‘Simón’, la sorprendente película no censurada por el chavismo
El estreno, que muestra las heridas abiertas de la represión en Venezuela, ha agotado funciones en América Latina, España y EE UU
Simón lleva menos de un mes en cartelera y se ha convertido en la película venezolana más taquillera de 2023. Es la historia de un dirigente estudiantil que está pidiendo asilo político en Estados Unidos, mientras confronta sus traumas después de haber sido detenido durante las protestas antigubernamentales de 2017 y torturado en una cárcel venezolana. La película se ha estrenado con la agridulce sorpresa de no haber sido censurada. “En Venezuela es noticia que una película no fue censurada”, advierte con ironía su director Diego Vicentini (Caracas, 1994), en videollamada desde Panamá, la décima parada de una gira de promoción por la región en la que dice haber convertido las salas de cine en un espacio terapéutico con su primer largometraje.
La película sigue acumulando espectadores, mientras el estudiante de Antropología John Álvarez, 22 días después de que su defensa denunciara que fue torturado, finalmente fue examinado por forenses. Esta semana se supo que perdió la visión del ojo izquierdo y tiene lesiones en el hígado por los golpes. Ocurre en la pantalla pero sigue ocurriendo también fuera de ella. “Cada día que pasa y esto no cambia hay más gente sufriendo”, dice Vicentini. De ahí viene la urgencia del cineasta, que no llega a los 30 años, de contar una herida que sigue abierta para gran parte de los venezolanos. Son más de 150 los asesinados y miles los detenidos que se cruzaron en esos días de represión y caos de parte de los cuerpos de seguridad.
“Es duro ver en cada ciudad y cada país la herida colectiva que tenemos y como cada quien cuenta su historia y cómo se conecta con Simón. Duele ver cómo es de universal el dolor que nos han causado. Y también ha sido un espacio terapéutico conjunto. Estar 300 personas, 600, mil en una sala de cine sintiendo más o menos lo mismo nos ayuda a sanar”, comenta el realizador. La película ha conmovido al país que está fuera y al que está adentro. Esta semana en Caracas, en una sala aireada con ventiladores porque las recurrentes fluctuaciones de energía en el país dañaron los aires acondicionados, gran parte del público lloró en silencio y aplaudió ante los créditos. Hace unos días en la función en Medellín, un venezolano contó la historia de un amigo al que habían matado durante las protestas, cuyos padres se suicidaron tiempo después porque no alcanzaron justicia. “A donde voy me encuentro gente que fue detenida, torturada o que conoce a alguien que vivió eso”.
En 2009, Vicentini emigró con su familia a Estados Unidos. Tenía apenas 15 años cuando se fue y vivió los casi cuatro meses de protestas de 2017 por redes sociales mientras estudiaba cine en Los Ángeles. “Cuando me despertaba veía en el teléfono que habían asesinado a otro chamo y luego me tenía que ir a clases”. Su tesis de grado fue el corto que precedió a Simón. “El génesis emocional de la película es esa culpa de que no estaba allá. Un intento por contribuir. Por eso la película maneja ese balance entre la culpa y el perdón, el poder perdonarnos a nosotros mismos por lo que no hemos logrado”.
Simón, el personaje, también vive con esa dualidad. Dirigía un grupo estudiantil de protestas inspirado en otros movimientos sociales en el mundo que han desembocado en cambios políticos. Lo construyó a través de entrevistas a varios dirigentes estudiantiles detenidos y torturados, entre ellos uno también llamado Simón cuyo testimonio le llegó a través de DM en Instagram. Su mamá le escribió después de ver el corto para decirle que su hijo había pasado por lo mismo y que se llamaba Simón. Luego los reunió en Miami, donde el director lo acompañó a sus trámites de asilo. “Simón fue de esos líderes dispuestos a darlo todo y cuando se va la única opción que ve es olvidar al país, porque es muy doloroso, pero lo persigue esa culpa porque dejó atrás a su equipo”.
El joven director cree en el poder del cine para generar empatía y eso busca con Simón, que ya se visto en 10 ciudades de América Latina, Estados Unidos y España y fue seleccionada por la Academia Venezolana de Cine para competir como película latinoamericana en los Goya. “Una película puede cambiar radicalmente lo que pensabas sobre una situación y ya nos ha pasado. En Ecuador, se paró un ecuatoriano en la sala y dijo: En nombre de todo Ecuador quiero pedirle disculpas a todos los venezolanos por si los hemos tratado mal, juzgado y no hemos tenido empatía. Ahí palpas que estamos logrando algo. Y de ahí viene esa urgencia. Esto es en tiempo real. Se siguen yendo venezolanos, siguen torturando. Yo quiero que eso termine ya”.
Miedo en la sala
Simón se estrenó en julio durante el Festival de Cine Venezolano, en la ciudad de los andes venezolanos de Mérida. Esta cita hizo que Vicentini regresara al país trece años después de irse. Entró por la frontera de Cúcuta; quiso pasar desapercibido. En la sala, mientras veía lo que denunciaba en su película, sudaba frío. Tenía miedo, dice.
