Mark Greene, escritor francés: “En ciertos aspectos, el Madrid del franquismo era relajado y ‘cool”
El autor evoca en ‘Réel Madrid’ la ciudad donde nació y creció y la paradoja de sus barrios cosmopolitas en medio de la grisura del franquismo
El título del nuevo libro del escritor francés Mark Greene (Madrid, 60 años) es un juego de palabras con el nombre del club de fútbol de la ciudad donde nació y cerca de cuyo estadio creció. Réel Madrid, publicado por la editorial Plein Jour, podría traducirse como Real Madrid, o, mejor, Madrid real. Es una busca del tiempo perdido: el de la infancia del autor, hijo de un estadounidense y una francesa, en un barrio luminoso de la gris capital franquista de los años 60 y 70. En una conversación en castellano en el café Le Select en el parisino y literario boulevard Montparnasse, Greene evoca aquel pasado: sus paradojas y ambigüedades.
PREGUNTA. El Madrid de su infancia, y por retomar el título del libro, ¿lo siente usted más real que el actual?
RESPUESTA. En cierta medida, sí. Son mis primeros recuerdos. Era una ciudad singular, diferente. Aquella España era otro mundo.
P. ¿En qué era diferente?
R. Estaba en otro tiempo. El franquismo cerró el país. España era sui generis. La gente se acostaba muy tarde, aún más que hoy. Trabajaba poco. No había la idea de rentabilidad como ahora. En ciertos aspectos, era una ciudad bastante relajada, era cool. Y es paradójico: se recuerda el estado autoritario, y así era también.
P. El Madrid que describe no es el Madrid gris del franquismo. El que aparece en Réel Madrid parece por momentos un Madrid en tecnicolor.
R. Sí... Yo vivía en el barrio alrededor del Bernabéu, un barrio que tiene mi edad, pues nació conmigo. Los edificios son un poco como yo hoy: han perdido su brillo.
P. ¿Cómo puede ser que aquel Madrid que asociamos a la grisura tenga ese brillo?
R. También es el Madrid del cine: en los años cincuenta llegan los americanos a hacer películas. Muchas son westerns. Viene Clint Eastwood, que estuvo un tiempo en mi barrio, Ava Gardner antes. Era un barrio cosmopolita, que después se llamaría la Costa Fleming: había tiendas, restaurantes, bares de prostitución que eran tolerados.
P. Escribe usted que es el único verdadero barrio cosmopolita que ha conocido en su vida.
R. Sí. Es cierto que París es bastante cosmopolita, pero no hay un barrio cosmopolita. Montparnasse quizá en la época de entreguerras o los Campos Elíseos en los años 50. Hay barrios de inmigración, que es otra cosa.
P. ¿No era una burbuja aquel Madrid?
R. Era particular. Había artistas y actores, extranjeros, gente bastante libre que venía a respirar… a un país autoritario. De pequeño veía en el supermercado a Jeanette o a Umbral paseando por la calle, o a Di Stefano, que nunca se mudó.
P. Era un entorno privilegiado.
R. Relativamente, sí.
P. ¿Era usted consciente de que vivía en un país autoritario?
P. Veíamos a Franco pasar por la Castellana, donde vivíamos, y verlo era un pequeño espectáculo casi. Había policías en las azoteas, de dos en dos. Paraban el tráfico. El barrio quedaba en silencio, como petrificado. El Madrid de mi infancia también era un Madrid de piedra, silencioso.
P. Hay personajes que le marcaron en aquel Madrid. Uno es el ascensorista de la librería Espasa-Calpe, hoy Casa del Libro.
R. Sí, me daba un poco de pena y, al mismo tiempo, me parecía de otra naturaleza. Un hombre serio, de unos 40 años, algo casposo. Yo tenía 14 o 15 entonces y pensaba que no tenía nada que ver con la de este señor. Para mí la vida se abría. Pensaba que iba a ser una aventura con un montón de cosas interesantes. A él lo veía encerrado: parecía vivir en una cárcel, todo el día de pie en el ascensor lleno: 1, 2, 3, sótano, 1, 2, 3... Pero en la vida se nos van estrechando las posibilidades, nos vamos limitando. Por las circunstancias, porque nos damos cuenta de que cada vez podemos hacer menos cosas, o por nuestras neurosis, que nos hacen repetir las mismas cosas. Y acabamos viviendo en un ascensor...
P. Otro personaje: el escritor Francisco Umbral, muy poco conocido en Francia.
R. Era alguien impresionante. Alto, con su bufanda, su abrigo de calidad, muy recto, el pelo largo, las gafas, nunca sonreía.
P. ¿Despertó él su vocación?
R. Creo que sí. Decidí ser escritor a los 12 años. Y él es el primer escritor que vi.
P. Usted convierte su barrio en un espacio literario.
R. A veces hay escritores que trabajan mucho con un pueblo o un barrio. Lo hizo Faulkner.
P. Y García Márquez. ¿La Costa Fleming es su Macondo?
R. Un poco, sí.
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