‘Ocho apellidos marroquís’: ¿dónde está la gracia?
Se supone que incluir el término ‘ocho apellidos’ será un señuelo infalible en el deprimido mercado para que triunfe el producto. Resulta imposible encontrar calidad en el producto
Aseguran con conocimiento de causa que el marketing es fundamental en el lanzamiento y en el mantenimiento de cualquier producto. Las virtudes de lo que se pretende vender están en segundo plano, son accesorias, aunque es de agradecer que tenga alguna. Pero está claro que el humo, convenientemente publicitado, se lleva muy bien con el éxito. Incluso puede hacer muy felices a los receptores. El modelo casi generalizado de la telebasura y el imán que esta posee para cantidad de espectadores sería la evidencia de esto. También afirman que las películas españolas están condenadas a la ruina o a la supervivencia extrema si no están producidas por Telecinco Cinema o Atresmedia cine. Eso garantiza el bombardeo continuo de esos grupos de comunicación promocionando sus productos. Están incluidos los informativos. No existe el rubor si hay que abrir las trascendentes noticias del mundo contando las maravillas que el público va a encontrar en esas películas. La promoción puede lograr el mareo en algunos receptores.
Todo cristo (bueno, yo no, pero es que soy muy raro) disfrutó cantidad con dos comedias españolas tituladas Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes. La exuberante taquilla dio palmas con ellas. Se supone que incluir la expresión ocho apellidos será un señuelo infalible en el deprimido mercado para que triunfe el producto. El título original al parecer era Casi familia y los guionistas originales han pedido que su nombre no apareciera en pantalla. Cosas extrañas, pero que todo sea por el bien del negocio. Que probablemente será muy próspero.
Lo que resulta más complicado, y en mi caso imposible, es encontrar calidad en el producto. En Ocho apellidos vascos la memorable interpretación de Karra Elejalde me arrancó risas y más de una carcajada. También un punto de ternura. Se supone que esas son las principales sensaciones que intenta provocar en el público Ocho apellidos marroquís. Pero en mi caso es inútil, aunque hacerme reír sea una de las cosas que más agradezco en el cine. Y en la vida.
Imagino que el guion posee conocimiento de aquella deliciosa comedia del gran Billy Wilder titulada ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? Allí, un empresario estadounidense y una peluquera inglesa descubrían en la isla de Isquia después de la muerte en accidente del padre de él y la madre de ella, que estos habían mantenido a lo largo del tiempo y en fechas puntuales una interminable y gozosa historia de amor. Aquí, son la esposa y la hija de un difunto y rico cántabro las que descubren que este tenía una hija marroquí. Les acompaña en el viaje a la preciosa Esauira el antiguo novio de la chica cántabra que no se resigna a perderla definitivamente.
Se supone que todo es hilarante, que revela con gracia y sarcasmo los prejuicios raciales de un tipo de gente hacia los marroquíes, su posterior conversión a la racionalidad y la tolerancia, los amores cruzados y no sé cuántas cosas más. Los diálogos, las situaciones, los caricaturizados personajes, los chistes verbales y visuales pretenden prolongar el estilo de los referentes anteriores. Pero me siento inmune ante una comedia concebida sin la menor originalidad, siguiendo patrones que funcionaron muy bien. Supongo que la saga continuará. A no ser que me obliguen, renuncio a su seguimiento.
Ocho apellidos marroquís
Dirección: Álvaro Fernández Armero.
Intérpretes: Julián López, Michelle Jenner, Elena Irureta, María Ramos Mouhoub, Hamza Zaidi.
Género: comedia. España, 2023.
Duración: 97 minutos.
Estreno: 1 de diciembre.
Babelia
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