Bordar como vinculación a la creatividad femenina
No renunciamos al otro arte, humilde y hermoso, que es un capital acumulado con nuestros “pequeños” hallazgos domésticos
Olvido García Valdés escribe “De marfil ve sus propios dedos, agujas”, poema incluido en Del ojo al hueso (2001). Leo este poema y siento la vinculación entre la escritura de las mujeres, el cuerpo, la fisicidad de la palabra, lo manual, la inmensidad de lo pequeño. La aguja entra y sale de la tela, estirada en el bastidor, y el esfuerzo físico cristaliza en belleza convencional, cursilería, un descubrimiento. La aguja entra, sale. Podemos pincharnos. La gota de sangre aparece como imagen en una actividad que, como muchas de las que hemos realizado las mujeres, se coloca en un punto intermedio entre artesanía y arte, creación y consumo: el prosumo sobre el que escribe Remedios Zafra. Manualidades, labores, ikebana, tareas pretecnológicas sirven para pasar el tiempo, hermosear la casa, calentar los pies de la familia. Mi abuela Juanita tejía para mí braguitas de perlé. Mi madre me hacía jerséis de color rojo.
Vuelvo al poema de Olvido porque, en unas jornadas sobre “La escucha en los museos”, celebradas en el Thyssen, asisto a la conferencia de Mario Chagas, director del Museo de la República en Río de Janeiro. Chagas nos cuenta cómo el museo se convirtió en centro de vacunación durante la pandemia. Recuerdo las fosas grabadas a vista de pájaro, mientras Bolsonaro hablaba de una “gripecita”. Unas doscientas cincuenta mil personas se vacunaron en el Museo de la República. Chagas fue reprendido por “hacer política”; él respondió que solo estaba vacunando. Por supuesto, estaba haciendo política: el arte sin la vida es tan ridículo como la vida sin el arte.
Chagas documentó la pandemia a través del bordado. Hay experiencias de enfermedad, duelo o recuperación interpretadas por las personas que fueron allí a bordar. También Hannah Höch, artista dadaísta e inventora del fotomontaje, reflexiona sobre el bordado en ensayos que la ponen en conversación con Lu Märten, escritora y crítica de arte, teórica y práctica de la Proletkult: “Queremos impregnar de arte, dotar de pulso vital la totalidad de la vida…” Las profesoras Isabel García Adánez y Andrea Pérez Fernández rescatan textos de Höch y Märten, algunos inéditos en alemán, en Dos mujeres con gato. Escritos sobre las artes (Tres hermanas).
Dos creadoras, preocupadas por la educación artística de las mujeres proletarias, así como por su papel como sujetos del arte, encuentran en el bordado y en las siluetas recortadas un sitio para pensar sobre la funcionalidad de lo artístico, lo minúsculo o intrascendente, los elementos artesanales inherentes a lo artístico, la sospecha de que el arte puede brotar de la creatividad de una mujer que, de pronto, no se ciñe en sus manualidades al patrón burgués de bordar unas bellas violetitas. Höch y Märten cuestionan canon y concepto de belleza, con mirada política y perturbadora modernidad, acercándose al arte desde una perspectiva de clase y de género para situar lo artístico del lado de la materia y la vida. De la mejora de las condiciones de vida de las mujeres obreras, de las mujeres en general y de las mujeres que pintan, leen, escriben, inventan y están condenadas a la precariedad y a no ser tomadas en serio casi nunca. Hoy no renunciamos a la grandeza de ese arte que se nos negó porque nuestro deber era cuidar y mantener el fuego encendido ―razones económicas encubiertas por nuestra falta de espíritu y aptitudes―. Tampoco renunciamos a ese otro arte, humilde y hermoso, que es un capital acumulado con nuestros “pequeños” hallazgos domésticos. Hay que tener mucha precaución con las mujeres que aprenden. Las que leen en grupo. Las que bordan y, un día, se pinchan el dedo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.