‘Los que se quedan’: el glorioso reencuentro de Alexander Payne y Paul Giamatti
Cineasta y actor repiten de nuevo, dos décadas después de ‘Entre copas’, con una película cargada de humor, inteligencia y melancolía
Inteligente, ácida, divertida, triste, tierna y melancólica… Los que se quedan es todo lo que se puede esperar de una película de Alexander Payne. El octavo largometraje del director de Los descendientes (2011) es una tragicomedia con trazas de road movie situada en las Navidades de 1970 en un internado de Nueva Inglaterra. Allí, un profesor de historia antigua malhumorado y pedante interpretado por Paul Giamatti tiene que quedarse de guardia con un grupo de alumnos que se ven obligados a pasar las vacaciones en el campus.
Después del tibio aplauso que recibió su último filme, Una vida a lo grande (2017), Payne rueda un guion que no es suyo ni de su guionista habitual, Jim Taylor, sino de David Hemingson y que está vagamente inspirado en Merlusse, película de los años treinta de Marcel Pagnol. El punto de partida nos sitúa ante el avinagrado profesor, pero la trama se desvía hacia su relación con la jefa de la cocina del internado (Da’Vine Joy Randolph), una afroamericana que acaba de perder a su hijo en Vietnam, y con uno de los alumnos (Dominic Sessa), un pobre niño rico, furioso e inadaptado, cuya cándida misantropía parece evocar el espíritu de Holden Caufield, el díscolo adolescente de J.D. Salinger en El guardián entre el centeno.
Incluso desde antes de los títulos de crédito, Los que se quedan se presenta con un aura vintage que logra no caer en los tics de la industria de la nostalgia. Payne y el cámara danés Eigil Bryld evocan el tono y el grano de las comedias negras de los setenta que tanto admira el cineasta, como Harold y Maude, de Hal Ashby. Para afinar las capas de época, Payne también echa mano de citas a Arthur Penn y su Pequeño gran hombre y de las melodías de Labi Siffre y Cat Stevens.
Gran retratista de los pequeños infortunios y miserias de la vida, los antihéroes de Payne beben demasiado, viven solos y parapetan su fragilidad con dosis de desprecio hacia sus semejantes. Los hombres huraños recorren con su patetismo una filmografía brillante, de Jack Nicholson en A propósito de Schmidt (2002) a Bruce Dern en Nebraska (2013). Entre una y otra, se situaba Entre copas (2004), la película que hace ya dos décadas unió al cineasta de Omaha con Paul Giamatti en una de las mejores interpretaciones de su carrera.
Payne, un extraordinario director de actores, vuelve a sacar lo mejor de Giamatti en la piel de un profesor que remite a la propia Entre copas —ambos son escritores fracasados, aunque esta vez sin excesos autocompasivos— y, sobre todo, a la película que lo puso en el mapa, la cáustica Election (1999), en la que Mathew Broderick también encarnaba a un docente enfrentado a sus principios, aunque aquella vez por motivos mucho menos honrosos.
Sin llegar a la catarsis final de Los descendientes, Payne vuelve a filmar una historia sentimental y emotiva en la que el cinismo y la burla de los estereotipos —en este caso, el de un hombre fuera de la realidad cuya pedantería es proporcional a la magnitud de su naufragio—, se van disolviendo plano a plano hasta forjar el vínculo de soledad y orfandad que une a los personajes de esta inolvidable película llamada a ser un nuevo clásico navideño.
Los que se quedan
Dirección: Alexander Payne.
Intérpretes: Paul Giamatti, Dominic Sessa, Da'Vine Joy Randolph, Carrie Preston, Gillian Vigman.
Género: comedia. Estados Unidos, 2023.
Duración: 133 minutos.
Estreno: 3 de enero.
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