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Vladímir Jurowski, director de orquesta: “La música no puede salvar vidas, pero sí unir a las personas”

El maestro moscovita regresa de gira por España para celebrar el centenario de la Orquesta de Radio Berlín con un programa de Suk, Prokófiev y Rajmáninov inspirado en los poderes demoníacos que han desencadenado las tragedias pasadas y presentes

London Philharmonic Orchestra performing at Carnegie Hall on Thursday night, October16, 2014
Vladímir Jurowski, al frente de la Filarmónica de Londres de el Carnegie Hall de Nueva York en 2014.Hiroyuki Ito (Getty Images)

El 29 de octubre de 1923, la Radio de Berlín realizó la primera retransmisión de música en Alemania a través de las ondas. Un concierto que arrancó con el Andantino en el estilo del padre Martini, de Fritz Kreisler, en una versión para violonchelo y piano, al que siguieron otras piezas de Mozart, Beethoven, Schumann y Chaikovski. “Los instrumentistas que participaron en aquel histórico concierto fueron, poco después, fundadores de la Rundfunk-Sinfonieorchester Berlin (RSB). Por esa razón, estamos celebrando el centenario de la orquesta”, aclara Vladímir Jurowski por teléfono a EL PAÍS desde la capital alemana.

El director de origen ruso (Moscú, 51 años) orquestó esa pieza de Kreisler para la gala del centenario, del pasado domingo. Y está a punto de iniciar una gira española con Ibermúsica al frente de la RSB, que dirige como titular desde 2017. Tres conciertos, en Valencia, Madrid y Zaragoza, entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, con un programa centrado en la Tercera sinfonía, de Serguéi Rajmáninov, del que estamos conmemorando su 150º aniversario. Pero la conversación se desvía hacia la inquietante actualidad. “Por desgracia, los conciertos no pueden curar el mundo. La música no puede salvar vidas, aunque sí unir a las personas y proporcionarles el poder curativo de su energía”, asevera.

Para él, la música es una actividad extremadamente pacífica y saludable, aunque tan solo puede ayudar a quienes tienen oídos para escucharla. No obstante, también es pesimista. “Estoy empezando a dejar de creer que iniciativas como el proyecto de Daniel Barenboim y Edward Said puedan cambiar algo hoy, si bien eso no significa que no debamos intentarlo”, sostiene. Y recuerda la famosa gesta del director de orquesta Kurt Masur, en octubre de 1989, cuando acogió a los numerosos manifestantes contra el gobierno comunista de la RDA en la Gewandhaus, la sala de conciertos de Leipzig. “Masur tenía influencia sobre los políticos de entonces y con ello impidió que se repitiera una masacre como la de Tiananmén. Ahora, por el contrario, los políticos no dudan en volver a utilizar la violencia indiscriminadamente”, admite.

La sala de conciertos debe ser, según él, un lugar libre de violencia y abierto al diálogo. Un remanso de paz y cultura donde deben primar los valores democráticos. Lo demostró, el pasado 8 de septiembre, durante un concierto en el Festival de Lucerna con su otra orquesta, el conjunto de la Ópera Estatal de Baviera. Mientras dirigía el tercer movimiento de la Cuarta sinfonía de Bruckner, dos jóvenes activistas contra el cambio climático invadieron el escenario y se pegaron al podio. “Fue un reto, pero también una experiencia feliz. Llegué a un acuerdo con ellos. Les dije que sabía por qué estaban allí y que les dejaría hablar. Pero, a cambio, necesitaría que después nos permitieran terminar la sinfonía”, relata.

El público opuso resistencia y Jurowski amenazó con abandonar el escenario si no se permitía hablar a los activistas. “Quería evitar que actuase la policía y se produjese una escena violenta que me habría impedido seguir dirigiendo, pues estoy radicalmente en contra de cualquier manifestación violenta”. El incidente tuvo una importante difusión mediática y se interpretó como un gesto de tolerancia, empatía y conciencia climática del director. “Está claro que no podemos detener las armas ni impedir que los políticos envíen tropas a matar civiles, pero al menos podemos hacer sonar las alarmas y advertir de otros peligros, como el cambio climático, aprovechando la visibilidad que tenemos como artistas”, reconoce.

Tras la invasión de Ucrania, a finales de febrero de 2022, el pacifismo militante de Jurowski le llevó a impulsar una reacción colectiva contra Putin en forma de carta abierta. Un texto donde también clamaba contra la rusofobia en Europa. “En realidad, los problemas con la música y los músicos rusos se limitaron a los primeros meses tras la invasión de Ucrania, aunque todavía haya excepciones como Polonia, cuya política antirrusa ha sido un instrumento del gobierno populista. Esperemos que todo cambie ahora con Donald Tusk”, opina.

