las obras y garantizar su subsistencia, en lugar de gastar el dinero en los ostentosos monumentos funerarios prometidos a Pacheco y a sus padres, los déspotas señores de Montalbán.
“Pudieron pensar en un principio en depositar los cadáveres de personajes tan ilustres en un lugar provisional de la iglesia hasta que se les erigiera el monumento sepulcral estipulado”, señaló Martín González en su monumental biografía del cardenal, publicada en 1974. Ese día de erección nunca llegó.
Sor Isabel cuenta que la iglesia tiene dos lugares de enterramiento: el panteón tapiado bajo el altar mayor —inaccesible desde 1940 y con decenas de cuerpos, incluidos los de los padres de Pacheco— y una cripta bajo el coro, cementerio de las propias religiosas. La monja recuerda con angustia el día de 2003 en que un albañil descubrió un cadáver en esa cripta. Era, asegura, Juan Pacheco, un hermano mayor de Pedro que falleció antes que el cardenal. “Todavía tenía sus vestiduras de caballero”, rememora la religiosa. Para evitar que la Policía o Patrimonio alterasen su liturgia diaria, las monjas se limitaron a cubrir el cadáver del siglo XVI con unos ladrillos, sin moverlo ni avisar a las autoridades.
Hace un año, las religiosas sí hicieron una excepción y rompieron sus rutinas centenarias. Las monjas se mostraron al mundo en un vídeo desesperado, para rogar ayuda económica tras la desastrosa nevada de la borrasca Filomena. El tejado del convento no soportó el peso de la nieve y se agrietó. “El techo del coro se puede desplomar en cualquier momento”, alertó la monja peruana sor Lira Malca. Tras conseguir unos 70.000 euros, todavía rezan para lograr 300.000 más.
La Iglesia católica, finalmente, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción en 1854. ¿Dónde está el cadáver de su gran impulsor? El responsable de la basílica romana de Santa María en Aracoeli, Luca Petti, confirma a este periódico que en sus registros “no consta el nombre del cardenal Pacheco”. Quizá el cuerpo salió inmediatamente de Roma en 1560.
Otro historiador local, Florencio Huerta, también cree que el cadáver de Pedro Pacheco llegó al convento toledano, pero sostiene que no se enterró en el panteón señorial con sus padres, sino en una tumba sin epitafio en el propio coro, hoy cubierto por una tarima. En su libro Los señores y el señorío de Montalbán en la Edad Moderna (autoeditado, 2022), Huerta también defiende que la temprana muerte de Pacheco y unos posibles impagos “explicarían que las monjas no cumplieran” con el trato de erigir un monumento funerario.
Sor Isabel discrepa. Ella se ocupa del archivo histórico del convento. Coge un manojo de llaves y abre una puerta tras otra hasta llegar a los legajos acumulados durante cinco siglos. En un cajón destaca un documento de 1553, en el que las monjas renovaron su compromiso de erigir un monumento funerario a Pacheco. La religiosa insiste en que nadie ha encontrado ningún papel que constate que el cadáver del cardenal entró en el convento. Rodolfo de los Reyes, antes profesor de Historia en el instituto del pueblo y ya jubilado, sugiere revisar todos los manuscritos. “Aquí hay que sentarse durante tres años, sor Isabel”, exhorta.
Pedro Pacheco era “pequeño, de tez blanca, barba escasa y astuto”, según la descripción de un cronista del Concilio de Trento. En su tiempo se decía que llegó a estar “sentado en la silla pontifical y adorado por Papa”, según consta en las Relaciones topográficas de Felipe II, de 1576. Las monjas creen que el rostro de Pacheco es el de un hombre pintado en el retablo mayor, bajo una escultura de la Inmaculada Concepción con los símbolos de su virginidad: una ciudad amurallada, un jardín cerrado y árboles que conservan su verdor todo el año, como el ciprés y el olivo. La voz baja de sor Isabel apenas se percibe en la majestuosa iglesia del convento, pero sus palabras retumban de repente, ante las preguntas insistentes sobre el paradero de Pacheco. “Yo conozco otra historia”, confiesa.
Los conventos de clausura no están aislados del mundo. La información entra a través de las celosías y fluye de boca en boca entre las monjas. También de monasterio en monasterio. “El rumor es que está debajo de la mesa del altar de las concepcionistas de Escalona”, revela sor Isabel. Los presentes se quedan ojipláticos. La idea no es descabellada. Escalona, otro pueblo toledano, está a solo 35 kilómetros y su convento fue iniciado en 1521 bajo la protección del marqués Diego López Pacheco, tío del cardenal.
El enigma del pueblano que acarició el trono del Papa sigue vivo. “El problema es que las hermanas de Escalona ya han fallecido”, lamenta sor Isabel. La religiosa cuenta que las mujeres jóvenes ya no quieren ser monjas de clausura. Ante la muerte de las ancianas y la falta de incorporaciones, la Orden de la Inmaculada Concepción abandonó el convento de Escalona en 2015, tras 500 años allí, y fue sustituida por una decena de carmelitas descalzas de Zamora. Una de ellas explica por teléfono a este periódico que nunca ha oído hablar del cardenal Pacheco. El historiador Rodolfo de los Reyes no se conforma: “Un cardenal no se puede perder, sor Isabel”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.