‘Vidas pasadas’, la película ‘indie’ que huele a Oscar
La dramaturga Celine Song debuta en el cine con una comedia sobre amores inconclusos e identidades perdidas basada en su experiencia como coreana en Nueva York
¿Existe la nostalgia por un futuro que nunca pasó? Existe, y la dramaturga Celine Song lo descubrió una tarde-noche sentada en medio de un triángulo que completaban su marido, el escritor Justin Kuritzkes, en camiseta, y un ingeniero coreano, en atuendo arreglado pero informal. Bebían acomodados en la barra de Please Don’t Tell, un bar clandestino neoyorquino. “Me fijé en los otros clientes que tenía enfrente, y pensé en qué preguntas se harían. Como que quién era el marido, si el otro era un amante... En realidad, qué significábamos cada uno de nosotros para los otros dos. De repente, sentí que responder solo a esa cuestión suponía una salida fácil, no mostraba todo lo intrincado de la verdad, y ahí estaba el germen de una historia. Fui contando a diferentes amigos esa anécdota, y según su pasado y su cultura cada uno tuvo muy distintas aproximaciones a ese momento”, reflexiona entre risas. “Además, con esa mujer, ya ficcionada, podía bucear en la nostalgia de un futuro y una relación que pudo pasar y no pasó”.
La entrevista con Song, de 35 años, tiene lugar en septiembre, durante el festival de San Sebastián, donde su debut como directora, Vidas pasadas —que ahora se estrena en España—, formaba parte de la sección Perlak, que recoge lo mejor del año, tras su proyección a inicios de 2023 en Sundance y la Berlinale. Y en el inicio de la temporada de premios (y después de los primeros anuncios de candidaturas de galardones como los Gotham Awards del cine independiente) es el título indie con más posibilidades de entrar en los Oscar. “Por favor, paso a paso”, frena en seco la ahora cineasta. “Lo emocionante ha sido el viaje de convertir un momento personal, que podía interesarme solo a mí, en una historia con atractivo universal. Y que esta pieza de arte que juega con ficción y biografía atraiga a tanto público me hace sentir menos sola”, apura. En aquella barra, reflejada en pantalla a la manera de Edward Hopper, cabe más gente.
La segunda baza de Vidas pasadas se fundamenta en el choque cultural. La protagonista, Nora, conoce a Jung Hae Sung desde que ambos eran críos. Serán amigos íntimos hasta que la familia de ella, al inicio de su adolescencia, emigre a Canadá. Con el tiempo, y gracias a las redes sociales, volverán a encontrarse: Nora va para dramaturga en Nueva York, Hae Sung asciende en una empresa de ingeniería. Ella ha diluido su pasado coreano, siente por sus venas el alma de la Gran Manzana. Él cumple los preceptos masculinos de su país natal: culto a un cuerpo musculoso, contención e incapacidad de expresar sentimientos... Esa aparente frialdad la comparte con Nora, que en cambio sí deja clara una cosa: nunca volverá a Seúl, donde la reducirían a “esposa de”. Song tiene una explicación, cercana a lo biográfico, sobre este reflejo de un no amor: “Solo puedo defenderme asegurando que así afecta el amor a mi propia vida, de una forma menos pasional que la latina, ¿no? Me interesaba que bajo la apariencia de un triángulo amoroso se escondiera una relación... que no es ni triangular ni amorosa”, especifica, aunque en pantalla acaben reunidos durante una semana de viaje en Nueva York del coreano.
Como la directora apunta, “no hay lucha por la chica, ni ella escogerá a uno en detrimento del otro”. Ese, asegura, no es su estilo, con el que ya ha labrado su reputación como dramaturga: “De lo que sé es de las conexiones de la vida, de ilustrar lo que ocurre emocionalmente en el día a día, cuando a veces trazas relaciones a las que ni siquiera sabes cómo llamar. ¿Cómo bautizas esa clase de romance?”. Esto no es Carta de una desconocida, la novela de Stefan Zweig que adaptó al cine Max Ophüls; puede que suene más a Deseando amar (In The Mood For Love), de Wong Kar-Wai. “Hay algo de mí en los tres personajes, porque al final los tres se están cuestionando quiénes son, cuál es su identidad. Para mí, la identidad no es un monolito, sino una característica fluida que está en constante cambio”, afirma muy seria Song. “No soy Nora, soy Vidas pasadas, soy mujer, soy inmigrante, soy quien era cuando emigré a los 12 años, quien pude ser y no fui, y también quien soy ahora. No me conozco mejor que a los 16 y a la vez estoy muy lejos de aquella edad. Soy una contradicción”.
A cambio, estalla en carcajadas cuando se le pregunta si su filme no deviene en dos películas muy distintas dependiendo de la edad de su espectador. “Claro, o si acaba de romper con su pareja o si nunca se ha enamorado, o cómo haya sido su vida. Es que Vidas pasadas incluso puede verse como un largometraje sobre la amistad. O sobre cómo cada uno de esos hombres poseen una clave, un acceso a Nora que jamás logrará el otro. Ambos anhelan la llave vital del otro. Y en realidad Nora es un todo, poliédrica”, como subraya en pantalla la canción You Know More Than I Know, de John Cale.
Song entendió desde el principio que el medio fílmico iba a ser completamente distinto al teatro. “Por suerte, no me lie con eso. En el escenario cada noche construyes un barco que navega ocho veces a la semana. No consiste en que lo haga una vez de forma maestra, sino que cada vez sea consistente. El cine es diferente: capturamos el momento, atrapamos lo efímero, y eso en teatro no es posible. Por ejemplo, mantuve alejados en el rodaje a los dos actores masculinos [Teo Yoo y John Magaro] para que se conocieran en la primera secuencia en que sus personajes se encuentran. Que hubiera sorpresa, shock”.
Como referencia cinematográfica manejó Mi cena con André, una película sobre dos viejos amigos que cenando descubre cuán distintas son sus visiones sobre la vida, y que también habla de teatro. “Y Rompiendo las olas, por la interrelación entre la protagonista y la cámara. Bueno, tiene mucho que ver con la filosofía que emana de Vidas pasadas: vamos viviendo nuestras vidas a la vez que el tiempo pasa, y de vez en cuando tendrás momentos reveladores que dan significado a este recorrido”. Antes de pasar a otra pregunta, salta: “¡Ah, Armas de mujer! Porque hay una protagonista femenina persiguiendo su sueño”.
La charla atraviesa el cine neoyorquino realmente indie, aquel que hacían Tom DiCillo y Jim Jarmusch, “el de los noventa, cuando se filmaba a gente corriente en la calle”; sobre qué es envejecer, y sobre cuándo una directora de cine descubre que es directora de cine (respuesta de Song: “Solo tras el primer ‘acción”). Así, encara al final, como otra cuestión identitaria, si siente cercano el cine coreano que triunfa en todo el mundo alguien que lleva ya más años en Norteamérica, entre Canadá y EE UU, que los que vivió en su país natal: ”Sí, nací en Corea, he sentido el eco de esas películas mucho más de lo que podía imaginarme, y por eso mi filme no es muy o poco coreano, sino ambas cosas”.
Para que conste, Song y Kuritkes, dramaturgo y novelista que se ha convertido en el guionista de Luca Guadagnino en Rivales, con Zendaya, y Queer, adaptación de la novela de Burroughs, permanecen juntos. “Nos casamos en 2016 y seguimos viviendo en Nueva York. No hubo dudas coreanas”.
Babelia
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