Jurowski nació y se formó en Moscú, dentro de una familia musical judía, que emigró después a Alemania, en 1990, donde obtuvo la nacionalidad germana. “Como ciudadano alemán nunca pensé que vería a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD) obtener tantos escaños en el parlamento. Pero, por muchas dificultades que tenga la política alemana, aquí vivimos en una democracia plena, a diferencia de Rusia. Soy bastante escéptico acerca de una verdadera democracia en Rusia”, sostiene.

Pero el director nunca ha renunciado a volver a su país de origen. “En los noventa no pude regresar, pues temía ser reclutado por el ejército ruso. Cuando al fin pude volver, en 2002, me encontré allí El Dorado musical. Un público receptivo, extremadamente curioso y ávido de música”, rememora. En esos años, Jurowski se había convertido en un referente musical en el Reino Unido, tanto desde el Festival de Glyndebourne como al frente de la Filarmónica de Londres. Y asumió, no obstante, responsabilidades en Rusia, primero en la Orquesta Nacional de Rusia y, entre 2011 y 2021, como titular de la Sinfónica Estatal de Rusia Evgeny Svetlanov, la principal orquesta de Moscú.

La Orquesta de la Ópera Estatal de Baviera con su director titular Vladímir Jurowski sobre el escenario del KKL de Lucerna en septiembre.
La Orquesta de la Ópera Estatal de Baviera con su director titular Vladímir Jurowski sobre el escenario del KKL de Lucerna en septiembre.Peter Fischli

“Las últimas dos décadas han sido extremadamente saludables y felices para el desarrollo de la música en Rusia. Y se disfrutó de una verdadera libertad de expresión musical”, asegura. Pone un ejemplo. “Recuerdo que dirigí con mi orquesta en Moscú, en marzo de 2014, un programa que incluía la Novena sinfonía, de Beethoven, pero que precedí con Un superviviente en Varsovia, la cantata que Schönberg dedicó a las víctimas de los nazis. Y pedí al público que no aplaudiera tras la cantata como señal de respeto a las víctimas. No tuve que decir nada de Maidán o Crimea para que el público lo entendiese y aceptase”, recuerda.

Jurowski fue criticado por seguir dirigiendo en Rusia, después de 2014. Pero él replicaba que su país estaba enfermo y que necesitaba su ayuda. “Quizá fui ingenuo, pero sentí que con mi música podía dar paz, consuelo y algo de esperanza a mucha gente. Eso cambió drásticamente tras la invasión de Ucrania, el pasado 24 de febrero de 2022, y ahora soy consciente de que tardaré mucho en poder volver a poner un pie en Rusia de nuevo”, admite.

El programa que dirigirá por España no tiene un significado político concreto, pero asegura que en las tres composiciones hay ecos de las tragedias modernas. Abrirá con el Scherzo fantástico, de 1903, del compositor checo Josef Suk. “Se trata de la primera obra importante del prometedor alumno y yerno de Dvořák. Una pieza que se inicia como un cuento de hadas de tinte folclórico, pero que termina sorprendentemente de forma trágica y agresiva, como una anticipación a los acontecimientos del siglo XX”, indica.

Encuentra un contraste semejante en el Concierto para piano núm. 2, de Serguéi Prokófiev, de 1913. “Comienza como una pieza muy lírica, pero pronto hay una increíble erupción explosiva que desemboca en la más increíble, extensa y difícil cadencia para piano de todo el siglo XX”. En los tres movimientos restantes también visualiza alusiones al poder demoníaco que relaciona con sus óperas. “Sabemos que Prokofiev estuvo durante un tiempo muy interesado por el poder demoníaco, tal como demostró en El ángel de fuego e incluso en la satírica El amor de las tres naranjas. Y ese elemento satánico encontró expresión política en las diferentes revoluciones, guerras civiles y dictaduras”.

En cuanto a la Tercera sinfonía, que Rajmáninov concluyó en 1936, esos poderes demoníacos se combinan con la nostalgia. “A diferencia de Prokófiev, Rajmáninov nunca regresó a Rusia y está muy presente en esta obra el país de su juventud. Pero enseguida se escuchan los poderes demoníacos, en el primer movimiento, que se vuelven más prominentes en el segundo y apocalípticos en el tercero. Podemos escuchar en esta música los temores y preocupaciones de alguien que vivió en la primera mitad del siglo XX”, aclara.

La versión de esta sinfonía que dirigirá Jurowski por España tiene la particularidad de prescindir de la repetición de la exposición del primer movimiento, que figura claramente indicada en la partitura. “Fue la última voluntad del compositor, que no la repitió en su grabación de 1939 y también aparece cortada en la partitura que envió a Henry Wood para su estreno en Inglaterra. De hecho, es perfectamente coherente suprimir esa repetición, pues Rajmáninov describe en ella su etapa en Rusia. Y la juventud no se puede repetir”, concluye.

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