Cuando hizo los trámites ante las autoridades cinematográficas del país, recibió el certificado de nacionalidad de la película con una observación que más bien era una amenaza. Le dieron el registro, pero en el documento se advertía de que la película podía violar la Ley contra el Odio y la Convivencia Pacífica en su artículo 20 y acarrear penas de entre 10 y 20 años de cárcel. La ley del odio, señalada como anticonstitucional por las organizaciones de derechos humanos, ha sido una consecuencia de ese ciclo de protestas donde comienza Simón, una herramienta con la que el Gobierno de Nicolás Maduro ha castigado la crítica. “Lo tratamos como una observación y seguimos adelante. Pero lo entendimos como una advertencia”.
La película se llevó la mayor cantidad de premios en ese festival, incluido los de mejor película, mejor guion y mejor director, y Vicentini tuvo que irse antes de tiempo por un consejo que recibió durante su presencia en el país. De ese regreso a Venezuela recuerda: “Me encontré un país bien golpeado y como estático en el tiempo aun con la gente queriendo darle al día a día. La gente ha enterrado lo que ha pasado, porque si te despiertas todos los días pensando en eso, en todas las injusticias, se hace invivible y paralizante. La película saca todo lo que no hemos querido pensar, pero lo más bonito para mí, es que todo eso ha venido con un agradecimiento. Aunque duela, todo el mundo agradece sentirse visibilizado”.
El hecho de que el Gobierno permitiera la proyección de una película frontal como Simón, cuando ya han sido censuradas otras como Infección, una historia de zombies en el contexto venezolano, y también se bloquean medios de comunicación, ha generado debate. “En Venezuela es noticia que una película no haya sido censurada”, dice Vicentini. “Acá hay mucho miedo. Es la incertidumbre que han querido crear de no saber qué te puede pasar. Puedo hacer esta película y esta denuncia súper visible y de repente no pasa nada, pero va un chamo y tuitea y sí lo detienen y lo torturan. Me entrevistan en la radio y me dicen las palabras que no debo decir para que no cierren la estación al otro día. Ese es el tipo de miedo que han sembrado y eso lleva a la autocensura, a que la gente prefiera no hacer nada, porque nunca sabes qué puede pasar”.
Hay quienes se han aventurado en señalar que como podría ser considerada como una historia de fracaso para quienes buscan un cambio de Gobierno en Venezuela, fue permitida su proyección. Vicentini asegura que al Gobierno no le importa que a nivel nacional se diga que se están violando los derechos humanos, algo que se sabe. Pero a nivel internacional sí le empieza a preocupar y por ello ha denunciado esta semana en sus redes sociales irregularidades en la escogencia de la candidata venezolana a una nominación en la categoría de película extranjera en los Oscar. Simón quedó por fuera y fue escogida La sombra del sol, de Miguel Ángel Ferrer, en una votación en la que uno de los miembros era parte de la producción seleccionada, señaló Vicentini.
En Simón no figuran los líderes de los años más duros del largo conflicto político venezolano. Hay una razón detrás de la decisión de hacer una película que habla directamente de lo que pasado en Venezuela desde esa herida de las protestas de 2017, pero que igual es atemporal. “Es que son varias generaciones de jóvenes aislados y abandonados por la izquierda y la derecha, decepcionados por igual de la oposición y el oficialismo, a los les ha cayó completamente en sus espaldas la lucha por liberar a todo un país porque se están jugando su futuro. Simón representa a esos chamos que quisieran no tener que luchar”.
El jugo de naranja y la tortura
“Relájate, papi”, dice con sorna el guardia a uno de los cinco jóvenes colgados de los brazos en uno de los cuartos de tortura de la policía venezolana —denunciados por en informes de Naciones Unidas y en investigaciones periodísticas— que Vicentini recreó en una edificación abandonada en el sur de Florida, en donde en los años 60 no despegó un proyecto para construir cohetes para la NASA.
En ese lugar están Simón y otros detenidos, entre los que se encuentran un joven que lo agarró la policía cuando iba al trabajo y se cruzó con una manifestación estudiantil, otro que simplemente había tuiteado, uno al que le sacaron un diente con una pinza luego de que perdiera una partida de dominó a la que los guardias lo obligaron a jugar y el mejor amigo del protagonista.
Uno de los recuerdos de Simón en ese sitio es cuando uno de los custodios entra a la celda y les echa un líquido que estaba dentro de un envase de aceite. Los detenidos entran en pánico pensando que era combustible para prenderlos en fuego u orina. Se tranquilizan al darse cuenta que era jugo de naranja, sin saber que en la noche la plaga de bichos se los iba a comer atraída por ese aroma.
El director, con Jorge Antonio González y Marcel Rasquin como productores, desarrollaron un proyecto independiente de bajísimo presupuesto grabado bajo los rigores y protocolos de la pandemia en marzo de 2021. Hicieron el equipo no sin recibir rechazos por temor a aparecer en una película como esta. “Desde financistas hasta actores y técnicos nos dijeron que no porque tenían familia en Venezuela y no querían aparecer en esos créditos”.
Al final, se sumaron jóvenes talentos como Christian McGaffney, que interpretó a Simón, y Roberto Jaramillo, creador de contenido y comediante, y el actor veterano de la televisión venezolana Franklin Virgüez. En 29 días rodaron en 23 locaciones de Miami, apoyados, en parte, por la comunidad de migrantes que ha crecido en esa ciudad estadounidense. Una escena en una discoteca la pudieron hacer en el local de un venezolano que lo ofreció. Otra toma en una farmacia por la que inicialmente tenían que pagar, terminó grabándose sin costo cuando el dueño cubano del establecimiento escuchó el argumento de la película. “Nos dijo que ese sería su aporte contra las dictaduras”.
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