_
_
_
_

Silvio Berlusconi: noches de arte, pasión y teletienda

El magnate compró compulsivamente en los tres últimos años de vida unos 25.000 cuadros en programas de subastas televisivas nocturnos invirtiendo más de 20 millones de euros. Sus herederos no saben qué hacer con ellos

Silvio Berlusconi
Silvio Berlusconi con Giuseppe De Gregorio, visitando la colección de arte del primero.
Daniel Verdú

Las fiestas podían llegar a ser extenuantes. Pero también, especialmente en los últimos tiempos, algo frustrantes. De modo que Silvio Berlusconi, fallecido el pasado junio, se recluía en su habitación y, como solía hacer en los viejos tiempos como vendedor inmobiliario, se refugiaba en la magia del teléfono a partir de las 22.30. Esta vez, sin embargo, acudía al aparato como comprador. O más bien como pujador compulsivo en subastas telefónicas de arte italiano. En programas de teletienda, en suma. En diciembre de 2019 sucedió por primera vez.

-Hola, sí… Ese cuadro me lo quedo yo.

-Buenas noches. ¿Es usted un cliente nuevo? ¿Cómo se llama?

-Soy Silvio Berlusconi.

-Ya, claro. Adiós.

El napolitano Giuseppe De Gregorio tenía desde hacía tiempo un programa de teletienda de arte en el canal 129. Una suerte de subasta en directo en la que los televidentes pujaban por obras de arte de todo tipo, generalmente de un valor económico modesto y una escasa importancia. Aquella noche de diciembre recibió una llamada inesperada. El problema es que colgó el teléfono dos veces a quien consideró un bromista que se hacía pasar por el cuatro veces primer ministro para tomarle el pelo. “Llaman muchos graciosillos. A veces algunos dicen que son Napoleón Bonaparte. Pero aquel hombre volvió a llamar dos veces más. Y a la tercera me dijo: ‘Mire, anote este número, llame y pregunte ahí quién soy. Verá que no le miento’. Era la secretaria del presidente”, recuerda De Gregorio al teléfono.

Berlusconi, que entonces tenía ya 82 años, comenzó a llamar casi cada noche. No se perdía una puja de ninguno de los cuatro programas semanales de NewArte. Podría haber acordado todo directamente con el propietario, que estaba alucinado con lo que sucedía. Pero le gustaba todo aquel proceso. Llegó un momento en que el programa decidió ponerle una línea privada para él solo. Y él lo compraba todo. Había veces que De Gregorio había adquirido material para satisfacerle durante un mes, pero Il Cavaliere lo devoraba todo en una sola velada. “Era impresionante. Durante tres años estuvimos llevando cada mes dos o tres camiones enormes llenos de cuadros a su casa de Arcore. Nos hicimos muy amigos. Y me dijo que quería construir la colección de cuadros más grande de Italia. De modo que le proporcioné la mercancía. Cuando terminábamos nos preguntaba: ‘¿Cómo? ¿Ya habéis terminado?”, recuerda.

El dueño de Mediaset comenzó a comprar también fuentes, esculturas, jarrones, centros de mesa. Pero, sobre todo, cuadros modestos, de 100 euros o 200. Llegó a adquirir a De Gregorio más de 7.000 obras. “Le gustaban mucho los que aparecía París, porque él había vivido en Francia. Y también los de Venecia. También le mandé pintar por un artista cuadros con escenas en Milán muy bonitas. Compraba un poco de todo, pero también seleccionaba. Casi todo de artistas contemporáneos. No quería cosas caras ni importantes. Solo obras bonitas que expresaran algo”, explica De Gregorio. Para su cumpleaños, De Gregorio le regaló una estatua de tres metros de alto a imagen y semejanza del magnate. Otra vez, le llevó 10 kilos de limones de la Costa Amalfitana. “Era muy humilde”.

Una estatua de Berlusconi, una de las obras de arte de la colección del ex primer ministro italiano.
Una estatua de Berlusconi, una de las obras de arte de la colección del ex primer ministro italiano.

El objetivo no era más que ser el mayor coleccionista del país. “El problema es que aquello no valía un pimiento. Se lo advertí miles de veces, intenté impedírselo otras tantas. Pero nunca me hizo caso. Creo que se consolaba así cuando terminaron las fiestas Bunga Bunga”, señala su amigo Vittorio Scarbi, prestigioso crítico de arte y actual secretario de Estado de Cultura. La realidad es que ahora los herederos del magnate no saben muy bien qué hacer con el contenido del enorme hangar que compró junto a la mansión para almacenar más de 25.000 piezas.

El gusto de Berlusconi, recuerda también Sgarbi, se fue moldeando con los años. Pero podría decirse que partió de la base de la colección que encontró ya hecha cuando compró la villa San Martino en Arcore. La mansión había pertenecido al marqués de Casati Stampa, que en 1970 asesinó a su esposa y al amante de esta después de una serie de idas y venidas de juegos eróticos que había anotado cuidadosamente en su diario. La hija del asesino recibió una herencia que incluía aquella mansión del siglo XVIII y el tutor que le asignaron, Cesare Previti, le aconsejó vendérsela a un empresario entonces todavía poco conocido que le pagó una suma irrisoria. Ella, con tal de quitársela de encima, aceptó. El empresario, claro, era Berlusconi. Y Previti se convirtió luego en ministro de Defensa del Ejecutivo de Il Cavaliere.

Villa San Martino tiene una capilla con una pintura de Bonaccini. La casa albergaba también un tintoretto que originalmente había sido atribuido a otro artista, un autorretrato de Rembrandt, un tiziano, algunas piezas de la escuela veneciana y un plinio nomellini. Pero al Cavaliere le gustaba otro tipo de arte, más modesto, quizá menos profundo. “Era más algo de escenografía espectacular que un hecho cultural de relieve o conocimiento. No era un experto. No escuchaba a nadie, tampoco a mí. Le dije que era mejor 20 millones de euros comprando 100 cuadros que comprando 24.000. Le daba igual”, insiste Sgarbi. “Mira, una vez que dejas de llenar tus noches con las chicas, entonces las llenas con un televisor que te permite decir: “Mirad esa naturaleza muerta”.

La familia, que ya ha repartido la herencia del magnate, tiene que decidir ahora qué hacer con todas esas pinturas con una peliaguda salida en el mercado porque eran caprichos personales de ex primer ministro. Sgarbi, que representa al Estado en este tipo de asuntos, aporta una solución. “Yo haría una especie de parque de atracciones para ir a ver los cuadros de Berlusconi y contemplar los jardines de Arcore. Ya le digo que no vale la pena que los herederos se queden con esas obras. Pero sería divertido representar un fenómeno barroco, surrealista… Yo creo que se puede justificar desde el punto de vista de la aventura, de la locura. Y la locura siempre es bella”. Y en eso Berlusconi, probablemente, habría estado de acuerdo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_