El barrio europeo de Bruselas busca cómo convivir con su pasado colonial
La comuna de Etterbeek trabaja para contextualizar los múltiples monumentos y símbolos que perviven en sus calles
Mucho antes de que Etterbeek fuera conocida por alojar las principales instituciones de la Unión Europea, o por ser donde creció Georges Remi, más conocido como Hergé, el padre de Tintín, esta comuna de Bruselas era ya famosa por los numerosos cuarteles militares que se instalaron allí desde la independencia belga en el siglo XIX. Un pasado que, inevitablemente, hace que sea uno de los lugares de Bélgica con más referencias, entre calles y monumentos, del siniestro legado colonial con el que el país lleva tratando de lidiar desde hace años, especialmente tras las protestas mundiales del movimiento Black Lives Matter, en 2020, que provocaron un cuestionamiento mundial de símbolos culturales de un pasado a menudo muy racista.
La comuna bruselense quiere ahora afrontar ese pasado, sin borrarlo: tras 18 meses de trabajo de una comisión formada por representantes políticos comunales y residentes, dedicada a discutir qué hacer con los vestigios coloniales, el alcalde de Etterbeek, Vincent De Wolf, ha anunciado un “trabajo de contextualización” de los nombres de calles, estatuas y otros monumentos ligados al pasado colonial belga en su comuna. El siguiente paso será la conformación de un panel de expertos independientes, que deberá hacer una lista de los símbolos a explicar por orden de prioridad y preparar el contexto de cada uno de ellos. Una explicación que previsiblemente será presentada en una placa o incluso con un código QR al lado del monumento o nombre de calle original.
La idea, explica André du Bus, consejero comunal y ponente de la comisión que preparó el informe de Etterbeek, es que la explicación aledaña contenga “todos los elementos identificados como problemáticos y que plantean cuestiones” sobre el personaje o elemento en cuestión, pero también evitar “excesos sin sentido”. “Se trata de que los ciudadanos se apropien de las cuestiones y abran un debate”, señala Du Bus, cuyo informe propone también la celebración anual de un “acto cultural, social y sociológico para educar sobre los desafíos coloniales y de la descolonización”. La información que se proponga, subraya, “deberá ser precisa, factual, por eso ha sido confiada a un panel de expertos”. El alcalde De Wolf ha indicado su intención de avanzar rápido para que todo esté listo antes de las elecciones comunales que se celebrarán justo dentro de un año.
Pero no será un trabajo sencillo, advierte Du Bus. Etterbeek es la comuna belga “con huellas del pasado colonial más importante de Bélgica: 26 de las 185 calles hacen referencia a militares relacionados con ese pasado”, recuerda. A ello se unen diversos monumentos que salpican sus calles. Algunos ensalzan a participantes —desde militares destacados a pioneros anónimos— en la gestión y represión brutal del Congo durante el dominio belga: sobre todo la época, de 1885 hasta 1908, en la que el hoy país independiente africano fue propiedad personal del rey Leopoldo II de Bélgica, bajo cuyo brutal dominio se estima murieron unos diez millones de personas; pero también durante la permanencia del Congo como colonia belga hasta su independencia en 1960. Otros, como la estatua L’Archer (el arquero), de un guerrero negro con su arco, están dedicados a los congoleños nativos, pero de una manera que muchos consideran anónima y estereotipada.
Pese al reto que supone, expertos de diverso signo coinciden en que contextualizar es un paso bienvenido en el marco de un trabajo de reflexión crítica sobre el pasado colonial que el país emprendió hace ya unos años, primero con el profundo cambio de perspectiva del otrora procolonialista Museo de África y ahora con iniciativas como esta, que también se están trabajando de forma progresiva en toda la región de Bruselas.
“La contextualización es la base, lo mínimo”, afirma la profesora de Derecho Marie-Sophie de Clippele, que participó en la elaboración del informe Hacia la descolonización del espacio público en Bruselas, publicado el año pasado y que la región capitalina está usando de base para analizar diferentes pasos a dar en la materia en una ciudad plagada de monumentos y símbolos coloniales, incluso en sus reputados edificios art nouveau. El informe subraya que la descolonización del espacio público es “parte integral de la descolonización de la sociedad, lo que requiere un proceso social, político y cultural continuado que no debe limitarse al pasado colonial de Bélgica, sino que debe inscribirse en otros campos como la salud, vivienda, educación o el empleo” para construir una región “en la que cada bruselense se reconozca y se sienta reconocido”.
Al filólogo Philipp Buyck, activista de la descolonización y responsable en buena parte de que hoy Bruselas tenga una plaza dedicada a Patrice Lumumba, el héroe de la independencia del Congo asesinado en 1961, le gustaría que todo el proceso fuera más lejos aún y se extendiera también al papel europeo en la era poscolonial. Pero coincide en que la apuesta por la contextualización es un paso en el buen sentido porque la alternativa, retirar los símbolos, como reclaman algunos militantes, sería “mutilar la historia”. Y además, añade con un guiño, quitarlos es “acabar con la posibilidad de hablar” del tema, porque son “el decorado” ideal para “denunciar cuestiones en torno a la colonización”.
“Una estatua a menudo es erigida en memoria de una determinada versión de la historia, que no cuenta toda la historia”, acota De Clippele. “Creo que no hay que retirar las estatuas, es mejor contextualizarlas, de manera incluyente si es posible, y hacer comprender que esas estatuas, por sí solas, no cuentan la historia, sino que son la versión de la época de lo que se quería mostrar”. Por su parte, Du Bus asegura que no se opondría a que algún nombre de calle sea retirado “si se demuestra que se trata de personajes realmente problemáticos”. Pero no como principio. “No soy revisionista. Me opongo a que se retire, de un día para otro, todo un plano de historia colonial, porque no tiene sentido, forma parte de nuestra historia”.
La muerte del ciudadano negro George Floyd a manos de un policía blanco en Minneapolis en mayo de 2020 desató una oleada de manifestaciones que rápidamente traspasó las fronteras estadounidenses. En muchos países europeos con pasado colonial, como Reino Unido, Francia o Bélgica, se multiplicaron las protestas contra el racismo aún persistente y, también, fueron atacados monumentos de ese legado colonialista. En Bélgica, múltiples estatuas, sobre todo las dedicadas a Leopoldo II, fueron teñidas con pintura roja.
Aunque esa rabia inicial parece haber remitido, la herida sigue abierta tres años más tarde. Una prueba está en el propio Etterbeek, donde el monumento “en honor a los pioneros belgas en el Congo” en el parque del Cincuentenario, muy cerca de la sede de la Comisión Europea, todavía muestra los restos de pintura roja que un activista lanzó contra la obra a mediados de septiembre para denunciar “la sangre que Bélgica tiene en sus manos” por su pasado colonial.
¿La contextualización de los símbolos coloniales podrá acabar con los ataques a monumentos? André du Bus no está seguro. “La contextualización busca sobre todo sensibilizar a la población. Se trata de pacificar, dando amplia información a todo el mundo. ¿Bastará? No lo sé”, confiesa. De lo que sí está convencido es de que esta tarea de contextualización debe ser un trabajo colectivo, con asesoramiento profesional para garantizar la participación de todos los implicados: “Cambiar el nombre de una calle o plaza no puede ser una decisión unilateral. Necesita el apoyo de una voluntad ciudadana”.
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